Sin líderes frente al caos
En circunstancias tan difíciles como las actuales, cuando con cada hora que pasa se acelera la espiral que a todas luces nos conduce a una escalada de violencia, es cuando más necesarios son los líderes sensatos, los capaces de conducir a sus seguidores por los caminos de la prudencia y la sensatez.
Desgraciadamente, como nos lo confirman las noticias cotidianas, la falta de liderazgos con esas características es lo que más se hace extrañar. En un polo por exceso, en el otro por defecto.
Muestras de exceso las da cada día con más frecuencia Evo Morales quien con sus desmesuradas actuaciones pone en evidencia el real significado del rótulo de “jefazo” que le adjudicó uno de sus aduladores. De hecho, se puede afirmar que Morales ha abdicado de su condición de Presidente de la República para refugiarse en su condición de máximo y único líder de las facciones más radicales de sus seguidores.
No puede interpretarse de otro modo su decisión de encabezar nada menos que un cerco a las ciudades para privarlas de alimentos y otros bienes imprescindibles para la sobrevivencia colectiva. Sus más recientes arengas despejan cualquier duda, por si todavía hubiese habido alguna, sobre el lugar que Evo Morales ha decidido ocupar en el nuevo escenario político nacional que está inaugurándose.
Muy ligado a lo anterior, lo que no es un pequeño de detalle en ninguna circunstancia, y mucho menos en una como la actual, está la desaparición de su equipo de colaboradores. Ni el Vicepresidente García Linera ni su Ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, han dado señales de vida. El Ministro de Comunicaciones también brilla por su ausencia y mantiene un silencio por demás elocuente. Y si bien hay ministros que sí han salido a la palestra pública, no lo han hecho en calidad de representantes del gobierno del que forman parte sino para usurpar el lugar de voceros del Órgano Electoral.
Las interpretaciones que pueden hacerse sobre tal panorama son tantas como las especulaciones a las que dan lugar. De cualquier modo, lo cierto es que todo indica que la tarea de conducir a las fuerzas gubernamentales ha quedado concentrada en un solo individuo, con todos los peligros que eso entraña.
En las filas de la oposición el panorama no es mejor, pero por razones diametralmente opuestas. El liderazgo de Carlos Mesa parece diluirse al mismo ritmo al que se agranda y concentra el de Morales y se multiplican las voces que pugnan por llevar hacia rumbos tan diversos como confusos el caudaloso rechazo a la desenfrenada arbitrariedad del líder del MAS.
En tales circunstancias, no resulta fácil mantener viva la esperanza.