La utopía olímpica: entre callos y latigazos
Con 15 años recién cumplidos y casi sin imaginárselo, la nadadora cochabambina Karen Tórrez se vio en la pantalla gigante del Nido de Pájaros de Pequín, desfilando en la inauguración de los Juegos Olímpicos que arrancaron un 08/08/08 a las 8pm, hace ya una década.
Con los ojos desbordados y una sonrisa paralizada por los nervios, Karen, que finalmente no logró competir en aquella ocasión, comenzó su andadura en unos juegos deportivos internacionales con la experiencia más intensa que un deportista pueda experimentar. Entre fotos con Roger Federer, piscinas con corcheras ergonómicas, 15 días de aprendizaje con la élite mundial y un tatuaje lavable en la mejilla con los aros olímpicos, así estrenó Karen su título de nadadora profesional, desde entonces y hasta que decida dejar de serlo, ojalá algún día lejano.
En aquella ocasión, una gambeta —o una ambigüedad en la normativa de nominación nacional de deportistas— impidió que Tórrez compitiera estando ya dispuesta a hacerlo y en perfectas condiciones físicas, pues su rival Katherine Moreno tenía mejores marcas en campeonatos clasificatorios internacionales, aun cuando Karen la ganó en los campeonatos nacionales previos y en enfrentamientos directos en aquel 2008. Inexplicables situaciones que suceden en países como el nuestro, desagradables para ambas partes afectadas, cada una con su verdad plenamente justificada.
A 10 años vista de aquella cita, Karen que hoy se remoja en la flamante piscina olímpica de La Chimba donde competirá a partir de esta semana, ha podido madurar tras una larga estancia codeándose con la élite europea en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cougat, Barcelona. Allí, y luego de cientos de madrugadas en ayunas, de años de siestas y estudios interrumpidos y de amistades postergadas por una vida austera en cuanto a jolgorios, ha logrado construir una sólida carrera deportiva que la coloca como la más importante nadadora boliviana de todos los tiempos. La valluna ha sido la única bañista capaz de hacer marca mínima para unos Juegos Olímpicos —en 2016—, además de colgarse sendas medallas en Campeonatos Sudamericanos absolutos y Juegos Bolivarianos.Nuestra atleta es posiblemente la carta más clara de presencia en el podio cuando se dé el pistoletazo de salida en las pruebas de 50, 100 y 200 metros libres en la piscina olímpica de La Chimba.
LA UTOPÍA DE LA VILLA OLÍMPICA
La mayor parte de urbanistas y arquitectos sueña con diseñar una ciudadela que contenga los elementos materiales e inmateriales que una villa olímpica muestra en una efímera quincena. Recursos económicos y humanos a raudales, la posibilidad de combinar viviendas nuevas con las antiguas, visibilidad y, sobre todo, que su obra sea testeada por casi 10.000 deportistas, entrenadores y dirigentes que llegan en el mejor estado físico posible, es un caramelo inigualable, cuando menos en maqueta. Y lo es para gente del ámbito deportivo, político y por qué no, del mercado inmobiliario. Esos ejércitos contemporáneos de atletas, configurados al calor del derroche de burocracias ávidas de votos, seleccionados por sus respectivos países para una suerte de contienda bélica light, en la que se exacerban nacionalismos y comparaciones desproporcionadas, son la excusa perfecta para invertir o gastar a manos llenas y para aprobar, por la vía del decretazo u ordenanza, transformaciones urbanas que de otra forma no serían posibles. Transformaciones a veces necesarias, pero que generalmente son anticuados cantos de sirena de nuevo rico, con tufo estalinista del siglo pasado.
Asumida la parafernalia desarrollista, lo positivo y mágico de una villa olímpica no estriba en sus detalles frecuentemente inconclusos o maquillados gracias a la sumisa fuerza laboral castrense y su mano de obra forzosamente gratuita, sino al espíritu de convivencia que se da dentro de ella. Eso es precisamente lo que diferencia a unos juegos deportivos de un campeonato sudamericano: la sumatoria y sinergia exponencial que únicamente se alcanza cuando se convive con el hoy rival,y mañana amigo.
Esos secretos surgen en los cuatro muros que conforman una suerte de Las Vegas de la competición, donde lo que sucede en la villa olímpica, se queda en la villa olímpica. Ejemplos hay para dar cháchara durante horas: la envidia consumada de Tonya Harding cuando comisionó a un matón de poca monta partirle la pierna a su rival deportiva en los Juegos Olímpicos de invierno en 1994. O cuando Ben Johnson orinó los anabólicos que le ayudarían a hacer una marca estratosférica posteriormente anulada por dopaje. Inclusive cuando cada cuatro años leemos el consabido reportaje que narra que los preservativos se agotaron entre los deportistas, como si eso fuera una versión modernista de Sodoma.
En las villas deportivas también acechan los fantasmas del triunfo y de la derrota, a partes iguales. Sus baldosas son testigos de charcos de sangre, moretes y carcajadas exageradas. Las mayores satisfacciones y frustraciones, que para bien o mal, marcarán el resto de la vida de sus protagonistas. Algunos aumentarán sus pretensiones, acaso pasando de ser meros aspirantes a campeones consolidados, y otros terminarán un ciclo vital, inclusive con la muerte. El marchista nacional Eloy Quispe, uno de los más grandes deportistas y entrenadores nacionales que se recuerde, siguió los derroteros de los aparapitas de Jaime Sáenz. Falleció en el Averno de los Juegos Suramericanos de Cuenca 1998, sumido entre alcohol y un paro cardiorrespiratorio, dejando a su heredera deportiva y estrella emergente en ese entonces, Geovanna Irusta, huérfana de tutor.
MÁS HARDWARE QUE SOFTWARE
En los últimos meses se han inaugurado en el departamento de Cochabamba cinco pistas sintéticas de atletismo, por varios millones de dólares, pintadas coincidentemente con los colores de los partidos políticos que manejan los gobiernos nacionales y locales que las han patrocinado. Son tantas como las que se construyeron en todo el país entre 1977 y 2009, año en que se celebraron los Juegos Bolivarianos de La Paz y Sucre respectivamente. Algunas de estas instalaciones deportivas se antojan redundantes o ineficientes, cuando no innecesarias, teniendo en cuenta que, a una semana del comienzo de los juegos, Bolivia carece no sólo ya de unos viáticos dignos, sino de entrenadores regularmente remunerados con un ítem estable que les permita vivir dignamente de la formación deportiva.
En el ámbito de la educación y capacitación privada el asunto no varía demasiado: algún entrenador de tenis y voleibol, y el resto son mecenas que trabajan a pérdida. Eso sí, no tenemos entrenadores, ni formadores de formadores, pero sí un flamante picadero de equitación en Tarata, cinco hermosas canchas de tenis sin tenistas en Villa Tunari, un patinódromo donde había una reserva de aves en Coña Coña y un nuevo velódromo que reemplazará a otro que jamás se utilizó en competiciones oficiales.
Quizás nunca unos juegos deportivos hayan sido utilizados de una manera tan política y con tanto despilfarro, aun cuando esa suela ser la motivación principal en este tipo de citas.
No obstante, en términos educativos y simbólicos, unos juegos deportivos internacionales pueden significar un salto cuántico, en lo relacionado con la desmitificación del deportista internacional —igualmente de carne y hueso— y también en la labor pedagógica con el aficionado. Disciplinas como bádminton, pelota vasca, pentatlón moderno, lucha grecorromana o patinaje, puntúan igual que el fútbol o el básquet: una medalla.
En un ambiente en el que la dictadura del fútbol arrasa en los campos deportivos y en la dirigencia estatal, dar pábulo al resto, es un brote de aire fresco que permite poder apreciar una diversidad de deportes que abarcan tierra, agua y aire.
No hay que minimizar tampoco la sobredosis de motivación y presión que significa para los deportistas competir ante entusiastas hinchas que les aplaudan y animen. Por única vez, un país estará pendiente de sus resultados deportivos, y sobre todo de sus protagonistas, que protagonizarán comentarios en el café de la oficina y en los de puestos del mercado. Por fortuna, además, lo viviremos en una época en la que el espectador puede echar mano de Google y satisfacer su curiosidad.
Quizás la situación no sea perfecta, pero podemos vivir la utopía olímpica a nuestro modo. Podremos disfrutar, a partir de la próxima semana, de esa magia exponencial de los festivales culturales y deportivos, que permiten ir a comer una salteña y conversar con el individuo de la mesa de al lado, acaso esperando que sea el Neymar, el Del Potro o el Etcheverry del mañana. O simplemente un turista de los más de 10.000 que se esperan, y que merece saber que las salteñas normales son picantes, que contienen una peligrosa pepa de aceituna, abundante caldo y un sabor exquisito.
EL ENCUENTRO
Los Juegos Suramericanos Cochabamba 2018, en su décima primera versión, son el evento polideportivo más importante de la región sur del continente, en el que participan atletas de los países de América del Sur y algunos países del Caribe.
El encuentro deportivo se realizará del 26 de mayo al 8 de junio en 43 escenarios deportivos en Cochabamba.