Torrico busca su decimoprimer trofeo en Aiquile
Las resinas forman una alfombra en el taller de Alberto Torrico, luthier de charango, quien esculpe el instrumento que presentará en el Festival Nacional e Internacional del Charango de Aiquile.
Una canción en ritmo de huayño resuena entre varios troncos de madera que en el futuro se convertirán en piezas de algún charango. La música es la fiel compañera del constructor nacido en agosto de 1978.
Una prensa sostiene el mango del instrumento mientras manipula la gubia sobre la madera y realiza movimientos en el interior de la caja de resonancia de madera naranjillo.
Mientras habla de su pasión por los charangos, golpea con los dedos la madera porque sabe que un sonido con eco es la señal para detener el tallado y pasar a la siguiente etapa, el acabado.
Torrico no es un virtuoso charanguista, es más, sólo conoce algunas notas, pero ha construido los instrumentos con la mejor sonoridad para grandes intérpretes locales.
Alberto aprendió este oficio a los 15 años. Su padre, Oscar Torrico, fue su primer mentor. A los 18 años ya dominaba la “obra gruesa” de su trabajo, pero aún le faltaba el acabado, fue entonces que conoció al constructor Miguel Panozo, con quien trabajó por casi 10 años.
Todo lo que aprendió y la experiencia de más de dos décadas es aplicado ahora. Pese a que aún faltan nueve meses para la 35 versión del festival en Aiquile, Alberto va trabajando de a poco en este instrumento porque está consciente de que la gran demanda de pedidos que tiene, sobre todo de grupos de Ecuador, lo mantiene bastante ocupado.
“No quiero quedar en aprietos como las últimas versiones que participé”, dice mientras sigue tallando el interior de la caja resonancia que tiene tallado el rostro de indígena en la parte trasera.
Estos detalles en sus charangos no son novedad para él. Ya en 2004 presentó un instrumento que tenía una cabeza de vaca con cuernos en la parte trasera, éste fue ganador y se exhibe en el Museo del Charango de Aiquile junto a otros 10 de sus trabajos.
Ha ganado en cinco de las seis categorías (calampeo, ronroco, walaicho, extravagante, tallado y selecto). En 2000 recibió su primer premio. “Voy a ganar este año más”, dice con seguridad.
Entretanto, en la estación de radio continúan sonando los huayños. Los almanaques, algunos reconocimientos de sus premios, pósters de agrupaciones y artistas para los que ha elaborado charangos, como Los Ajara de los Andes, Leyendas, Renovación, Janajpacha, entre otros (en su mayoría agrupaciones de huayño y música folklórica), decoran el ambiente de trabajo.
Sobre la mesa, a unos cuantos metros de él, se encuentra el cuerpo del charango en madera de jacarandá en el que está trabajando Amado Espinoza, reconocido músico multiinstrumentista, luthier y amigo de Alberto, de quien está aprendiendo el proceso de fabricación.
Este espacio de trabajo, ubicado en Valle Hermoso (a la altura del kilómetro 5 de la avenida Petrolera) es compartido con sus otros dos hermanos (Carlos y Oscar), quienes también son luthiers, cada uno con una propuesta y técnica diferente.
Alberto dice que a pocos días de empezar el año ya cuenta con varios pedidos. Los precios de sus instrumentos van desde los 800 hasta los 2.500 bolivianos. “He hecho más costosos, pero éstos son los que más compran”, añade.
El charango que presentará en octubre al festival es su reliquia especial por ahora. Cada vez que pueda se dedicará a esculpirlo. Los próximos días trabajará en los pedidos de sus clientes y también escogerá alguno entre sus mejores instrumentos para exhibirlo en el Encuentro de Luthiers y Constructores de Charango que se llevará a cabo en junio.
"Toma tiempo realizar un buen charango, especialmente por el tallado en las maderas, pero en las manos de los intérpretes ese instrumento tiene vida propia". Alberto Flores. Luthier