Coco Chanel “Nunca nadie le ha dicho a Coco Chanel lo que tiene que pensar”

Cultura
Publicado el 31/12/2017 a las 0h00
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TEXTO: Malcolm Muggeridge

FOTOS: Revista Liberty

El encuentro entre Malcolm Muggeridge (1903-1990) y Coco Chanel (1883-1971),  se asemeja más a una pelea de boxeo, que a una entrevista. Y aunque el cuadrilátero parece delimitado por la buena educación, no faltan los virulentos intercambios de golpes verbales. En una esquina se encontraba Muggeridge, un afilado periodista inglés que por circunstancias de la guerra se había convertido en espía. En el rincón opuesto estaba Coco Chanel, la campeona de la moda femenina, un símbolo de Francia que durante la Segunda Guerra Mundial había estado íntimamente ligada a la ocupación nazi.

Esta entrevista que estuvo oculta hasta 1976, se realiza pocos días después de que las Fuerzas Francesas del Interior, a las órdenes del libertador Charles de Gaullle, hubieran arrestado a Chanel bajo sospecha de colaboracionismo. Cuando su nombre estaba a punto de engrosar la lista de más de 100 mil franceses que fueron a juicio por colaboracionistas, fue liberada por intervención directa del primer ministro británico, Winston Churchill, un viejo amigo de Coco.

Muggeridge no es un periodista más, ya que manejaba información de primera mano sobre Chanel, lo cual se hará evidente en la puntería con la que formula sus preguntas. Pero además había trabajado junto a De Gaulle, a quien estimaba incluso más que al propio Churchill. Chanel no ocultaba su desagrado hacia la resistencia por la campaña de venganza que los libertadores habían iniciado contra quienes consideraban colaboradores de los alemanes durante la ocupación de Francia. Se sentía acorralada, pero era una sobreviviente y estaba decidida a defender con uñas y dientes ese prestigio que le había costado tanto conquistar.

Tenía práctica en eso de pelearse con la adversidad. Había vivido su infancia sumida en la pobreza con una madre soltera que murió cuando ella tenía 12 años, momento en el que su padre biológico decidió internarla durante seis años en un convento.

En ese mismo convento aprendería a usar el arma que la alejaría de la pobreza: la costura. Cuando abandonó a las religiosas trabajó en una mercería, tareas que complementaba con actuaciones en un cabaret en el que interpretaba canciones como “Ko ko ri ko” y “Qui qu’a vu Coco?”, de donde se afirma que salió su apodo, “la Petite Coco”.

Su diminuta estatura y su cuerpo menudo eran el camuflaje perfecto para ocultar el fuerte carácter. Coco no perdía oportunidades y fue en el cabaret donde conoció a un rico exoficial que la tomó como amante y la sacó de los bajos fondos para llevarla a donde Chanel sentía que pertenecía: la alta sociedad, los partidos de polo, los castillos y el champagne. Luego cambió de brazos, se marchó con un amigo de su amante, Arthur Boy Capel, y este fue no sólo el amor de su vida sino también quien financió sus primeras tiendas.

Haber vivido en el Hotel Ritz junto a la oficialidad alemana durante la ocupación, su cercanía a espías invasores y su amante alemán, era más de lo que la dolida Francia podía aceptar. Durante la entrevista, Chanel fue hábil en sus respuestas, diestra al intentar manipular al entrevistador y elusiva cuando estuvo acorralada, pero se sabía condenada. Por eso, poco después se marchó de París para cumplir un largo exilio de 10 años en Suiza.

La entrevista

Coco Chanel (C.C.) - He escuchado hablar mucho sobre usted, señor Muggeridge. Tengo entendido que ha venido a liberarnos (1). Qué amabilidad de su parte.

 

Malcolm Muggeridge - Como usted diga. ¿Podría facilitarme alguna información sobre sus valerosas acciones de estos últimos años? Y a propósito, que le quede claro que no he liberado a nadie ni a nada.

C. C. - ¿Está al tanto de la investigación realizada por las FFI (Fuerzas Francesas del Interior) (2)?

 

Muggeridge - Si quisiera podría tener una copia del informe sobre usted mañana de tarde. Pero preferiría escuchar su versión de la historia. ¿Las FFI la trataron de forma razonablemente cortés?

C.C. - Es curioso cómo han evolucionado mis sentimientos. Al principio, la actitud de esos hombres me indignó. Ahora, casi siento pena por esos rufianes. Deberíamos evitar despreciar a los especímenes más deleznables de la humanidad, para los que la liberación implica afeitar las cabezas de las mujeres que se acostaron con alemanes.

 

Muggeridge - ¿Debo deducir de sus palabras que tiene una pobre opinión de la Resistencia (3)?

C.C. - Uno de los principales defectos de la Resistencia es que dentro de poco los auténticos luchadores se verán superados en número por enanos con cámaras que lo único que pretenden es registrar su supuesto heroísmo.

 

Muggeridge - Supongo que el General de Gaulle no entra en esta descripción.

C.C. - Tiene razón. Es demasiado alto para ser considerado un enano.

 

Muggeridge - ¿No siente hacia él ni una pizca de agradecimiento?

C.C. - Aprecié de todo corazón sus elogios al valor francés, al que atribuyó la liberación de París. ¿Pero lo ha escuchado recientemente? Dentro de poco dirá que la Resistencia liberó al mundo entero. ¿Y por qué no lo haría? Si una infinidad de pobres infelices franceses le creerían…

 

Muggeridge - ¿Alguna vez le atrajo la política?

C.C. - No. No me atrae la mediocridad.

 

Muggeridge - Si escribiera sus memorias, ¿qué revelaciones haría sobre la época de la guerra?

C.C. - Es una pregunta difícil, ¿no cree?

 

Muggeridge - Bueno, deje que se lo pregunte de una forma más fácil. ¿De qué lado estaba?

C.C. - Obviamente, de ninguno. Defendí lo mío, como he hecho siempre. Nunca nadie le ha dicho a Coco Chanel lo que tiene que pensar.

 

Muggeridge - ¿Y qué piensa del patriotismo?

C.C. - Lo mismo que los ingleses: que es el último refugio de los canallas.

 

Muggeridge - Es evidente que Coco Chanel es una persona culta.

C. C. - Eso también se lo debo a un inglés.

 

M: ¿El duque de Westminster (4)? No me lo imagino perdiendo el tiempo en libros.

C.C. - Me refiero a Arthur Capel (5). ¿Le dice algo el nombre “Boy” Capel?

 

Muggeridge - Me temo que no.

C.C. - Estaba enamorada de él.

 

Muggeridge - Qué hermoso.

C.C. - Un verdadero dandy.

 

Muggeridge - ¿Eso lo hace mejor persona que el resto de los mortales?

C.C. - Es evidente que usted no es un poeta, señor Muggeridge. Si lo fuera, no se dedicaría al espionaje.

 

Muggeridge - De acuerdo, no soy un poeta. Así que me aventuro a decir que, durante los años de conflicto, usted compartió su vida con un alemán. En realidad, tal vez siga haciéndolo. ¿Declara también estar enamorada de él?

C.C. - ¿Qué importa si es alemán o chino? Además, ¿qué le hace suponer que estoy enamorada de él? Simplemente, valoro su amistad. Y aun así, él sabe muy poco sobre mí.

 

Muggeridge - ¿O sea que había cosas que le ocultaba?

C.C. - Señor Muggeridge, he aprendido a disimular mis verdaderos sentimientos. He engañado a tanta gente que yo también podría haberme dedicado al espionaje.

 

Muggeridge -  ¿Quién la entrenó?

C.C. - Yo misma. Hace mucho tiempo, gracias a “Boy” Capel, leí “¡Matemos a los pobres!” (Assommons les pauvres!), un poema en prosa que se rebela contra la resignación y expresa mi visión moral de la vida. Yo era ese pobre hombre que Baudelaire tuvo que hacer salir de la pasividad. Pero no creo que usted lo entienda.

 

Muggeridge - Cuénteme sobre su amigo alemán. ¿Era nazi?

C.C. - “Spatz” (6) sentía un gran afecto por mí. Aún lo siente. Si hubiera percibido alguna de las estratagemas que maquiné durante esos horrorosos años, su ansiedad lo hubiera traicionado frente a sus camaradas. No podía correr el riesgo de que la información que yo manejaba cayera en sus manos.

 

Muggeridge - Hace un momento me confesó que había engañado a muchas personas. ¿Pretende ahora engañarme a mí?

C.C. - Si así fuera, ¿le parece que lo pondría sobre aviso?

 

Muggeridge - ¿Cuál fue el mejor momento de Coco Chanel?

C.C. - Hubo varios. Una vez, mucho antes de la guerra, recuerdo haberle refutado a Westminster una de sus máximas favoritas: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Este es uno de los dichos populares más lamentables que conozco.

 

Muggeridge - ¿Por qué ninguna de las dos opciones es buena? ¿Debo deducir que los nazis no son ni mejores ni peores que los aliados y viceversa?

C.C. - No, no puede deducir esa falacia. Tienen muchas diferencias. Sin embargo, desde mi punto de vista, ambos han sido la encarnación del demonio.

 

Muggeridge - ¿En qué basa su afirmación?

C.C. - Sus aliados llegaron a un acuerdo con Stalin, un asesino de masas. Por otro lado, los alemanes pelearon contra el asesino de masas, pero se empeñan en destruir la civilización. En estas circunstancias, ¿cómo puede esperarse que elija uno de los dos bandos?

 

Muggeridge - Tal vez porque las cosas no fueron siempre así. Le recuerdo que durante los dos primeros años de la guerra Stalin estaba enfrentado a los aliados. ¿Por qué no nos respaldó entonces?

C.C. - Mi querido señor Muggeridge, durante los dos primeros años de la guerra, sus aliados ni siquiera existían. El destino del mundo dependía de un solo hombre, amigo mío, por cierto: Winston Churchill. Él y sólo él se enfrentó a Hitler. Pero lamentablemente, Churchill ya perdió la guerra.

 

Muggeridge - Con todo respeto, en realidad en este momento está ganando la guerra.

C.C. - Todo lo contrario. ¿Cómo puede concebir que apaciguar a Stalin constituya una victoria para Winston, que está tan orgulloso de sus antepasados? Winston es un dandy y un visionario. Desgraciadamente, cuando se trata de ganar guerras, es inevitable que los principios queden por el camino. Así es la política. Ya en los años 30, cuando se enfrentó solo a Hitler, Winston debería haberse dado cuenta de que cuando estallara la guerra, cosa que tarde o temprano sucedería, se iba a ver obligado a transar. Pero yo, a diferencia de él, siempre me he negado a hacer concesiones que vayan en contra de mis ideales.

 

Muggeridge - Pasemos a otro de sus mejores momentos. Se dice que usted aprovechó las normas de Vichy para traicionar a sus socios. ¿Lo niega?

C.C. - ¡Por Dios! Le han presentado la situación desde una óptica totalmente falsa.

 

Muggeridge - Por favor, conteste mi pregunta.

C.C. - Se había cometido un fraude sin precedentes en la historia de mi negocio. Un fraude tan evidente que podría haber ocupado los titulares de todos los periódicos. Se habían ofrecido importantes sobornos que algunos nazis corruptos se habían embolsado rápidamente. Me encontraba en esa situación por culpa de otras personas.

 

Muggeridge - ¿Por qué se había acudido a los estafadores, en primer lugar?

C.C. - Ya le explico. Cuando descubrí este mezquino engaño, me aconsejaron que recurriera a todo el poder del régimen de Vichy para asegurarme de que los delincuentes fueran arrestados. Naturalmente, rechacé ese consejo. Ninguno de los estafadores fue procesado como consecuencia de mis acciones. Ahora contesto su pregunta. ¿Qué llevó a los estafadores a engañarme tan desalmadamente? Que yo, por razones personales, necesitaba recuperar con urgencia el control de mi negocio.

 

Muggeridge - ¿Por qué?

C.C. - Un familiar cercano a quien consideraba como un hijo, que estaba enfermo, había sido tomado prisionero por los nazis. Ahora bien, mis socios son judíos (7), judíos influyentes. Pensé que no pasaría mucho tiempo sin que declararan su adhesión a los aliados. No podía poner en peligro la vida del cautivo André a causa de mi asociación con quienes abiertamente se oponían al nazismo. Por supuesto, mis socios estaban al tanto de mi difícil situación. También habían sido informados de que no renegaría de nuestro antiguo vínculo, pero que me veía obligada por las circunstancias a suspender nuestro contrato por un tiempo.

 

Muggeridge - Esos socios, ¿respaldaron activamente a los aliados?

C.C. - En cierta forma sí; mezclaban la venta de perfumes con propaganda antinazi. Al final, mi incansablemente publicitada determinación de recuperar el control del negocio neutralizó la mayor parte de las repercusiones adversas de mi involuntaria vinculación con esa propaganda.

 

Muggeridge - ¿Consideraría la posibilidad de volver a trabajar con ellos?

C.C. - Sí. Incluso en los momentos en que nuestra sociedad parecía más bien un intercambio de insultos, la relación de alguna manera sobrevivió.

 

Muggeridge - No puedo opinar sobre el fraude de que me habla, ya que no conozco los hechos. De todos modos, ¿realmente pensaba que personas judías influyentes permanecerían calladas frente a una ideología que prometía aplastar a su pueblo y a muchos otros? Admitirá que era comprensible que quisieran dar al negocio un rumbo que les permitiera apoyar a los aliados, incluso dejando de lado situaciones personales, por apremiantes que estas fueran.

C.C. - Estoy de acuerdo. No podía esperar que actuaran de otro modo, y por eso no llevé más lejos el asunto de los estafadores. Pero nunca podré perdonarles que me retiraran su confianza cuando más la necesitaba, en un momento crítico.

 

Muggeridge - ¿Qué sucedió con su hijo?

C.C. - Finalmente fue liberado. Mi alegría no tenía límites. Era como si todas las campanas de París repicaran dentro de mí. Si ese muchacho hubiera perecido en una prisión nazi, yo no hubiera podido seguir viviendo. Me hubiera matado.

 

Muggeridge - ¿Qué rescate le exigieron los nazis para liberarlo?

C: Que no profundizara mis críticas hacia ellos.

 

Muggeridge - ¿Les había prometido algo?

C.C. - Les había asegurado que mi estrecha amistad con Churchill me garantizaba su confianza inquebrantable. Pero me llevó bastante tiempo identificar a quién me convenía hacerle saber esto. Colaboré con informantes que fueron generosamente recompensados.

 

TIP

La carrera de Coco Chanel comenzó diseñando sombreros. Su primera tienda abrió en 1910 con gran éxito. Fue en 1916 cuando abrió su primerA tienda de ropa.

 

TIP

La diseñadora vivió durante 30 años en el Hotel Ritz, hasta la edad de 88 AÑOS. Murió un 10 de enero de 1971 a causa de un paro cardíaco.

 

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TIP La carrera de Coco Chanel comenzó diseñando sombreros. Su primera tienda abrió en 1910 con gran éxito. Fue en 1916 cuando abrió su primerA tienda de ropa.
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