Los hombres que llevan 20 años la batuta del Achá
“El teatro te atrapa y cuando lo hace ya no sales de él”, esas fueron las palabras que Ramiro Ramírez le dijo a Abram Herrera una tarde octubre de 1987, cuando él estaba empezando a trabajar en el escenario más importante de Cochabamba, el teatro José María de Achá.
Ambos trabajadores, además de ser los más antiguos y cononocer el teatro como las palmas de sus manos, apoyaron a decenas de artistas. Incluso podríamos caminar en el teatro con los ojos cerrados , dice Abram con un tono modesto.
Ramiro es tramoyista de oficio. Los artistas lo conocen como “don Ramirito”, porque se ha ganado el cariño de muchos. Y es que el arte lo atrapó y no ha podido salir, no porque no quiso, sino simplemente porque como le dice se dejó llevar como una hoja en un río. Aún recuerda cuando tenía 14 años, época en la que
se ofreció a trabajar voluntariamente sin ser retribuido económicamente en el teatro municipal Alberto Saavedra Pérez. A sus 16 años se fue al cuartel, lo destinaron a un regimiento militar de Oruro, cuyo nombre está tatuado en su antebrazo, pero siempre estuvo con recuerdos de obras de música, danza y teatro en la memoria. Retornó a La Paz al año siguiente y esta vez pasó a ser un trabajador. Fueron 17 años que estuvo como tramoyista en el teatro de La Paz, asimismo, colaboró en la refacción del teatro municipal 3 de febrero y también del Achá en 1989. Ese nivel vino a colaborar y se quedó.
“El teatro es mi vida, es mi casa, lo es todo”, dice Ramiro, que ha sacrificado cada salida de amigos, cumpleaños, fiestas por una función en el Achá para armar las escenografías de centenares de obras de teatro, música y danza.
Le dijeron que podría ser crítico de arte, porque ha visto una diversidad de obras. Muchos le piden consejos de todo tipo, incluso desde el armado de instrumentos, posiciones en el escenario y demás. “Lo que sé es por la experiencia, pero este tiempo he comprobado que Cochabamba es la cuna de artistas. He visto a grandes crecer y a grandes decaer”, confiesa el que ha llegado hasta cuatro horas antes al trabajo sólo por estar en los ambientes del Achá. Ramiro tiene dos nietos que por su influencia en el arte ahora son actores de teatro, se trata de Alejandro Bugo y Gala Libertad.
Abram también fue su compañero, y aunque hace cuatro años trabaja en el teatro Adela Zamudio, aún recuerda las hazañas que vivió en el Achá. Hubo algunas obras en las que tenía que mover las luces de manera manual, correr nuevamente a apagar otras desde la cabina y controlar el equipo de sonido, un sacrificio que hizo en diferentes ocasiones y sus rodillas ya le han pasado la cuenta. Recuerda que desde pequeño participaba de algunas obras de teatro, pero sólo como espectador.
Al concluir el bachillerato ingresó a la universidad para estudiar agronomía, pero por problemas financieros abandonó sus estudios. Sufrió un accidente.
El médico le recomendó reposo y entró a trabajar en alumbrado público y algunas noches apoyaba en una que otra función del teatro, porque hacían falta sonidistas y un encargado de luminotecnia, por lo que se quedó a trabajar a tiempo completo. “Y me ha atrapado el teatro, no salí de ahí”, confiesa Abram, quien jamás pensó estar en la movida de los artistas, además que le ha cambiado su forma de ver la vida.
Ramiro y Abram son quienes han hecho hasta lo imposible para que cada pieza escénica sea única desde matar algún roedor que usurpó cierta obra hasta electrocutarse en otras ocasiones con algún mal cableado.
"Al arte no hay que resistirse, sólo hay que dejarse llevar como una hoja en el río. Si nos tocó esta vida, pues hay que disfrutarla nomás". Ramiro Ramírez. Tramoyista.
