“Tengo un amigo de 60”
El título de esta columna es una de las expresiones más bonitas que jamás había escuchado de mi hijo Santiago, un chiquito de 15 años que debate su presente entre el niño que deja de ser y el adulto que comienza a descubrir.
Ustedes se darán cuenta que lo que voy a relatar tiene una importancia sustancial para nuestra sociedad: saber comunicarse con los otros, con aquellos que no votan, que no trabajan, que no proponen aún, que no aportan económicamente, que aún no son “importantes” para el mundo adulto.
Tantas veces he escuchado decir que la juventud es la promesa del futuro, y cierto, lo es; pero ¿qué y cuánto hacemos por conocerla, saber qué piensa, qué quiere, qué busca, cómo nos lee, cómo decodifica el mundo y lo vuelve a construir, cómo sueña el futuro y porqué lo hace de ese modo?
Estábamos participando de una cena navideña con los vecinos del edificio en el que ahora vivimos; los dos únicos menores de edad en la mesa principal eran mis hijos; se los notaba aburridos porque nadie conversaba con ellos. En una de esas, una vecina le preguntó algo a mi hijo menor, pero cuando él se aprestaba a responder, la vecina ya había cambiado de punto de interés y no escuchó la respuesta del niño.
De pronto, Erick, un holandés mayor, comenzó a entablar conversación con Santiago, el de 15 años. El diálogo giraba en torno a las redes sociales que el chico usa; la música que escucha, de un DJ europeo famoso; de Enchufe TV; si ya había visto Star Wars y del cine de Hollywood; de los profesores y de cómo enseñan en Bolivia y en Holanda; y de otras preferencias.
La charla era tan intensa que mi hijo se cambió de lugar para estar más cerca de su interlocutor, luego comenzaron a compartir vídeos en el celular de Santiago, a reírse y a disfrutar del momento como si fueran dos amigos de la misma edad que comparten aficiones y gustos.
Al llegar al departamento, mi hijo se notaba muy feliz, y dijo “ya tengo dos amigos aquí, uno de 13 y otro de 60; qué increíble ese señor”.
¿Cómo esperamos que los jóvenes de hoy se conviertan en la esperanza del futuro si no los incorporamos al mundo de los adultos, o si el mundo de los grandes no se reincorpora al de los jóvenes?
¿Cómo podemos, los padres, atender sus necesidades y comprender sus expectativas si tampoco nos esforzamos lo suficiente para acercarnos a ellos?
¿Cómo pretende, el sistema educativo, actualizar sus métodos si no conoce cómo funcionan sus estructuras mentales, sus ritmos y, sobre todo, sus intereses y motivaciones reales?
Creo que es fundamental aproximarnos a ellos, estrechar la brecha entre el mundo de los adultos y el de los niños, adolescentes y jóvenes; hoy más que antes, los mayores tenemos mucho que aprender y reaprender de los menores, de su pasión, su alegría, su energía, su ingenuidad, su ausencia de malicia, su sana picardía, sus habilidades y destrezas, y de su fe; y todo esto nos debe permitir reinventarnos para ser mejores personas, mejores adultos.
Nutrámonos de ellos para vivir de forma más auténtica y simple, donde el valor de la amistad, la naturalidad del perdón, la fidelidad, la compasión y la esperanza sean actitudes y expresiones tan notorias que marquen nuestras relaciones.
Convirtámonos en un “Erick holandés” para hacer jóvenes y adultos felices, integrados e interesados.
Mónica Olmos Campos
Comunicadora Social y Doctora en Ciencias de la Educación.
elblogdelamolmitos.wordpress.com