Orlando Canedo: “Sobreviví al cáncer de testículo, piel y próstata”
Texto: Amparo Canedo
Tiene 79 años, siete hijas, nueve nietos y cinco o más perros en su casa de la Laguna Alalay de la ciudad de Cochabamba. Sus pequeños ojos, perdidos al sonreír, les madrugan a todos a las 05:00. Por la mañana, su humanidad de 1.78 va y viene regando plantas, ayudando en la cocina o frente a una autobiografía en elaboración. Los viernes se refugia en una cabaña regando plantas de durazno e higo y los domingos busca en los necrológicos de Los Tiempos el nombre de algún conocido que se fue al otro mundo, mientras algunas de sus hijas y nietos, que están de visita, revolotean a su alrededor. En el escritorio, cuelga una foto en blanco y negro con tomas en primer plano de 21 jóvenes médicos, él es uno de ellos: es la promoción 1964 de Medicina de la Universidad Mayor de San Simón. Él sabe quiénes de esa fotografía aún viven y quiénes murieron y de qué. Esa es la semana del cirujano urólogo ya jubilado Orlando Canedo Saavedra.
Y es que la muerte ha estado cada vez más presente en su vida y no sólo porque perdió de niño a su madre y uno a uno se fueron marchando sus hermanos, sino porque a estas alturas ya ha enfrentado tres batallas contra diferentes tipos de cáncer: de testículo, de piel y de próstata. ¿Y sabes qué? Las ganó todas.
No es la única historia de guerreros y sobrevivientes. En La Paz late otra alma que también vio acercarse al rostro de la muerte. A sus 34 años, la odontóloga Dalseny Vásquez Rivero fue diagnosticada de cáncer de colon y tuvieron que pasar cinco años para escuchar de labios de su oncólogo en Chile, Mauricio Mahave, que había cruzado la puerta de la muerte hacia la vida al vencer mal tan agresivo del que fue operada en junio de 2013 en el Instituto Oncológico Fundación Arturo López Pérez de Santiago de Chile. Ahora, ella sigue la última instrucción de su médico: “Sé feliz, no te estreses y vive tranquila. Todo lo que tú te propongas en la vida lo vas a conseguir. Nada es imposible para ti”.
Los dos son sobrevivientes y luchadores en un país, Bolivia, donde los casos de cáncer siguen en aumento. Cada año, en promedio, se registran 18.600 nuevos pacientes, el 65,4 por ciento son mujeres.
“TENGO 34 AÑOS, QUIERO VIVIR”
Una larga cabellera rojiza contrasta con la piel y los ojos claros de Dalseny. Nació en La Paz y es la tercera de seis hermanos. A sus 34 años el mundo se le vino abajo. Era marzo o abril de 2013 cuando empezó con los síntomas. Hacía de cuerpo con sangre. Pensaron que tenía parásitos y la trataron, pero no mejoró hasta que le hicieron una colonoscopía. “Ingresaron a la punta del iceberg sin anestesia, era un dolor que no puedes imaginar. En ese momento me puse mal. El doctor dijo: ‘Aquí hay un tumor al que hay que ponerle nombre y apellido. El médico estaba sentado en su escritorio. ‘Puede ser que sea cáncer’, dijo en voz alta. Yo me estaba vistiendo en el baño. Escuché. Se me pararon los cabellos. Fue terrible. Cómo me voy a morir. Lo último que piensas en este mundo es que puedes tener cáncer, ¿quién piensa eso?”. Luego le hicieron biopsia y confirmaron el mal. Fue a tres médicos. La última doctora le recomendó hacerse tratar en Argentina o Chile.
Ya en Chile, en el Instituto Oncológico Fundación Arturo López Pérez, le hicieron nuevamente todos los exámenes. “Hay que operar”, dijo el médico. “Es el momento en que pisas el fondo del fondo del fondo y te das cuenta de que la vida había sido tan hermosa. Yo decía: ‘Tengo 34 años, quiero vivir’. Te aferras a la vida. Ahí empiezas a valorar todo, la vida. Entré a cirugía el 15 de junio de 2013. Me hicieron tres cirugías en uno porque tenía un cáncer establecido en el colon, pero también había tenido una lesión que se estaba convirtiendo en cáncer cérvico uterino. Gracias al colon detectaron el otro cáncer inicial. La operación duró siete horas. Costó alrededor de 20 mil dólares”. Al final gastó unos 70 mil dólares en total. Su familia la ayudó.
El gerente Comercial Internacional del instituto oncológico mencionado, Alfonso Alcalde Eyzaguirre, indicó desde Chile que en 2016 fueron tratados –en ese centro médico– 203 bolivianos, y en 2017, esa cifra subió a 301 de 48.331 pacientes que recibieron tratamiento el año pasado en todo tipo de cáncer, menos el pediátrico.
El vía crucis no terminó para Dalseny con la operación. Tuvo que pasar por 12 ciclos de quimioterapia que le oscurecieron la piel; aunque su cabello se mantuvo firme. Y cada vez que debía asistir a un nuevo control cada seis meses en Chile, ingresaba al consultorio del oncólogo con el Jesús en la boca. “Yo cumpliré en julio cinco años sin cáncer. El 23 de enero cumplí cuatro años sin quimioterapia. Este último año es el último control semestral. Fui a Chile cada seis meses. Luego me pasarán a control anual”.
“Ahora estoy libre del cáncer. En septiembre del año pasado el doctor me dijo sana, sanita. Alegría gigante. Para un paciente que ha tenido cáncer, cada examen es con un Jesús en la boca. No sabes qué te van a decir. Vas a tu examen, pero no sabes qué va a pasar. Cuando sales y te dicen todo bien, es como una bendición, te sientes la persona más feliz del mundo”.
“QUIERO VIVIR 10 AÑOS MÁS”
Tenía sólo 27 años y recién se especializaba en Cali (Colombia) como cirujano urólogo cuando por primera vez se le acercó la muerte. No esperó a que los especialistas opinaran mucho y se hizo extirpar el testículo derecho.
Al segundo cáncer de piel, él asegura que no le prestó mucha importancia. Sucedió el año 1975.
El tercer cáncer mostró la cara silenciosamente en enero de 2017 cuando el rutinario examen anual de sangre para observar los niveles de PSA (análisis del antígeno prostático específico) dio una elevación que luego de otros exámenes más confirmó las sospechas: era cáncer de próstata que se había instalado en el cuerpo del médico para dar batalla. Después de otros estudios más hubo una junta médica para aconsejar al colega. Todos estuvieron de acuerdo en que un tratamiento combinado sería lo mejor y le recomendaron hacerse tratar en Chile.
De la noche a la mañana, el urólogo tomó una decisión parecida a aquella que había tomado a sus 27 años, sólo que esta vez se quedaba sin el otro testículo. Ahora, él evalúa que fue lo mejor e, incluso, lo más barato.
“Fui al Instituto Oncológico Fundación Arturo López Pérez de Santiago de Chile. El médico que me trató dijo que el tratamiento sería combinado entre lo hormonal y la radioterapia. El primero ya lo tenía (al haberse hecho extirpar el testículo que le quedaba). Para la radioterapia había que esperar tres meses. Esperé y regresé a Chile. Me hicieron el tratamiento. La ventaja allá es que el ciclo de radioterapia no es el mismo. Se llama tomoterapia. Es un tratamiento más moderno, más efectivo. Me he sometido a un tratamiento de 28 sesiones durante 28 días. Cada día una sesión con diferentes horarios”.
Ahora dice que se siente bien; aunque cree que lo único que ha hecho es comprarle a la vida más tiempo para vivir con calidad, sin arrastrar los pies, por lo que calcula unos 10 años más con suerte. No quiere más. En la Navidad de 2017, toda la familia se reunió para festejar la vida. Todas sus hijas llegaron a Cochabamba para estar al lado de este luchador, mi padre.