Aprender a soñar
¿Qué piensa usted que sus técnicos deben aprender o necesitan aprender?, le pregunté a la máxima autoridad de desarrollo productivo y medio ambiente de Morochata, una joven autoridad poseedora de unos hermosos ojos negros y de una juventud que se deja ver y sentir, en una personalidad que bien podría ser la de cualquier emprendedor. “Que aprendan a soñar”, me respondió sin dubitaciones ni miedos.
La información está en los libros y en Google, el conocimiento se lo construye, la experiencia se la gana al igual que las habilidades y las destrezas; pero el soñar es algo que no está ni siquiera clasificada en el catálogo de las competencias.
Sin sueños, nuestra existencia sólo se hace presente, un urgente y efímero presente que muere cada día por falta de un mañana. ¿Habrá, entonces, algo más importante que poder y querer soñar?
Soñar el mañana es fundamental para encontrar sentido al presente y valor al pasado. Es poder imaginar el futuro, un futuro portador de esperanza. Soñar es el pasaporte a la realidad; es el permiso autorizado a una vida deseada; es encontrarle sentido a la existencia; soñar es el instrumento que nos permite perpetuarnos en nuestra herencia y en nuestras acciones.
La autoridad de Morochata quiere que sus técnicos aprendan a soñar. ¿Cómo enseñar a soñar? ¿Dónde, en qué manual, en qué texto, en qué clase enseñan a soñar? ¿Dónde está el maestro provocador de sueños? ¿Qué cualidades debe tener ese profesor? ¿En qué escuela o instituto enseñan a soñar?
¿Y si nos dedicamos a trabajar los sueños? ¿Esos que de tanto ser pensados, de tanto ser anhelados y deseados, se cumplen? ¿Y si en la escuela, en el colegio, en la universidad, en la casa, en el trabajo aplicamos los sueños como asignatura felizmente obligada?
¿Acaso nuestra sociedad no sería más humana y nuestra vida más placentera si practicamos nuestros sueños?
¿Y si les enseñamos a nuestros niños y jóvenes que los sueños se hacen realidad cuando se los desea con empeño? ¿Y si les decimos que no es cuestión de magia ni de metafísica, ni de pura imaginación, tampoco asunto de la suerte ni el destino; que, por el contrario, soñar es una práctica tan real, objetiva y concreta como la propia pragmática?
¿Qué sería y qué haría el hombre si no tuviera la capacidad de soñar? ¿Acaso se convertiría en un ente funcional que sólo acata órdenes y deseos de un sistema rudo y a veces hasta perverso?
¿Habrá obra humana que esté bien hecha sin que hayan intervenido los sueños de sus constructores?
¿Será posible vivir en un mundo bello –verde y en paz– sin que se haya puesto en él una gran dosis de sueños?
¿Será posible la confianza, la fe, la honestidad, el amor y la pasión sin que los hombres sean movidos por sus sueños?
¿Cómo imaginar una Bolivia mejor sin soñarla? Que nadie nos quite el deseo de reconstruirla a partir de nuestros ideales; que nadie se atreva a arrebatarnos la posibilidad de soñar con un país de gente amable y auténtica. Que nadie se crea dueño de nuestro futuro, que nadie intente comerciar con él. Que nadie nos diga qué soñar ni cómo ni cuándo hacerlo.
Mónica Olmos Campos
Comunicadora Social y Doctora en Ciencias de la Educación.
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