Creando o destruyendo
En el hermoso barrio paceño de Sopocachi, se ha inaugurado hace poco un edificio que es obra del fallecido arquitecto Juan Carlos Calderón. Una obra soberbia y vanguardista y con un aspecto de teatro moderno de una gran metrópoli, que levanta la dignidad estilística de la ciudad del Illimani. Es el espacio cultural Simón I. Patiño.
Pero su primor exterior y la pulcritud de la pintura han dejado de ser. Alguien ha pasado por el edificio, espray en mano y estulticia en la cabeza, y ha escrito en sus paredes, con una letra carta de muy mal gusto, algunos pensamientos (en verdad, ¿pueden llegar al denominativo de pensamientos?) que poco o nada tienen que ver con la cultura ni con la belleza.
Si las paredes exteriores de un edificio así de bello como ése tuviesen que ser malogradas con la tinta de un espray barato, a cambio de modificar la sociedad, o si los frescos de la Capilla Sixtina tuvieran que ser baleados o teñidos con globos de pintura, con tal de conseguir la paz del mundo y el cese del fuego de las ametralladoras, la arquitectura y el ornato públicos no importarían casi nada y podríamos hacer con ellos lo que fuera con tal de conseguir fines muy altos.
Pero las cosas no funcionan así. Los cambios sociales y las reivindicaciones de género no se logran a través del pintarrajeado de paredes y obras de arte ni a través de la crucifixión callejera.
Sirva esta oportunidad para decir que ese grupo radical de personas que desde hace varios años han venido ejecutando tales desmanes en la arquitectura pública y dañando la belleza física de la ciudad, no ha logrado nada de lo que se ha propuesto, y no lo ha hecho no por falta de capacidad para hacerlo, sino por haber adoptado desde un comienzo formas indebidas y que son una falta de respeto al buen sentido de las personas y una negación a las capacidades y facultades que poseen las mujeres verdaderamente competentes.
Licenciado en Ciencias Políticas
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA