La Bienal inunda de colores salas de Casona Santiváñez
Verónica Stella Tejerina Vargas
La Exposición de la Bienal Internacional de Acuarela es un mundo de color en tres salas y un pasillo de la Casona Santiváñez. Y es también un mundo de imágenes poco comunes, otras, banales de tanto verlas, y algunas sorprendentes por su originalidad.
Lo que nos produce la muestra es el despertar de los sentido. Aquí, la vista y —a su manera— el gusto, el tacto el olfato y el oído recorren cada uno de los cuadros que en silencio nos hablan. Así cada uno de ellos detona intensas sensaciones contrastando experiencias y recuerdos pues cada obra está tejida con instantes extraídos de la realidad, o la imaginación; escenarios que nos son familiares, pese a representar distantes lugares. Asimismo, como nuestros sentidos reciben un baño visual; las imágenes tocan diversas fibras emotivas del visitante que se adentra en el viaje hecho agua y color. De esta forma el abanico de emociones experimentadas recorre la alegría, la ternura, la sorpresa, la tranquilidad y el festejo, pero también la tristeza, la nostalgia el miedo, la soledad y el temor. Luz y oscuridad se contrastan para danzar en multiplicidad de formas y propuestas.
Aquí la mirada frente a la obra se transforma en tacto que va palpando los trazos, descubriendo texturas, identificando tonalidades, buscando detalles, relaciones y diálogos entre cuadros; escuchando la respiración y la pausa de los autores que nos invitan a leer la imagen y a conocer el espíritu de sus creaciones. Así como en un viaje nuestros pasos se detienen en lugares magnéticos que nos cautivan la mirada para sentirlos y grabarlos en la memoria. Igualmente, algunos cuadros nos llaman la atención por lo que nos suscitan internamente, haciéndonos detener la marcha y olvidarnos del paso del tiempo porque nos llaman a la contemplación, al silencio y al viaje interior, y esto ya es bastante.
1.- Polvareda
Sentir el atardecer, el sonido del rebaño, el olor de la tierra seca, compartir el cansancio y el retorno del pastor son algunas de las sensaciones que provoca este cuadro que destaca por su técnica y belleza. Observar y ser partícipe del movimiento de la escena, mirar la espalda del pastor nos hace apresurar el paso para alcanzarlo y entablar la cordial charla de un día de trabajo cargado de anécdotas y esfuerzos.
1.- La niñez
Una imagen cargada de movimiento y sonido, la carretilla, la risa de los niños, la complicidad de los amigos de infancia, sus miradas, el escenario que se regocija del tierno tiempo y amplifica las imágenes que emergen de otras imágenes en multiplicidad de ecos. Nos identificamos con la escena, reemplazando los personajes, para saborear los juegos de antaño, el bullicio de la infancia y el brillo de los ojos y los dientes.
3.- Caballo negro
Black horse es la representación de todo lo que es oscuro: la noche, el silencio, la lágrima, el dolor, pero no es una oscuridad destructora, sino una oscuridad luminosa, apacible y reconfortante. Este caballo parece ser devorado por el universo y al mismo tiempo permanece firme ante la pronta disolución de la vida que se rinde ante el vientre y la boca de la muerte que es la misma oscuridad y la lucha final.