“DESASOSIEGO…”
Dícese de esa sensación horrible de inquietud, de esa intranquilidad constante, de esa carencia de calma, de un nerviosismo persistente (a veces infundado), de ese desvelo que te roba horas preciosas de descanso, de ese afán que te convierte en improductivo, de esa incomodidad contigo mismo, de ese malestar permanente (hasta la sombra incomoda), de ese disgusto indisoluble, de esos monólogos internos que nos destruyen recordándonos lo mal que está todo, que nos impiden concentrarnos, ese nerviosismo que nos lleva a la desesperación y por qué no decirlo hasta la turbación. El desasosiego nos hace sentir afligidos, nos presiona, nos oprime, nos angustia, nos apena, nos deprime, nos asusta.
Nos asusta que los niños pierdan la inocencia, ese estado de pureza de alma, esa incapacidad de dañar por dañar. Nos asusta que los jóvenes pierdan la ilusión de construir su presente y proyectarse en la vida. Nos asusta que los adultos no crean en un mañana provisorio, en un “qué” dejar a sus hijos; nos asusta que los ancianos disipen la esperanza que sin ella sabemos que no hay refugio.
Nos asusta que se relativicen los principios (hoy la subsistencia de un embrión dentro del vientre puede estar sujeto a la interpretación de quien lo lleva adentro y así de fácil se cuestiona el “principio” de la vida), como hay también vientres que luchan por el fruto que engendraron y, sin embargo, sufren abandono de aquellos a quienes se entregaron en cuerpo y alma.
Nos asusta que se negocien los valores, con mucha liviandad se mercadea una amistad o la dignidad y se la vende al mejor postor. Nos asusta la corrupción, nos asusta la indiferencia, nos asusta el plagio, nos asusta la ilegalidad, nos asusta el dolor, nos asusta la injusticia, nos asusta el tráfico cualquiera que sea: drogas, personas u órganos. Nos asusta la anarquía, como también la dictadura.
Nos asusta el descontrol, nos asusta el desorden, nos asusta la violencia, nos asusta la desinformación, nos asusta la mala información o también la sobre información –nos satura y nos altera–. Nos asusta la mentira, nos asusta el engaño, nos asusta el abuso, nos asusta la apostasía, nos asusta el poder desmedido… en fin, son muchas las cosas que nos asustan y por tanto nos desequilibran; sin embargo, así como hay tantas cosas que nos asustan, ellas mismas paradójicamente nos orientan y nos re-encauzan.
Nos re-encauzan porque ese desasosiego hace que añoremos nuevamente la calma, la tranquilidad y la paz (ellas nos equilibran), especialmente la última –la paz– que es un estado del alma que no se encuentra en los pensamientos positivos, en la ausencia de conflictos o en buenos sentimientos, ella únicamente es producto de tener la certeza y convicción absoluta de que Dios controla todo, que en el fondo es el verdadero sosiego.
Entonces, la buscamos y también la valoramos doblando nuestras rodillas que desde ya es una excelente decisión y estrategia de lucha… “Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro?, mi socorro viene de Jehová que hizo los cielos y la tierra” (Sal. 121:1-2). No bastando mirar arriba, también nos damos cuenta que debemos mirar abajo: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).
Linda y poderosa promesa que nos infunde fe y esperanza como armas de combate, cimentadas en la confianza de que no estamos solos… (Si no fuera así, el desasosiego sería eterno y eso de verdad no sólo asusta, también aterra).
JEAN CARLA SABA DE ALISS
Pedagoga Social / Life Coaching
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