Milagros médicos cuando la vida supera al pronóstico

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Publicado el 08/01/2018 a las 0h00
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Convicciones al margen, al parecer, el común de los médicos no cree en milagros, generalmente los ha visto. Han visto que la vida tiene sentencias fatales, pero también conmovedoras absoluciones. Ellos cuentan que hay quienes nacen a pesar del más seguro método anticonceptivo. Recuerdan también que hay quienes no mueren, aunque el mejor especialista considere que tienen los días contados y ya no se puede hacer nada.

Así lo testimonian cientos de casos que los propios tratados de alta especialización e historia citan. Mencionan de manera capciosa y hasta con ironía, la palabra “milagro”.

Claro, hay “milagros” y milagros. El doctor Antonio de la Gálvez Murillo recuerda uno de los del primer tipo. Una señora, propietaria de un pequeño comercio en el centro de La Paz, se enteró, por boca de su médico, que tenía un tumor en el vientre. Algún tiempo después, en medio de su desazón, alguien le recomendó que busque una segunda opinión. Hechos los nuevos análisis el segundo médico le respondió a la desesperada mujer: “Señora, efectivamente lleva usted en su vientre un tumor”,  luego matizó, “(…) pero este tumor tiene piecitos, bracitos, cabecita, orejitas”. Cierta vez el médico, ya jubilado, pasó cerca del puesto comercial y escuchó que le decían: “Doctor, le presento a mi ‘tumor’, ya va a cumplir 16 años”, mientras le mostraba a un tímido jovencito.

Y entre los médicos, posiblemente quienes guardan más historias sorprendentes son los anestesiólogos. Ellos, debido a la versatilidad de su oficio, son testigos de toda clase de intervenciones quirúrgicas. El doctor Alberto Sagárnaga dejó en sus memorias dos casos en especial.

Un día de 1974, en La Paz, un joven fue llevado de emergencia a la clínica Sagrado Corazón. Había caído desde la parte más elevada de un camión de alto tonelaje a un suelo arenoso. El infortunado, en estado comatoso, presentaba una severa fractura de cráneo. Durante la intervención quirúrgica los neurólogos procedieron a retirar una significativa cantidad de masa encefálica que, incluso, estaba mezclada con tierra y arena. Se preveía que su deceso se produciría en cuestión de horas. 

Pese a los primeros temores, el joven no murió. Pese a los segundos temores, no sufrió alteraciones en su motricidad básica. Pese a los terceros temores, el accidentado pensaba, hablaba y reía con naturalidad a las pocas semanas del suceso. Y para colmo, a los dos meses de la intervención, el paciente fue pasante de la preste de san Cristóbal, a la que invitó a los médicos. Ninguno de éstos atinaba a explicarse bajo qué mecanismos biológicos funcionaba tan pronto y tan bien, esa porción de cerebro.               

 

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Invencibles Los casos clínicos que registran curas inexplicables son muchos en el país. ¿Cosa de destino?
Archivo

NI MAL NI EDAD QUE VALGAN

Pero no sólo los jóvenes sobreviven a los peores diagnósticos. En las memorias del doctor Sagárnaga quedó grabado el caso de un ancianito, de más de 80 años, a fines de los años 70. Sus familiares lo llevaron también a la clínica Sagrado Corazón. El paciente se quejaba de fuertes dolores en el vientre. Las radiografías y los análisis advertían sobre algo grave. A poco de iniciarse la intervención quirúrgica se confirmó lo peor: un cáncer agresivo afectaba al intestino y empezaba a comprometer otros órganos.

El cirujano, tras exponer el caso a sus colegas y ponerlos de testigos, decidió simplemente no hacer nada y proceder a la sutura. Luego se vertieron diplomáticas explicaciones a los parientes. Era “mejor que se lo lleven a casa y lo traten de la manera más cariñosa hasta que decaiga más y deba partir”. Luego surgió el problema más grande: ninguno de los médicos pudo llegar a contar los días que vivió el ancianito.

Meses más tarde se mostraba sano y sin mayores decaimientos. Mucho después continuaba mandando agradecimientos a los doctores y la repetida respuesta de los familiares era: “Sigue bien”.

Claro, la muerte no es estricta en cuanto a los requisitos. Eso lo saben los cirujanos internistas. Así lo remarca el caso del doctor Adrián Barba. Recuerda que en 1974 se hallaba operando un vólvulo intestinal, en un hospital rudimentario del área rural de Santa Cruz. De pronto, la cavidad abdominal del paciente se llenó de materia fecal. El centro médico carecía de muchos instrumentos. En medio de la urgencia para la limpieza de la cavidad hasta improvisó un inflador para bicicleta. Barba reflexiona: “Mientras acá, en ambientes completamente asépticos, a veces una gotita de sustancia fecal causa unas infecciones casi incontrolables, esa vez, a aquel paciente con la cavidad casi llena no le pasó nada”.

A quien sí le pasó algo que para muchos sería absolutamente inesperado fue a una paciente del ginecólogo cochabambino Eduardo Soto. La señora había decidido no tener más hijos, y, por lo tanto, se sometió a una ligadura de trompas de Falopio.

Meses después, el organismo había tomado sus propias decisiones. Un nuevo canal, construido por obra y gracia de las fuerzas naturales, permitió la unión de un óvulo y un espermatozoide. “A toda paciente le advertimos que el único método anticonceptivo seguro es: ni marido, ni novio ni amante”, dice Soto, sonriente. Explica que uno de cada 400 casos de ligadura de trompas suele admitir embarazos.

Lo que la ciencia aún no se ha explicado es cómo hace el organismo para reconstruir el milagroso canalito de la vida.

 

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¿Milagros? Pocos creen en ellos. Algunos piensan que se trata de energías. Lo cierto es que la ciencia aún no lo entiende.
Cortesía del entrevistado

CUESTIONES DE “FE”                     

Quien sí vivió una experiencia cercana a la real definición de milagro fue el propio Adrián Barba. Dentro de la tormentosa relación que sostienen médicos y religiosos, un día de 1982, varias personas decidieron hacerle una imposición de manos a un paciente. El hombre padecía de un voluminoso pseudo quiste y estaba en la víspera de ser operado. Según Barba, poco después de la imposición de manos, el pseudo quiste desapareció y la cirugía fue suspendida.  “Ellos no se dieron cuenta que el quiste había empezado a drenar por el tubo digestivo”, recuerda el médico, “¿cómo yo me iba a animar a explicarles que no hubo tal milagro?”.

Soto recuerda un caso más trágico. Un grupo de oración se resistió a que uno de sus miembros sea operado por una apendicitis aguda. El pastor había indicado que “el Señor lo curaría”. El afectado rechazó a los médicos. La congregación insistió en sus rezos. Pero el devoto murió. “Desde entonces no acepto al que me dice que ‘el Señor lo va a curar’”, explica Soto, “les contesto que Él no cura a pecadores”.

 

PERO A VECES…

Pero De la Gálvez Murillo guarda una historia especial. Un destacado profesional fue informado de que su esposa estaba afectada por un cáncer altamente agresivo en la cadera. Los oncólogos recomendaron una intervención inmediata. La única cura consistía en una desarticulación de la cadera y el fémur, procedimiento considerado peor que una mutilación.

Horas antes de semejante operación, en la oficina del profesional, una amistad intentó consolarlo asegurándole insistentemente: “Dios la va a ayudar, su esposa va a salir bien”. Él recuerda que le respondió: “Dios debe tener cosas más importantes que ocuparse de mis problemas”.

Después el hombre se dirigió a la clínica, pero no tenía dinero sencillo con qué pagar el taxi. Para cambiar los billetes optó por comprar una revista.

Era de noche. Los médicos preparaban a su esposa para la operación de la mañana.

Familiares y galenos apenas rompían un dramático silencio en el entorno  de la habitación. El esposo optó por refugiarse en la lectura.

Curiosamente en la revista se informaba sobre nuevas técnicas para combatir el cáncer. En un intento desesperado, el hombre inquirió al cirujano principal sobre la posibilidad de acudir a esas técnicas. Tras la charla, el cirujano suspendió por unos días la operación.

En ese lapso, un análisis algo retrasado reveló que el cáncer se hallaba inusualmente encapsulado dentro de una membrana muy casual.

El hecho coincidió con la llegada de una delegación de expertos franceses. Poco después, entre todos, concibieron una solución mucho menos traumática, basada en una pequeña prótesis. En los siguientes tres lustros la esposa llevó una vida prácticamente normal.

“Cuando los médicos pensamos que la ciencia lo explica todo, pasan estas cosas”, reflexiona De la Gálvez, “parecen decir que existe una ayuda superior que se acuerda de uno”.

 

UNA LARGA LISTA

La lista de historias de “milagros” bien podría llenar varios libros. Los galenos entrevistados citan desde un curandero que rehabilitó a una muchacha con epilepsia hasta varios casos de suicidas frustrados. De estos últimos destaca la suerte del adolescente que, por una pena sentimental, se lanzó del puente de Las Américas en La Paz. Cayó desde más de 100 metros sobre el capó de  un taxi y sólo se lastimó un brazo.

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¿Milagros? Pocos creen en ellos. Algunos piensan que se trata de energías. Lo cierto es que la ciencia aún no lo entiende.
Cortesía del entrevistado

 

NINGÚN NOVATO

Los cinco especialistas entrevistados para este reportaje son o fueron catedráticos universitarios. Todos hicieron posgrados en universidades del exterior. Tienen como mínimo 20 años de práctica y han ejercido su profesión en diversas capitales de Bolivia e incluso en países de Europa, EEUU y Latinoamérica. Alguno de ellos pidió que no se lo cite con su verdadero nombre. En el caso del fallecido doctor Alberto Sagárnaga apelamos al legado de sus memorias. Son una muestra de un universo de galenos que no pueden evadir las grandes sorpresas de la existencia. Cada uno con sus propias palabras parece recordar un viejo adagio: “Hay algo tan inevitable como la muerte: la vida”.          

 

UN MILAGRO NATURISTA

La doctora Grace Robles recuerda el caso de un obrero que llegó desesperado a su casa en medio del altiplano paceño. Se había hecho un corte, con una sierra eléctrica, que iba desde el dedo índice hasta prácticamente la mitad del antebrazo. Había huido de los médicos del hospital porque éstos le habían señalado que le iban a amputar gran parte de la zona afectada.

“El tiempo estaba en contra. La lesión era muy fea y procedí a trabajar con lo que había. Le dije: ‘Si sigues el tratamiento que te voy a hacer, pero sin fallar ni un día, te aseguro que no perderás el brazo’. Inicié un tratamiento con aloe vera. Improvisé un inmovilizador con una especie de yeso con clara de huevo y consuelda y le pedí que no levantara nada, ni una cuchara, con esa mano. Sorprendentemente, en menos de un mes se hizo una linda cicatriz. Hoy no parece que le hubiera pasado semejante accidente. A veces la Madre Naturaleza obra sin que sepamos cómo.

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¿Milagros? Pocos creen en ellos. Algunos piensan que se trata de energías. Lo cierto es que la ciencia aún no lo entiende.
Cortesía del entrevistado
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