La ley contra la mentira
Al gobierno se le ha ocurrido la estupenda idea de combatir la mentira. Antes de ahora, nadie en el mundo había imaginado la forma de hacerla. Ahora se sabe que con una ley se puede. Es de esperar que sea preventiva y drástica a fin de que, por miedo, se evite la comisión del delito. Y a la vez muy sagaz, para soslayar aquello de “hecha la ley, hecha la trampa”.
Sancionar una ley tan necesaria, pero compleja por naturaleza, no debe ser una tarea fácil. No en todas partes hay los dos tercios de votos para que en un santiamén se pueda obtener la ley, con sólo levantar la mano. Tampoco una oposición que ayude al oficialismo a efectuar el simulacro de debate, para decir después que fue aprobada tras una ardua controversia de cinco horas.
Si bien se mira, hay cierta ambigüedad inevitable entre la verdad y la mentira. Unas veces porque ésta se parece a aquella, y otras porque la mentira se disfraza de la verdad. Las medias verdades y las medias mentiras, tan al uso hoy en día, son otro problema serio. Para los que sólo ven lo bueno, ignorando de mala fe lo malo, Bolivia goza hoy de una “democracia perfecta”; en cambio para otros, la dictadura se va pintando cada vez más de cuerpo entero.
Es, desde luego, un problema viejo. Incluso la Biblia habla de ello. En ese tiempo –dice una crónica– el Nazareno dijo que “había nacido para testimoniar acerca de la verdad”, pero se abstuvo de dar respuesta a Poncio Pilato, cuando éste le preguntó: “¿Y qué es pues la verdad?” Tal vez sea cierto aquel apotegma que reza: “Nada es verdad ni mentira, sino según el color del cristal con que se mira”. El valor relativo de ambas, también depende cuándo y para que se la utiliza.
En circunstancias especiales la mentira suele valer tanto como la verdad; esto es, cuando cumple una finalidad determinada. El amor es una de ellas. Don Juan, el legendario seductor de mujeres, es el más grande mentiroso; para conquistar finge una emoción que no siente. ¡Y tantos seguidores tiene en la vida real! En la guerra se puede ganar una batalla simulando la apariencia de una retirada para situar al enemigo en un lugar más propicio para vencerlo. Y en la política, ni que se diga. Por definición, el político es un mentiroso; siempre está representando; nunca se sabe cuándo dice la verdad. Parece que los antiguos fueron poco inteligentes, y no fueron capaces de concebir una ley tan revolucionaria. En 1909, al finalizar la polémica que sostuvo con Franz Tamayo, Felipe S. Guzmán, expresó: “La verdad es que tuvo razón (Tamayo) cuando dijo que de mentiras se vive en Bolivia”.
Como siempre viene de otra parte, no se sabe aún quiénes trabajan esa ley ni cuándo se usará de escobita nueva. El mayor desafío será empezar por casa, la Casa Grande del Pueblo, recién estrenada, pero con verdades y mentiras tan colosales como ese monumento a la opulencia ficticia.
El autor es escritor
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS