Roberto Eckerstorfer emprendió su último y final camino
Texto: Luzgardo Muruá Pará, Oscarino 93-94
Fotos: Oscarinos
El sábado 3 de febrero, a las 17:04, acostumbrado a hacer de todo, desde cocinar hasta manipular una motoniveladora, pasando por dar clases magistrales o jugar con los niños como si él también lo fuera, Roberto Eckerstorfer Stoiber, el “Lagarto mayor”, como lo llamaban todos los que llegaron a conocerlo, labró su propio camino, y su alma alzó vuelo para acudir a la presencia del Creador, lugar adonde van los “lagartos” cien puntos.
Su partida, a sus 75 años, deja un profundo dolor en el círculo laico y religioso que llegó a conocerlo tal cual, pero sobre todo en la “Familia Oscarina”, esa que se forjó desde 1967 gracias al proyecto Obras Sociales de Caminos de Acceso Rural (Oscar), la cual solloza su partida.
Nacido el 18 de octubre de 1943, en el frío poblado de Linz, al norte deAustria, Roberto realizó la primera profesión en la Orden Franciscana el 7 de septiembre de 1965. Tres años más tarde, el 4 de octubre, tomó los votos solemnes y luego, el 29 de junio de 1970, fue ordenado sacerdote.
Su paso por esta existencia deja una imborrable estela de ejemplo y coherencia de vida al estilo de su gran maestro, Francisco de Asís, carácter que infundió hasta el último instante en todos los rincones donde estuvo.
BOLIVIA, SU SEGUNDA PATRIA
De llevar en su sangre el inclemente frío de su natal Linz, Roberto se anotó como misionero para llegar a Bolivia. Y arribó el 24 de octubre de 1972 a Roboré, en las misiones jesuíticas chiquitanas. Allí ejerció de párroco y capellán hasta que en 1982 tomó la posta del proyecto Oscar, que había creado en 1967 otro fraile, Miguel Dooling , fallecido en 1997.
Por los diversos campamentos que instaló este proyecto “sui géneris” donde se estudiaba, se hacía el servicio militar y se realizaban obras sociales, pasaron más de tres mil jóvenes bachilleres, afortunados por tener al frente a alguien que, como pocos, enseñaba con el ejemplo a convivir con el prójimo, entenderlo, sentirlo, ayudarlo, sin importar si era colla, camba, chapaco o lo que sea.
Tenía dos lemas tan cargados de humanismo como de practicidad: “La medida del hombre es lo que da” y “No critiques, hazlo mejor”.
También fue deportista, en sus buenos años “cuando era joven y guapo”, según se describía él mismo, fue arquero haciendo uso de lo que le dio la naturaleza: sus manazas grandes como halcones y sus largos brazos de orangután. Además de sus más de 1,90 m de estatura. Atajó bajo los tres palos hasta que una súbita lesión se lo impidió.
METÓDICO Y EXIGENTE
Metódico y práctico incluso para comer, a Roberto le bastaba tan sólo 10 minutos para distribuir las tareas de la jornada, desde las más simples hasta las más sofisticadas.
Pero cuando las cosas no salían tal cual se habían concebido, vociferaba un carajazo de aquellos y todo regresaba al sosiego. Y entonces sí se escuchaba el discurrir del río o los maravillosos rumores de la jungla de Alto Beni.
Pasa que Roberto no era un santo, tampoco quería serlo, por eso daba lo mismo verlo con un machete, un casco de ingeniero, un plato o una Biblia en sus enormes manos, haciendo de todo.
También se lo vio reír tantas veces al igual que llorar como un niño. Lloró cuando una riada se llevó todo el campamento; lloró cuando en la instrucción militar explotó una granada y se llevó la vida de dos oscarinos; lloró cuando el voluntario Wálter Suárez murió ahogado; lloraba al ver a los niños desnutridos. Y así, cada año, lloraba sin consuelo al despedir a los voluntarios, sus “lagartos” del alma. Es que Roberto era simplemente un ser humano, uno de carne y hueso.
Un día, embadurnadas las manos con grasa de camión, botas con barro, jeans sucio y polera de mangas cortas totalmente sudada, a la hora de oficiar un acto religioso: se emponchó la estola en el cuello, abrió la Biblia y ofició la misa.
CAMINOSY CONOCIMIENTO
Lo de hacer caminos sólo fue la punta del iceberg que Roberto vendría a descubrir en un lugar que no era el suyo, pues a medida que se internó en la oscura selva yungueña, asumió que los colonos venidos de Potosí, Oruro o el altiplano de La Paz no sólo necesitaban vías para sacar a vender sus plátanos, papaya o cítricos. Necesitaban conocimiento. Decidió entonces abrir caminos contra la ignorancia. Comenzó por ello a levantar escuelitas donde creyó pertinente, con techos de calamina, paredes de cañahueca y asientos de tabla. Por esas aulas, más de 100, han pasado decenas de chiquillos que hoy ya son profesionales.
De este modo, el proyecto inicial de hacer caminos, semejante a un árbol que da buenos frutos, se fue ramificando. De allí nacieron los programas de salud para combatir la lepra blanca o leshmaniasis, plaga peligrosa en Alto Beni dada la abundancia de mosquitos.
También se esforzó en eliminar la desnutrición infantil muy común en esa zona, enseñó a los colonos que para producir la tierra no es necesario realizar chaqueos indiscriminados y, por el contrario, el éxito radicaba en reforestar la Pachamama.
CINCO NOMBRES
Llegó a tener cinco nombres. El de pila era Ernesto, pero cuando tomó los votos religiosos, adoptó el de Roberto. Peor todavía, al internarse en la selva paceña, para facilitar a los colonos su impronunciable nombre (Roberto Eckerstorfer), se presentaba como “Roberto Mamani”.Sin embargo, muchos lo llamaban “Tata Roberto”. Otra parte de los colonos simplemente lo relacionaban con el nombre del proyecto y lo llamaban sin más “Padre Oscár”, así, con tilde en la “a”.
Una enfermedad lo mantuvo frágil en el último tiempo. Y precisamente cuando estaba a punto de derrotarla, en su innato afán de estar haciendo lo que sea, una caída fortuita cuando arreglaba su vivienda lo llevó al hospital. De ahí partió a la eternidad, justo adonde llegan los incondicionales “lagartits” que pasan haciendo el bien por este mundo. Hasta siempre “Lagarto mayor”.
ÚLTIMO ADIÓS
La misa de cuerpo presente de Fray Roberto Eckerstorfer, en la basílica de San Francisco de la ciudad de La Paz, fue el lunes, estuvo presidida por el obispo Aurelio Pessoa y concelebrada por uno de sus compañeros, Eusebio Konkolewski, quien lo acompañó en la conducción del proyecto Oscar desde 1988.
El proyecto Oscar recibió sus últimos voluntarios en 2011. Y luego cerró definitivamente después de 42 años.
GENEROS Y PRÁCTICO
SU PEDIDO FINAL FUE QUE LOS RECURSOS QUE PUDIERAN EMPLEARSE EN ARREGLOS FLORALES U OTROS SERVICIOS DURANTE SU SEPELIO, SE DESTINEN AL CENTRO PSIQUIÁTRICO SAN JUAN DE DIOS.
DOS LEMAS
“LA MEDIDA DEL HOMBRE ES LO QUE DA”.
“NO CRITIQUES, HAZLO MEJOR”.