Aventura nostalgia y misterio, eso es Santiváñez
Santiváñez es nostalgia, es aventura y, en menor dosis, misterio. Este pueblo casi vecino de la ciudad de Cochabamba –está a menos de media hora de camino– se asienta en medio de una vasta planicie rodeada de serranías, surcada por algunos arroyos y gargantas horadadas por el flujo de las aguas durante miles de años y salpicada de formaciones rocosas de altura variada. Por todas partes, el verde vivo de los algarrobos alegra el paisaje en esta época del año.
El pueblo de Santiváñez da la curiosa impresión de ser uno en plena transición. El ambiente provincial marcado por sus calles angostas parece que tiene los días contados. Nuevas edificaciones en ladrillo –terminadas o en proceso de construcción– ocupan el lugar de las antiguas casas de adobe y techo de teja cubierto de líquenes y musgo.
En la plaza de Santiváñez, su iglesia de Nuestra Señora de las Nieves alberga un trío de retablos impresionantes que vale la pena visitar.
Pero lo más impactante está en los límites del pueblo y más lejos. La dispersión de los atractivos naturales del lugar no tendría que ser un inconveniente para los visitantes de a pie, pues la marcha en medio del paisaje variado y espectacular es un disfrute.
Lo que sí podría ser un inconveniente es ubicar los lugares interesantes, pero eso lo resuelve René Cayo, responsable de Turismo y Cultura de la Alcaldía de Santiváñez, a quién se puede contactar en su oficina o por teléfono, al 4780041, y a su celular 74800049. Este diligente funcionario edil da las indicaciones necesarias y hasta dibuja un práctico mapa para poder llegar a la casa del convento, la cascada y su poza de aguas cristalinas, las gargantas del río Poquera, los thogos, el “valle de la luna” local…
También existen mototaxis y radiotaxis que pueden transportar al visitante desde el pueblo a los sitios interesantes, y viceversa. Los precios son razonables.
1 PISCINA DE CAYACAYANI CHAPUZÓN MATINAL EN AGUA MINERAL
Pero la jornada puede comenzar antes de llegar a Santiváñez, en Cayacayani a donde se llega luego de tomar un desvío de la carretera pavimentada, el letrero que indica el cruce salta a la vista: verde y blanco, a la izquierda de la vía. Al final de un camino de tierra de dos kilómetros aparece el edificio de lo que fue la embotelladora de agua mineral, detrás de él: las piscinas. El agua es limpísima y de una temperatura ideal. Si no es fin de semana el balneario estará cerrado, no es un problema, doña Irene vive cerca y no tardará en aparecer para abrirlo, la entrada cuesta 5 Bs.
2 CASONA DEL CONVENTO ENCANTO INDESTRUCTIBLE
En el límite oeste del pueblo se encuentra un conjunto de edificaciones que eran o son de la orden de San Agustín. Están en ruinas pero lo que queda conserva un encanto innegable. En la planta alta, corredores bordeados de columnas rodean los cuatro lados del patio central, desde donde parten otros pasillos y una imponente escalinata de piedra de dos tramos que lleva al primer piso.
Es una ruina, sí, pero conserva una energía particular que impulsa al visitante a curiosear esas galerías desiertas, a subir esas gradas de granito, a contemplar –apoyado en la balaustrada a medias derruida del primer piso– ese patio cuadrangular invadido por una maleza que no logra esconder sus armoniosas proporciones.
La mirada, sorprendida y gratificada, vaga por esas ruinas y uno se pregunta ¿cómo habrá sido ese lugar cuando estaba habitado, si ahora, en ruinas, conserva aún su encanto?
3 QUEBRADA HUIRQUINI VÉRTIGO Y ASOMBRO
A unos tres kilómetros y medio hacia el sur de la plaza de Santiváñez, por el camino que conduce a Poquera, se encuentra la quebrada de Huirquini. De ancho variable y en algunos tramos muy estrecha, esta quebrada, en cuyo lecho discurre un río, se convierte en cierto lugar en una verdadera garganta que el agua ha tallado en la roca durante cientos de miles de años.
El lugar es sobrecogedor y hasta puede ser peligroso para el excursionista poco experto. Pero esos acantilados de una exquisita combinación de colores pastel, esos inmensos peñascos, a una treintena de metros más abajo del camino, inmóviles en un equilibrio que parece precario, ese casi silencio que los pájaros del lugar hacen trizas con sus trinos impresionan a cualquier visitante.
4 LOS TOK’OS UN MISTERIO INSONDABLE
A unos cuatro kilómetros al Este del pueblo de Santiváñez, en medio de la planicie tachonada de algarrobos y algunos molles, hay una mediana serranía rocosa. En uno de sus flancos, un descomunal peñasco forma una especie de minúscula meseta.
Sobre su superficie, colorida de vistosos líquenes, ocho perforaciones –de 20 centímetros de diámetro y otros 30 de profundidad– aparecen dispuestas en lo que debe ser algún orden. Incomprensible sí, pero orden, ¿qué se puede pensar sino de esos cuatro hoyos ubicados uno tras otros siguiendo una línea perfectamente recta? ¿O esos cinco dispuestos igual que en la cara del dado correspondiente a ese número?
Y, ¿cómo explicar la manufactura de esas perforaciones de bordes lisos y perfectos, tan perfectos como las circunferencias de sus formas y esa conicidad sin falla que parece corresponder al molde de una bala de cañón? ¿Y esa multitud de ligeras concavidades como si alguien las hubiese hecho jugando con una pelotita antes de que la masa de la roca se endurezca?
La falta de respuesta suelta las riendas de la imaginación.
5 COLINAS EROSIONADAS CAPRICHOSO ARTE DEL VIENTO Y LAS AGUAS
Aquí, medio kilómetro al norte del camino que vuelve a Santiváñez, la imaginación puede descansar. En esta planicie beige y verde, unas formaciones de tierra se elevan del suelo como grupos de dedos regordetes, pequeñas columnas cónicas, estalagmitas de tierra...
Esas formas caprichosas y gratas a la vista recuerdan –en escala de maqueta– al Valle de la Luna, al sur de La Paz. Pero aquí hay algarrobales, y algunos molles. Hay una temperatura cariñosa y un vientecito silencioso y gentil. Es un paisaje curioso y tranquilizador.
6 LA CASCADA Y SU POZA AGUA FRESCA PARA UN CHAPUZÓN FINAL
Está a menos de dos kilómetros de la plaza del pueblo y es muy concurrida los fines de semana, especialmente los calurosos. El agua cae de una decena de metros, desde lo alto de un muro de piedra a una poza espaciosa, ¡y profunda en las proximidades del muro!
A diferencia de la piscina del principio de este reportaje, del inicio del paseo a Santiváñez, el agua no es mineral, pero es igual de cristalina. No es tibia, pero tampoco fría.
El paisaje también es diferente: multitud de arbustos y árboles pueblan el entorno próximo de la poza y del río.
Y el placer de nadar en el lugar es un reparador fin para un paseo que tomó cerca de seis horas.