El cerro que “come hombres”

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Publicado el 06/11/2017 a las 0h00
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“El famoso, siempre máximo, riquísimo e inacabable Cerro de Potosí; singular obra del poder de Dios; único milagro de la naturaleza; perfecta y permanente maravilla del mundo; alegría de los mortales, emperador de los montes, rey de los cerros, príncipe de todos (los) minerales; señor de 5.000 indios (que le sacan las entrañas)”, con esas y muchas otras palabras se refiere el cronista mayor de Potosí, Bartolomé Arsanz de Orsúa y Vela, al Cerro Rico nada más al empezar su monumental “Historia de la Villa Imperial de Potosí…”.

Y es que, como apuntan los editores de esa obra, Lewis Hanke y Gunnar Mendoza, la admiración que causa esa montaña ha motivado toda una literatura apologética “que a partir del descubrimiento del Cerro se fue renovando sin cesar hasta constituir toda una modalidad expresiva. Monte excelso y su equivalente en quechua Sumaj Orcko, ‘Vale un Potosí’, etc., son fórmulas mínimas de una retórica cuyo caudal corre parajes con la cuantía misma de la plata extraída de los senos del Cerro”.

Aún hoy, es imposible calcular la cantidad de plata que se extrajo de esa montaña desde que comenzó su explotación, más o menos en 1545. “En monedas y lingotes, en caravanas de mulas y en flotas de galeones, los españoles sacaron 35.578 toneladas finas de plata del Cerro Rico de Potosí entre 1545 y 1825, según el informe del geógrafo Pentland, apunta el periodista español Ander Izagirre. Con la cotización actual de la plata, esa cantidad equivale a unos 17.000 millones de dólares”.

Evidente es que, sin el metal del Cerro, la historia del territorio que hoy es Bolivia habría sido diferente y algo similar hubiera pasado con el resto de América y el mundo mismo.

Fue un descendiente de Esteban Arze, Eduardo Arze Quiroga, quien escribió que “en una valoración objetiva, Potosí contribuye con más de la mitad del caudal de plata que desde diferentes partes de América alimenta la economía europea y española de los días de oro del Renacimiento, provocando en el Viejo Mundo ese proceso que Hamilton ha denominado ‘la revolución de los precios y los salarios’ a lo largo del último cuarto del siglo XVI, con una visible influencia en la consolidación de los grandes Estados centralizados de la Edad Moderna y en el arranque de la sociedad capitalista occidental”.

“La belleza de esta montaña dio motivo a exaltaciones poéticas y a diverso comentario”, dijo por su parte el paceño Gonzalo Romero Álvaro Guzmán. Desde Miguel de Cervantes, que dio lugar a la acuñación de la frase “vale un Potosí”, hasta Arturo Uslar Pietri, decenas de escritores se han ocupado de ella.

 

TRAGEDIAS EN EL CERRO 

Pero, así como es bello, el Cerro Rico tiene una faceta negativa. “El cerro come hombres”, se susurra en la Villa Imperial cada vez que se reporta una tragedia en sus socavones. La más célebre de este año es, por ahora, el derrumbamiento que sepultó a los hermanos Ever y Willy Choque Santos cerca de la cúspide, en la cota 3.390, el 20 de septiembre de 2017.

La versión oficial dice que Ever y Willy ni siquiera eran mineros. Ambos estaban trabajando en la carga y descarga de mineral para una cooperativa. Pretendían ganarse unos pesos y terminaron perdiendo la vida.

Los derrumbamientos y la muerte de mineros son una constante.  Así como Arsanz derrocha adjetivos en su descripción, también reconoce esa faceta negativa al escribir que “innumerables son los que han perecido en sus entrañas: cada paso que dan en una de sus minas llegan a los umbrales de la muerte, sirviéndoles a cada uno de vela para morir aquella que traen en la mano para andar. Unas veces se les apaga la luz y allí perecen; otras se los traga la misma tierra donde pisan, porque ignorantes de los huecos que debajo pasan, se abren y los sepultan; otros se caen en pozos y lagunas de mucha profundidad que existen allí adentro y se ahogan”.

Las descripciones del cronista no sólo son sobrecogedoras, sino que proporcionan un dato importante: la precariedad y el riesgo no son una consecuencia de los muchos años de explotación, sino una constante desde el inicio mismo de las labores mineras. Arsanz escribió su historia entre 1705 y 1736 y, para entonces, las muertes de mineros eran “innumerables”.

 

EXPLOTACIÓN HUMANA

No existieron ni existen estadísticas sobre las muertes, ya que eso sería tanto como poner en evidencia a las ilegalidades que allí se cometen. Hubo un tiempo en el que la presión de la pobreza sobre los mineros se flexibilizó, cuando estuvo en auge la Corporación Minera, pero la corrupción e ineficiencia administrativa, sumadas a las conspiraciones económicas de Estados Unidos, que abarrotaban el mercado de minerales para quebrar la débil economía boliviana, provocaron  el cierre y  despido de más de 22.000 mineros, con el rótulo de “relocalización”.

Izagirre detalla ese proceso en el libro Potosí, que es el súmmum de los trabajos que ha publicado sobre la explotación humana en el Cerro Rico. Explica cómo, después de la “relocalización”, los mineros despedidos se aglutinaron en cooperativas mineras en las que la legislación laboral literalmente desapareció hasta llegar a condiciones similares a las de los tiempos coloniales: “perdieron sus empleos con garantías y se pasaron a un sector informal, sin contratos, sin seguridad, en condiciones nefastas”.

El libro, que primero se publicó en Europa y recientemente vio la luz en Bolivia a través de la Editorial El Cuervo, revela el secreto a voces que los dirigentes del cooperativismo minero se empeñan en ocultar:

“Las Cooperativas —muchas de las cooperativas mineras— no son cooperativas: son una tapadera para el fraude y la explotación de los trabajadores”.

“Se hacen llamar cooperativas pero, según los casos, el 25 por ciento, el 50 por ciento o el 80 por ciento de sus trabajadores no son socios, ni tienen los derechos de participación y beneficios que corresponden a los socios: son temporeros, guardas, palliris, niños, niñas, peones sin contrato que ganan una media de 200 euros al mes, y que, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, ‘no reciben utensilios de seguridad, no están asegurados en la Caja Nacional de Salud ni registrados en los fondos de pensiones’. Los salarios que reciben son menores que los de otras industrias. Al mismo tiempo, se ha formado una casta de dirigentes de cooperativas que en realidad son empresarios camuflados: no trabajan en las minas, exprimen a los peones, se quedan con un gran margen de beneficios y así ganan hasta 100.000 bolivianos al mes”.

En el caso de los hermanos Choque Santos, la Federación Departamental de Cooperativas Mineras (Fedecomin) ha negado que ellos hayan sido afiliados a esa institución. La versión oficial es que estaban trabajando en la carga y descarga de mineral cuando fueron sepultados. La ubicación del lugar de la tragedia también es sospechosa: se dice que fue en la cota 4.390; es decir, diez metros más debajo de la cota 4.400 que ya es el área prohibida para la explotación. Es como si, de esa manera, evitaran responder por qué se descargaba mineral en esa área.

 

 14 MUERTOS POR MES 

Según datos de la organización Musol, una media de 14 mineros muere cada mes en el Cerro, pero no aparecen en las estadísticas oficiales, ni siquiera en los de la Policía o el Ministerio Público.

Son como los mitayos del siglo XVI, prescindibles. Izaguirre dice que son “esos ciento veinte mil mineros perfectamente prescindibles: esa muchedumbre de cooperativistas, peones, palliris, que se destrozan la vida picando rocas, que ganan lo justo para no morir de hambre y que producen entre todos un irrelevante 3 por ciento de la producción. Podrían desaparecer y al sistema no le pasaría nada”.

El caso de los hermanos Choque se supo porque son dos y sus familias reclamaron por ellos. Eso los hizo visibles, los mediatizó y provocó la intervención de las autoridades. Eso también motivó que Fedecomin participe en las labores de rescate de los cuerpos, no obstante, tras un mes de la tragedia, anunció que se quedó sin recursos para seguir financiando —parcialmente— la búsqueda.

Es la suerte de los mineros. Izagirre también lo dice: “De hecho, muchos desaparecen y no pasa nada”.

 

 

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Riqueza incalculable Es imposible calcular la cantidad de plata que se extrajo de esa montaña desde que comenzó su explotación, más o menos en 1545.
AFP

PATRAÑAS ESPAÑOLAS

La explotación del Cerro Rico fue vista por los andinos como un sacrilegio y los españoles debieron recurrir a patrañas como la de la montaña que bramó asegurando que sus riquezas eran para otros dueños: ellos. Por razones espirituales o económicas, explotar el Cerro Rico entraña un gran riesgo. Por eso los mineros rinden ofrendas al “Tío”, deidad de las minas, antes de su faena.

 

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CREENCIAS MINERAS Los trabajadores del socavón entregan su ofrenda al “Tío” (supay o señor de la oscuridad) para que les vaya bien en sus faenas.
El Potosí

EL LUGAR SAGRADO

Y es que esta montaña es una waca, un lugar sagrado. “El Cerro Rico de Potosí fue en la época prehispánica huaca y adoratorio de los indios qaraqaras, en cuyo territorio se encuentran”, asegura Pablo Quisbert. Para el pueblo aymara de los tiempos prehispánicos, los cerros y montes eran deidades, “los achachilas, conocidos también como wamanis, son identificados generalmente con las grandes montañas”, agrega este autor.

“Son montañas terribles”, escribió, en su tiempo, Vicente Terán Erquicia, “bondadosas unas veces e iracundas otras, phiñas, que en lengua keshua quiere decir bravas. Todas ellas son dioses encantados y que hay que cuidar de no molestarlas y de no causarles disgustos”.

 

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Cuenta la leyenda que, en su trayecto a Colque Porco y Andaccaua, el inca Huayna Kapaj conoció el Cerro Rico, que era llamado Sumaj Urqu (cerro hermoso)
AFP

EL CERRO QUE BRAMA

Cuenta la leyenda que, en su trayecto a Colque Porco y Andaccaua, el inca Huayna Kapaj conoció el Cerro Rico, que era llamado Sumaj Urqu (cerro hermoso) e, intuyendo que tendría riquezas mineralógicas, envió sus exploradores a verificarlo. Los enviados retornaron aterrorizados y aseguraron que escucharon un gran estruendo, Potocsi, y luego una voz que decía, “no saquéis la plata de este cerro porque es para otros dueños”.

La versión, repetida incluso por Arsanz, fue utilizada por los invasores españoles para justificar la explotación del cerro rico y el saqueo de sus minerales y ahora es puesta en duda por los historiadores.

El propio Arsanz admite la versión sobre el nombre de Potosí que señala que “Potojunu, que se interpreta donde brota el agua, y era un atolladero o ciénaga, donde después se fundó la mayor parte de esta Imperial Villa”. Lo cierto es que los naturales siempre sintieron respeto por el Cerro Rico.

 

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