HABÍA UNA VEZ
Había una vez en un país muy cercano, un Presidente -cuyo gobierno se hacía llamar algo así como del siglo XXI- que durante diez años consecutivos se encargó de tener dominio sobre todos los poderes del Estado. Dicen que dijo públicamente que deseaba “meter las manos en el sistema judicial para que de esa forma fuera eficiente” y lo hizo, no más eficiente, sino metió las manos para moldear cada juicio a conveniencia de sus propios apetitos.
En el pueblo cuentan que este Presidente era temido porque había logrado ganarse el cariño de procuradores, fiscales, jueces, abogados y ujieres y junto a ellos había hecho de la ley, el terror de todos, indígenas, campesinos, trabajadores, incluso, cuerpos colegiados de profesionales; sí, todos ellos, por separado o en tropa eran amenazados, amedrentados, perseguidos, detenidos y sentenciados por el órgano judicial diseñado a medida de los intereses de ese malo señor Presidente.
“Izquierda infantil, ecologismo infantil, indigenismo infantil ese es el mayor peligro, hay que desmontarlo definitivamente”, sabía decir ese muy malo Presidente.
También es vox populi que la Asamblea Legislativa era obediente a los apetitos de poder del señor mandatario, mientras que la Policía y las Fuerzas Armadas sumisas las doñas como recién seducidas; estas damitas andaban al servicio del Presidente que había decidido secuestrar la justicia a través de algunos recursos disfrazados de democracia participativa como las consultas populares, los referéndums y otros medios que, manejados de forma rarita, resultaron ser el mejor medio para hacerle creer al pueblo que se gozaba de las bondades de la señora democracia.
Como no todo le salía bien al protagonista de nuestro “cuento”, decidió rematar sus gracias criminalizando la protesta y la resistencia social.
¿Quiénes fueron criminalizados? Las organizaciones sociales (trabajadores, maestros, médicos, abogados, indígenas, campesinos, estudiantes, jubilados, comerciantes minoristas, ecologistas, GLBTI, etc.), dirigentes de estas organizaciones sociales, étnicas, pueblos, nacionalidades; gobiernos autónomos descentralizados; representaciones cívicas y organizaciones políticas.
¿Qué formas empleaba este Presidente para criminalizar a estas personas o instituciones? Bueno pues, el pueblo cuenta que usaba varias, muchas formas: juicios penales, juicios administrativos, civiles o tributarios; amenazas, chantajes a dirigentes y sus familias; asfixia económica de la organización; división de la organización; obstaculización de la legalización de la organización; cooptación de sus principales dirigentes; presión psicológica; infiltración a la organización social; campaña de desinformación; linchamiento mediático; represión, censura de redes, páginas, blogs, cuentas; y hasta la tortura.
¿Y cuál era la tipificación? Sabotaje y terrorismo; ataque o resistencia; rebelión; atentado a la seguridad del Estado; daño al bien ajeno; injuria; paralización de los servicios públicos; tráfico ilícitos de armas de fuego; armas biológicas; proferir expresiones de descrédito; separatismo; delito por atentar contra la salud. El Presidente en cuestión, a través de sus operadores de justicia había logrado prohibir y sancionar todo a todos.
¡Esto es de terror! exclamé. Sí, respondieron todos, uno a uno y separados en el tiempo y el espacio.
Era el cuento de una pesadilla colectiva difícil de creer pues me habían contado una historia donde el protagonista era un líder progresista, socialista, bondadoso, honrado, ejemplo para los pueblos del mundo, que había sacado a la gente de la pobreza, la ignorancia y la enfermedad, que gobernaba escuchando al pueblo para satisfacer sus necesidades más básicas y las más sofisticadas también dando cumplimiento a los derechos individuales y colectivos de los gobernados. ¡Pero vaya si seré ilusa, a esta edad venir a creer en esa clase de cuentos! Si seré.
El único de los consuelos que escucho y guardo en silencio, es que esto está lejos de ocurrir en el país en el que habito. Ya ocurrió en aquel otro lugar no muy lejano, pero lejano al fin…Ese “había una vez”, así será.
Mónica Olmos Campos
Comunicadora Social y Doctora en Ciencias de la Educación.
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