Masculinidad y democracia
En nuestras democracias latinoamericanas, el debate y la reflexión de los hombres sobre nuevas masculinidades lleva un retraso de varias décadas si comparamos con los valiosos aportes del feminismo.Justamente trabajar en nuevas masculinidades puede ser tremendamente significativo en el fortalecimiento de nuestras democracias, pues en estos espacios de reflexión es posible, por ejemplo, identificar la naturalización de formas de liderazgo autoritarias, verticales, que no permiten participación ni consenso.Son, a fin de cuentas, actitudes propias del machismo y la misoginia. Otra característica que es observable como pilar del patriarcado es la homofobia, que impide la incorporación de derechos y libertades para personas LGBTI+.
A inicios de 2014, las Naciones Unidas y la comunidad internacional expresaron su indignación por la decisión del gobierno de Uganda de aprobar una ley que criminalizaba a los homosexuales. Este es uno de tantos ejemplos que nos deben invitar a la reflexión. Toda ley que esté basada en preconceptos discriminadores (que yacen al amparo de sociedades patriarcales) tiene efectos nefastos en el ejercicio de los derechos humanos y en última instancia, en el debilitamiento de la democracia.Así, un pilar en la consolidación de la democracia es el respeto de los derechos, tanto de hombres como de mujeres sin distinción alguna, así como de toda persona independientemente de su identidad sexual.
La generación de prácticas democráticas en el hogar es otro tema central en el trabajo de nuevas masculinidades.Cuando las decisiones se toman de forma compartida y consultada, generamos desde los espacios familiares y comunitarios prácticas saludables que van configurando una forma de pensar y actuar incluyente, participativa y no menos importante, libre de violencia. Consecuentemente, la democracia se ve fortalecida desde los espacios sociales “micro” con efecto multiplicador en lo “macro”.
No podremos alcanzar una democracia plena mientras los hombres no abandonemos ese laberinto de roles que nos esclavizan, y que ilusoriamente nos hace creer que estamos en una posición cómoda de falsos privilegios y ventajas.Toda sociedad que se propone cambios que apuntan hacia una mayor inclusión social, tiene el enorme reto de desnaturalizar formas de discriminación y violencia.Es ahí donde los hombres tenemos que ser lo suficientemente valientes como para cuestionar esas prácticas dañinas que conforman una estructura social de hombres que detentan privilegios y de mujeres que son discriminadas.
El otro aspecto que afecta negativamente a la consolidación de nuestras democracias es la asignación de roles y funciones sociales exclusivas para hombres y mujeres. Este es un elemento que sustenta la desigualdad. Una evidencia clara de ello se encuentra en la lucha por la paridad en la participación política de hombres y mujeres. Poco cambiará este escenario mientras los hombres sigamos enfrascados en considerar que lo político es un espacio exclusivo en el que las mujeres no deben ingresar.
Un eslogan que ha estado muy presente en los movimientos feministas es: “Sin las mujeres no hay democracia, sin los hombres no hay igualdad”. No debiera entenderse como una separación de roles y responsabilidades, es preferible pensar que tanto mujeres como hombres debemos desarrollar el sentido de equidad (por supuesto que las mujeres han avanzado mucho más en ello) por esta razón, nuestro aporte, como hombres, al fortalecimiento de la democracia debiera ser cada vez más incidente.
BERNARDO PONCE ASIN
Comunicador Social
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