Aritumayu La Paz del bosque renacido
Éste es un bosque encantado. Sea porque aquí se produjo un milagro o porque quienes residen o lo visitan hallan un gratificante reencuentro con la paz de la naturaleza.
El milagro que se produjo en San Antonio de Aritumayu fue tan grande que sorprendió a científicos y comunarios. El milagro consistió en que hace cuatro décadas aquí ya casi no había bosque. En medio de una árida serranía, surcada por las nacientes del río Pilcomayo, languidecían los últimos árboles y plantas que una sostenida deforestación dejaba.
Pero un día de 1980 la familia de los esposos José Andrade y Edith Barrón decidió reconstruir el bosque. Como fruto de aquella decisión y tras décadas de sacrificada siembra e incansables cuidados, el bosque renació.
Apenas traspasados los límites de Sucre, hacia el nor oeste, su frescura se siente y se respira. Hoy cuenta con una imponente guardia pretoriana de aún jóvenes eucaliptos que le cierra el paso a los desiertos posmodernos gestados por “el desarrollo”. Los árboles frenan al cemento, la hierba cierra el paso a la tierra seca, mientras el agua pura y clara aleja la imagen de los ríos muertos.
Tras descender un kilómetro en medio de un mar de tonalidades verdes, surge una disciplinada colonia de pinos. El cielo es todo azul. Y se lo siente más si aparece una coqueta, caprichosa y solitaria nube blanca.
La caminata de pronto juega con una ilusión del tiempo. Como si se tratara de un viaje al pasado surgen dos imponentes acueductos de aproximadamente 120 y 80 metros de largo y 20 a 25 metros de alto. Ofician prácticamente de portales. Fueron construidos con un estilo renancentista hace 105 años por el arquitecto Carlos Donnel. Una reina hada y su corte no desentonarían para nada en esos momentos con el paisaje.
Otros mil metros más abajo y el tercer color dominante es cristal: el río Aritumayu divide la cañada alisando rocas, precipitando cascadas y dibujando pozas naturales a su antojo. Seguirle la corriente significa descubrir a cada palmo a las criaturas de un virtual jardín botánico
Ellas son el fruto del escudo de árboles de los Andrade Barrón que generó un microclima. Por ello, los habitantes de otros siglos empezaron a volver al Aritumayu. En torno al río rebrotaron alisos, quewiñas, kishuaras, tholares y una extendida diversidad de arbustos. El recuento suma hoy 75 especies. Claro, el bosque resurrecto y su río llamaron también a aves, anfibios, felinos e incontable fauna que, junto a las aguas, le pusieron la música al escenario.
LA OBRA DE UN AGRÓNOMO
José Andrade Arias tiene 81 años, nació en Sucre, es agrónomo. Entre 1970 y 1979 fue responsable del programa de instalación de 105 estaciones meteorológicas. Se trataba de un proyecto financiado por la Organización de Naciones Unidas (ONU) en coordinación con el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología.
En ese lapso, en 1976, ganó una beca de postgrado en agrometeorología patrocinada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Israel. “Allí vi cómo se hace renacer la tierra, los desiertos, en condiciones difíciles, me impactó mucho lo que se hacía allá”, recuerda.
A partir de 1980 participó del programa de reforestación departamental organizado por la Corporación de Desarrollo de Chuquisaca donde llegó a ser director hasta 1986.
A partir de 1986 se dedicó a la enseñanza universitaria. El año 1994 fundó la primera cátedra de ecología en la Universidad Mayor de San Francisco Xavier de Chuquisaca.
“Esa suma de experiencias y conocimientos me permitió tener una idea completa sobre cómo debía hacer el Centro Ecológico San Antonio de Aritumayu”, resume, al citar el proyecto al que le ha dedicado más de 30 años.
MUY CERCA DE SUCRE
El renacido bosque Artitumayu se encuentra en uno de los orígenes del Pilcomayo. Ocupa cerca de 79 hectáreas. Se halla a 3.100 metros sobre el nivel del mar y a contados 18 kilómetros al noroeste de la ciudad de Sucre.
“Conocí a mi esposa aquí en Aritumayu, aquí vivimos hoy y probablemente aquí vayamos a morir”, dice José Andrade Arias.
Este experto agrónomo recuerda así la aventura juvenil que le cambió la vida hace casi 56 años.
“Un compañero de estudios en Sucre me invitó a cazar vizcachas por las quebradas. Luego fuimos a la propiedad de sus padres y allí estaba su hermana, mi futura esposa, Edith Barrón Gumiel”, recuerda el hombre que logró, en familia, renacer un bosque.
CONSULTA A LA PACHAMAMA
Cuando José Andrade decidió reforestar el bosque, vio que era importante la introducción de especies foráneas, en especial, pinos radiata. Pero los campesinos temían que la especie foránea trajese plagas o que la Pachamama desate granizadas. Tras agotadoras reuniones en la cordillera de Chataquilla, se decidió buscar la venia de la Madre Tierra a través de un ritual.
ESCUADRÓN FAMILIAR
A la pareja Andrade le favoreció tener familia numerosa. Junto a sus nueve hijos, durante tres lustros batallaron para que el bosque renazca. El agrónomo destaca la dedicación del mayor, Rolando. Para financiar los gastos, instalaron una granja avícola. El escuadrón familiar alternaba los cuidados de la producción de las aves con la siembra de miles y miles de pinos.