“Cárcel mental…”
Para el ciudadano común y corriente “como yo”, casi no existe diferencia entre una cárcel y una prisión, términos que los usamos de manera indistinta y sinónima; sin embargo, como dato curioso para los que están “como yo”, la cárcel había sido un término que se usa para una estadía corta, mientras que la palabra prisión está referida para una estadía de largo plazo (por mencionar una diferencia). Por supuesto, el tiempo que una persona (individuo para muchos) está albergado en uno de estos lugares, privado físicamente de su libertad, depende del grado de pena cometido, entre otras cosas.
Si hay algo precioso y preciado, se llama “libertad”, y ella se queda encerrada junto con el culpable dentro de los altos muros construidos con ese fin… ¡Encerrar!, lleve el nombre que lleve, su misión es encerrar; es decir, meter a una persona dentro de ese lugar que está cerrado para que no pueda salir cuando su voluntad lo disponga. Entonces, junto con esa maravillosa palabra llamada “libertad”, se encuentra otra también en cautiverio: “voluntad”. La libertad y la voluntad se encuentran cercadas por las paredes de ese terreno, indescriptible experiencia e inexpresable sensación para quienes están adentro de ellas, murallas construidas por otros y quienes las atiborran son personas que incluso siendo culpables gimen en su interior: “justicia”.
Y se encontraron… la libertad, la voluntad y la justicia arrinconadas.
Parando ahí, veremos que son tres términos que no necesitamos estar en un centro penitenciario para encarcelarlas.
Tenemos ideas que hacen de barrotes; tal vez, pensamos que no somos lo suficientemente listos, lindos o aceptados… y entonces, nos limitamos.
Tenemos penas y recuerdos que nos atan a un pasado que no podemos cambiar… y decidimos quedarnos donde estamos.
Tenemos suposiciones infundadas que nos aíslan y nos mantienen distanciados.
Tenemos ignorancia que nos separa de la sabiduría. De paso, dejo esto por aquí: “El principio de la sabiduría es el temor a Dios, los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Prov. 1:7), me parece que vamos a coincidir que si hay un tipo molesto de individuos es aquel auto considerado sabelotodo, aquel que no es receptivo, aquel que se niega a aprender, aquel que tiene una opinión dogmática y cerrada, aquel que constantemente hace pulsetas con Dios, sin reconocer que sólo Dios lo sabe todo; por tanto, vive no sólo preso, también esclavo de sus creencias.
Tenemos ataduras mentales que nos hacen creer que somos superiores a otros… ¿títulos, cargos o algún parentesco con alguien que lo tenga?
Tenemos trabas emocionales que nos encadenan a pesados grilletes (la ira por ejemplo es uno de ellos).
Tenemos dificultad para reconocer cuáles son los sentimientos que nos dominan y nos aprisionan (el orgullo, entre otros).
O tal vez, tenemos negligencia para no reconocer que nadie ni nada tiene el suficiente poder sobre nosotros como para evitar que seamos felices y ésa sí que es una prisión: la infelicidad.
El pensar que “no puedo”, “no tengo”, “es imposible”, “soy muy viejo”, “ya no es tiempo”, “es muy costoso” o “es sólo para inteligentes o ricos” son sólo ejemplos de sugestiones que nos juegan en contra, provocando un mayor encarcelamiento que con el tiempo causan estragos en la conciencia, paralizan nuestros pasos, limitan nuestro futuro y aprisionan nuestros sueños… ¿Será que todo esto es justo?
La libertad, la voluntad y la justicia deben ser rescatadas de las peores celdas que existen… nuestra propia mente (supongo que Nelson Mandela las rescató mientras su cuerpo estaba en una prisión y no en una cárcel, como pensaba yo).
JEAN CARLA SABA DE ALISS
Pedagoga Social / Life Coaching
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