La política educativa como construcción de la cotidianidad
Cuando estamos hablando de políticas educativas -a ello nos hemos referido en oportunidad anterior- vale la pena reflexionar sobre el sentido final que las justifica: la construcción de la cotidianidad en las escuelas y las aulas.
Si las medidas que se adoptan (eso son las políticas, no declaraciones de buenas intenciones) no tienen como destino las prácticas cotidianas deberemos concluir que son irrelevantes. Ese es un elemento crucial a considerar cuando se evalúan las políticas y las reformas educativas. Puede celebrarse y aplaudirse la solidez de su discurso conceptual, pero si no van más allá poco las diferenciaría de un documento académico. El criterio para valorarlas está, pues, en su capacidad para afectar la práctica de todos los días de directores, maestros y alumnos en sus escuelas y en sus aulas.
Es en la cotidianidad donde las sociedades se construyen. Todo el mundo quedó boquiabierto en el último campeonato mundial de fútbol al contemplar a los aficionados japoneses recogiendo la basura del sitio que habían ocupado. Ese es el resultado de políticas educativas que afectan el comportamiento diario y lo naturalizan. Cierto escándalo produjo en algunos sectores de nuestro país que una escuela pusiera como tarea educativa limpiar las aulas, asear los baños… Se criticó de esa manera que una decisión de política de la escuela quisiera lograr que la cotidianidad exista como tiene que existir.
Las políticas que van a cambiar la educación son las orientadas a reestructurar las rutinas cotidianas en las escuelas. Hay que aprender a transformarlas. Cuando reflexionaba sobre estas ideas me llegó el recuerdo de la niña de las frutillas, como la ha nombrado Oscar Díaz Arnau en su Dársena de papel, hace unos días atrás. Yo quiero mirar esa historia del lado de la práctica cotidiana de una profesora argentina de geografía que recibió el encargo de evaluar a una estudiante boliviana adolescente que necesitaba aprobar esa asignatura para pasar de año. Esa maestra fue capaz de ejercer, con sentido, su cotidiano rol de hacer preguntas, corregir y calificar. Comprendió que la alumna podría describir una actividad económica y mencionar los aspectos más importantes de algún país latinoamericano, de mejor manera que contestando preguntas sobre los conceptos del libro que ella no pudo tener y que declaró no haber podido estudiar. La maestra recibió, en retorno, varias páginas sobre el cultivo de frutillas en el que la niña y su familia trabajaban, y sobre Bolivia, su país.
El problema nuclear con el que se enfrentan las decisiones de política es la pérdida del sentido que tienen las prácticas de aula y la inexplicable descontextualización con que muchos docentes las transforman en rutinarios rituales escolares. Cambiar la rutina de enseñar o evaluar, dotando de sentido a la práctica cotidiana es el logro más importante de una reforma educativa.
Las políticas educativas tienen que contribuir de manera absolutamente directa a que los protagonistas del hecho educativo tengan la capacidad de reflexionar sobre su práctica y cambiar su comportamiento didáctico-pedagógico y profesional en el aula. Para que se dirija a crear la cotidianidad que favorezca el aprendizaje crítico, colaborativo y creativo.
La literatura académica señala que la calidad del maestro es uno de los factores más importantes en la calidad del logro educativo. De lo que hay que estar convencidos es que esa calidad no depende de los títulos y certificados que pueda exhibir, sino de la manera como ejerce su práctica cotidiana en el aula. Es allí donde el maestro tiene que ser apoyado cercanamente y evaluado para mejorarla continuamente. Para que muchos sean capaces de actuar como lo hizo la profesora de la niña de las frutillas.
El autor es doctor en ciencias de la educación
jorge.riverap@tigomail.cr
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