Caminos que llevan al palacio
Ya no existe el histórico Palacio de Gobierno, ni quemado ni por quemar. Lo que se tiene ahora es una mansión vertical, propiedad de los nuevos magnates. Para disimular utilizan el eufemismo de casa, Casa Grande del Pueblo, dicen. De que sea grande, no hay duda. Uno se sube al último piso y puede creer que está cerca del cielo. Pero que sea casa, eso que me claven en la frente, como decía Claudina en La Chaskañawi. ¿Y del pueblo? ¡De cuál pueblo! Es una broma pesada, ¿no?
Bueno, pero yo no quiero referirme a ficciones. Hoy deseo hablar de otra cosa. Hay varias formas de ser presidente en Bolivia, quizás también en el mundo. La democrática, cuando por voto popular se elige en las urnas. La revolucionaria o dictatorial, a través de un golpe de Estado. Nosotros hemos sido campeones en eso de provocar ruidos de sables en los cuarteles para que los tanques salgan a las calles. Pero la más original es sin duda aquella que llama dos veces a la puerta, y el mensajero comunica al dueño que ha sido nombrado presidente.
Algo parecido a lo último le ocurrió al Dr. Eduardo Rodríguez Veltzé. En su condición de primer funcionario del poder judicial, asumió la presidencia de la república sin desearlo ni buscarlo; el azar político puso en sus manos la responsabilidad de gobernar –por unos meses– un país convulsionado. Sí, ciertamente; “las minorías eficaces”, como llama Ricardo Paz, se volcaron a las calles y a los caminos para imponer sus decisiones. Primero forzaron la renuncia de Carlos Mesa, después rechazaron a Hormando Vaca Diez y a Mario Cossío, presidente del Senado y de Diputados, respectivamente.
En agosto de 2005, el doctor se hizo cargo de la presidencia con la única misión de convocar a elecciones; pero en ese lapso sucedió un hecho que hasta hoy echa sombras de sospecha sobre su gestión. Por lo que parece, misteriosamente se desactivaron los misiles chinos y trasladados luego a Estados Unidos. Es difícil que sucediese eso sin el conocimiento de la principal autoridad el país. La ley 1178, llamada Ley Safco, no exime de responsabilidad a nadie. A lo mejor por eso, fue tildado en forma pública de “delincuente confeso”, junto a otros expresidentes; entre ellos, el vocero itinerante de la causa marítima: Carlos Mesa.
No parece razonable ni correcto aceptar la representación del país ante el CIJ y ante la comunidad internacional, después de ser estigmatizados de esa forma. Debían haber dicho: “Devuélvenos, señor, nuestra dignidad y con gusto representaremos a Bolivia“. Ellos sabían además qué motivo real tenía el mandatario para ventilar el asunto en La Haya. El 21F era una espada de Damocles sobre su cabeza; se esperaba que el ilusionado triunfo lo redimiera. Y eso no ocurrió.
Cuando se tiene expectativas de sobrevivencia política, resulta difícil definirse. La presidenta de la Asamblea de Derechos Humanos en Bolivia le instó a Rodríguez Veltzé a que se pronuncie sobre el 21F y no lo hizo. Le impiden ahora normas de postulación, pero pudo hacerlo antes. La aspiración a ser comisionado de la CIDH es patrocinado obviamente por el Gobierno nacional, y por eso lleva el lastre cuestionante, igual que en el caso de Nardy Suxo.
El autor es escritor
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS