Entrevistas históricas: Albert Einstein

Cultura
Publicado el 18/03/2018 a las 0h00
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Entrevista de Bernard Cohen Scientific American Magazine, (Julio 1955)

Albert Einstein (1879-1955) reinterpretó el mecanismo del universo, la esencia de la luz, el tiempo, la energía y la gravedad. Se vio viajando sobre un rayo de luz e imaginó el espacio-tiempo y su curvatura. De esa manera, cambió para siempre la manera en la que miramos el universo y se convirtió en el científico más famoso de su tiempo y de todo el espacio y el tiempo, que ahora, gracias a él, se sabe: son una misma cosa.

En 1905, el “año milagroso”, escribió cuatro artículos científicos (1) que fueron el inicio de una revolución. Entre ellos el de la equivalencia de la masa y la energía, del cual el propio Einstein luego derivaría la ecuación más célebre de la historia: E=mc2 que se debe leer como que la energía es igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado. Con esa precisión matemática y concisión poética postula el mecanismo por el cual la masa se transforma en energía y abre el camino a un mundo nuevo.

El impacto mayor para la ciencia, sin embargo, se produce cuando Einstein postula la Teoría General de la Relatividad, en escritos publicados entre 1915 y 1916. Es una generalización de uno de sus artículos de 1905, en el que presenta un modelo nuevo de comportamiento del universo, en contradicción con la teoría de Isaac Newton, que había sido el padre de la física de los últimos 250 años. La primera prueba empírica de la teoría se realizó durante un eclipse total de sol en 1919. El 7 de noviembre de ese año, el diario británico The Times tituló en su portada: “Revolución en la ciencia. Nueva teoría del universo. Las ideas de Newton fueron refutadas”.

El destino de Einstein es paradójico en varios sentidos. Fue un judío alemán que se sentía ciudadano del mundo, sionista, socialista y agnóstico a la vez. Fue un pacifista pasional y también abogó por la construcción de la bomba atómica por parte de Estados Unidos. Aborrecía la fama y a la vez la cultivaba con su carácter excéntrico. Su imagen más icónica lo muestra con los pelos blancos alborotados, sacándole la lengua al mundo.

Esta es la última entrevista que concede, dos semanas antes de morir, de muy buen humor, discutiendo la historia y filosofía de la ciencia, del trabajo y la ética de sus colegas, a través del tiempo.

 

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Estudios. Einstein reprobó su examen de ingreso en la universidad, tuvo que acudir a profesores particulares.
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Entrevista

Una mañana de domingo de abril, dos semanas antes de la muerte de Albert Einstein, estuve conversando con él sobre la historia del pensamiento científico y las grandes figuras de la historia de la física.

A las 10 de la mañana llegué a la pequeña casa de madera con postigos verdes donde vivía y fui recibido por Helen Dukas, su secretaria y ama de llaves, quien me condujo a una alegre habitación en el segundo piso, que daba hacia el fondo de la casa. Era el estudio de Einstein. Dos de las paredes estaban tapizadas de libros de piso a techo; había una gran mesa baja cubierta de blocs de notas, lápices, chucherías, libros y una colección de pipas muy usadas. Había un gramófono y discos. Una gran ventana desde la que se veía un agradable paisaje verde que dominaba la habitación. En la pared restante había retratos de los dos creadores de la teoría electromagnética: Michael Faraday y James Clerk Maxwell.

Un momento después, Einstein entró a la habitación y la Srta. Dukas nos presentó. Einstein me saludó con una cálida sonrisa, fue hasta el dormitorio contiguo y volvió con la pipa llena de tabaco. Vestía una camisa abierta, una sudadera azul, pantalones de franela gris y pantuflas de cuero. El aire estaba algo frío, por lo que se cubrió las piernas con una manta. Su rostro tenía una expresión seria y pensativa y estaba surcado por profundas arrugas, pero la mirada chispeante hacía olvidar su edad. Los ojos se le llenaban de lágrimas constantemente, incluso cuando reía, y se los secaba con el dorso de la mano. Hablaba en voz baja y con claridad; sorprendía su dominio del inglés, aunque tenía un marcado acento alemán. Llamaba poderosamente la atención el contraste entre su tono al hablar y su risa estridente. Le gustaba hacer bromas; cada vez que hacía una o escuchaba algo que le hacía gracia, resonaban sus estruendosas carcajadas.

Estábamos sentados uno al lado del otro, frente a la mesa, la ventana y la vista. Einstein se dio cuenta de que se me hacía difícil iniciar una conversación; esperó un poco y se volvió hacia mí como si fuera a responder a mis preguntas no formuladas y dijo: “Hay tantos problemas sin resolver en el campo de la física (...) Hay tantas cosas que no sabemos (…) nuestras teorías distan mucho de ser suficientes”. La charla derivó inmediatamente hacia el hecho de que, muchas veces a lo largo de la historia de la ciencia, hemos creído encontrar respuestas a grandes interrogantes que más tarde vuelven a surgir en otra forma. Einstein comentó que tal vez esa fuera la característica de la física y sugirió que algunos de los problemas fundamentales tal vez no nos abandonarán nunca.

Señaló que cuando era joven, la filosofía de la ciencia era considerada un lujo y la mayoría de los científicos no le prestaban atención, y que algo parecido pasaba con la historia de la ciencia. Las dos áreas están necesariamente relacionadas, dijo, ya que ambas se ocupan del pensamiento científico. Me preguntó por mis estudios en ciencias y en historia y cómo había surgido mi interés por Newton. Le dije que una de mis áreas de investigación era el origen de los conceptos científicos y la relación entre la experimentación y la creación de una teoría; lo que siempre me había impresionado de Newton era la dualidad de su inteligencia: matemática y física puras y ciencia experimental. Einstein dijo que siempre había admirado a Newton. Mientras me lo decía, recordé las impactantes palabras de sus notas autobiográficas, al final de una crítica a los conceptos newtonianos: “Newton, perdóname” (2).

Einstein estaba particularmente interesado en diversos aspectos de la personalidad de Newton, y comentamos la controversia de Newton y Hooke sobre a quién correspondía el mérito de la ley de la gravitación universal. Hooke sólo quería recibir “alguna mención” en el prefacio de los Principia de Newton, un pequeño reconocimiento a sus esfuerzos, pero Newton se negó a tener ese gesto. Newton escribió a Halley, que supervisaba la publicación de la gran obra Principia, que no daría ningún crédito a Hooke; antes preferiría suprimir la joya del tratado, el tercer y último “libro” que trataba sobre el sistema del universo. Einstein dijo: “Por desgracia, eso fue un acto de vanidad. Lo vemos en muchos científicos. Siempre me dolió que Galilei no reconociera el trabajo de Kepler”.

Después hablamos sobre la controversia de Newton y Leibniz a propósito de la invención del cálculo y de cómo Newton había intentado probar que su contemporáneo alemán lo había plagiado. Se constituyó una supuesta comisión investigadora internacional, formada por ingleses y dos extranjeros; actualmente sabemos que Newton dirigía desde el anonimato las actividades de la comisión. Einstein manifestó que esa actitud siempre le había chocado. No pareció muy impresionado cuando sostuve que las controversias violentas eran típicas de la época, que los estándares de comportamiento científico habían cambiado mucho desde los tiempos de Newton. Einstein creía que fueran cuales fueran las características de la época, la dignidad humana debería permitir siempre al hombre estar por encima de las pasiones de su tiempo.

Pasamos a hablar de Franklin, cuyo comportamiento como científico siempre he admirado, sobre todo porque no participó en ese tipo de controversias. Franklin se enorgullecía de no haber entrado nunca en polémicas para defender sus experimentos o ideas. Creía que los experimentos sólo se prueban en el laboratorio y que los conceptos y teorías deben probar su validez por sí solos. Einstein coincidía sólo en parte. Le parecía bien evitar los enfrentamientos personales, pero también consideraba importante que un hombre defendiera sus propias ideas. No debía dejarlas simplemente a la deriva como si no creyera realmente en ellas.

Einstein, que conocía mi interés por Franklin, quería saber más sobre él: ¿Había hecho algo más por la ciencia que inventar el pararrayos? ¿Había hecho algo realmente importante? Contesté que, en mi opinión, el resultado más importante de las investigaciones de Franklin era el principio de conservación de la energía. Sí, dijo Einstein, esa fue una gran contribución. Se quedó pensativo durante unos instantes, y, sonriendo, me preguntó cómo habría podido demostrar Franklin ese principio. Por supuesto, reconocí, Franklin sólo había podido citar algunos ejemplos experimentales de igual cantidad de carga positiva y negativa y demostrar la aplicabilidad del principio mediante la explicación de una serie de fenómenos. Einstein sacudió la cabeza y admitió que hasta entonces no se había dado cuenta de que Franklin merecía un lugar de honor en la historia de la física.

Durante gran parte del tiempo que pasamos juntos conversamos sobre la historia de la ciencia, tema que desde hacía tiempo interesaba a Einstein. Había escrito muchos artículos sobre Newton, prefacios de trabajos históricos y reseñas biográficas sobre sus contemporáneos y los grandes hombres de ciencia del pasado. Pensando en voz alta en la naturaleza del trabajo del historiador, comparó la historia con la ciencia. Por supuesto, dijo, la historia es menos objetiva que la ciencia. Por ejemplo, si dos hombres tuvieran que estudiar el mismo tema histórico, cada uno destacaría el aspecto que más le interesa o llama la atención. Desde el punto de vista de Einstein, existe una historia interna o intuitiva y una historia externa o documental. La segunda es más objetiva, pero la primera es más interesante. El uso de la intuición es peligroso pero necesario en todo trabajo histórico, sobre todo cuando se intentan reconstruir los procesos mentales de alguien que ya no vive. Einstein creía que este tipo de historia, a pesar de los riesgos que conlleva, es muy esclarecedor. Es importante saber, continuó, qué pensaba Newton y por qué hizo ciertas cosas. Estuvimos de acuerdo en que el desafío que planteaba este problema debería ser la principal motivación de un buen historiador de la ciencia. Por ejemplo, ¿cómo y por qué desarrolló Newton su concepto del éter? A pesar del éxito de la teoría de la gravitación universal, Newton no estaba satisfecho con el concepto de fuerza de la gravedad. Einstein creía que la principal objeción de Newton se refería a la idea de que una fuerza fuera capaz de transmitirse a sí misma a través del espacio vacío. Newton esperaba lograr reducir, mediante un éter, la acción a distancia a una fuerza de contacto. Esta es una información sumamente interesante sobre el proceso mental de Newton, declaró Einstein, pero la pregunta es si se puede documentar esa intuición o en qué medida se puede hacerlo. Einstein afirmó enfáticamente que creía que quien peor documenta la forma en que se realizan los descubrimientos es el propio descubridor. Muchas personas, dijo, le habían preguntado cómo había llegado a pensar tal o cual cosa. Siempre se había considerado a sí mismo una mala fuente de información sobre la génesis de sus propias ideas.

Señalé que el genio de Newton se manifestaba en que en su obra Principia adoptaba como “hipótesis” la máxima de que “el centro del sistema del universo” era fijo, estaba inmóvil en el espacio; alguien que no fuera Newton podría haber pensado que esa aseveración se podía probar matemática o experimentalmente. Einstein me contestó que seguramente Newton no se engañaba a sí mismo. Sabía qué cosas se podían probar y cuáles no, esa era una manifestación de su inteligencia.

Einstein comentó luego que las biografías de los científicos siempre le habían interesado tanto como sus ideas. Le gustaba saber sobre las vidas de los hombres que habían formulado grandes teorías y realizado experimentos fundamentales, qué tipo de personas eran, cómo trabajaban y cómo se relacionaban con sus colegas. Volviendo a uno de los temas ya tratados, Einstein señaló qué muchos científicos habían sido vanidosos y que la vanidad podía manifestarse de muchas formas. Quien sostiene que no es vanidoso demuestra también una forma de vanidad al enorgullecerse de su declaración. “Lo mismo sucede con la inmadurez”, dijo. Se volvió hacia mí y sus carcajadas resonaron por toda la habitación. “Muchos de nosotros somos inmaduros, algunos más que otros. Pero el hecho de que un hombre reconozca su inmadurez puede ser un factor atenuante de esa característica”.

Había llegado la hora de irme. Me sorprendí de que ya fueran las doce menos cuarto. Sabía que Einstein se cansaba fácilmente, por lo que mi intención inicial había sido quedarme sólo media hora. Pero cada vez que me había puesto de pie para irme, me había dicho: “No, no se vaya todavía. Vino a verme para hablar de su trabajo y todavía quedan temas para conversar”. Ahora, finalmente había llegado el momento de partir. La Srta. Dukas se unió a nosotros mientras nos dirigíamos hacia el frente de la casa. Cerca de la escalera, me di vuelta para agradecerle a Einstein, no vi un escalón y casi me caigo. Cuando recuperé el equilibrio, Einstein sonrió y me dijo: “Aquí tiene que tener cuidado, la geometría es complicada. Negociar una escalera no es un problema físico, es un problema de geometría aplicada”. Primero soltó una risita ahogada y luego estalló en carcajadas. Empecé a bajar la escalera y Einstein a caminar por el corredor hacia el estudio. De pronto se dio vuelta y me llamó: “Espere, espere. Tengo que mostrarle mi regalo de cumpleaños”.

Mientras volvía al estudio, la Srta. Dukas me explicó que Eric Rogers, profesor de física en Princeton, le había regalado al profesor Einstein, para su cumpleaños número 76, un aparato que él mismo había hecho y que al profesor Einstein le había encantado. Una vez de vuelta en el estudio, vi que Einstein sacaba de un rincón lo que parecía ser una varilla de cortina de más de un metro y medio de largo, que en el extremo tenía una esfera de plástico de unos diez centímetros de diámetro. De la varilla salía un pequeño tubo de plástico de unos cinco centímetros de largo que se introducía en la esfera y llegaba hasta su centro. De ese tubo salía una cuerda que tenía una bolita en el extremo. “Está diseñado como un modelo para ilustrar el principio de equivalencia”, explicó Einstein. “La bolita está unida a una cuerda que pasa por el medio del tubito y está unida a un resorte. El resorte tira de la pelota pero no puede llevarla hacia arriba e introducirla en el tubito porque no tiene la fuerza suficiente para superar la fuerza de gravedad que impulsa la bolita hacia abajo”. Desplegó una amplia sonrisa y los ojos le brillaban de alegría cuando dijo: “Y ahora, el principio de equivalencia”. Tomó el aparato por la mitad de la larga varilla de bronce y lo enderezó hasta que la esfera tocó el techo. “Ahora la dejaré caer”, dijo, “y, según el principio de equivalencia, no habrá fuerza de gravedad. Por lo tanto, el resorte tendrá ahora la fuerza suficiente para introducir la bolita en el tubo de plástico”. Dicho esto, dejó caer el aparato libremente en sentido vertical, guiándolo con la mano hasta que el extremo inferior llegó al piso. La esfera de plástico que se encontraba en el extremo superior estaba ahora a la altura de nuestros ojos. Como era de suponer, la bolita estaba dentro del tubo.

Con la demostración del regalo de cumpleaños, el encuentro llegó a su fin. Mientras me dirigía hacia la calle, pensaba que antes de visitarlo sabía, por supuesto, que Einstein era un gran hombre y un gran científico, pero desconocía completamente su cálida y amistosa personalidad, su amabilidad y gran sentido del humor.

Durante la visita no sucedió nada que hiciera suponer que su muerte fuera inminente. Einstein estuvo siempre alerta, se mostró ocurrente y se lo veía muy alegre. El sábado siguiente a mi visita, una semana antes de que Einstein fuera llevado al hospital, un viejo amigo de Princeton, muy cercano, lo acompañó a visitar a su hija, que sufría de ciática y estaba en el hospital. El amigo escribió que al salir del hospital ese sábado “dimos un largo paseo. Por extraño que parezca, hablamos sobre nuestra actitud frente a la muerte. Le comenté que James Frazer decía que el miedo a la muerte era la base de las religiones primitivas, y que para mí la muerte era a la vez un hecho de la realidad y un misterio. Y Einstein agregó: ‘Y también un alivio’”.

 

TIP

Repudiaba la ciencia ficción porque cambiaba el entendimiento de la gente sobre la ciencia, dándoles una falsa ilusión de cosas que no podrían pasar.

Einstein tardó mucho tiempo en aprender a hablar, sus padres llegaron a pensar que tenía un problema de aprendizaje.

 

 

1915

Einstein presentó la teoría de la relatividad general, en la que reformuló por completo el concepto de la gravedad.

 

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Einstein tardó mucho tiempo en aprender a hablar, sus padres llegaron a pensar que tenía un problema de aprendizaje.
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