Ramadas, su feria de colores
Ramadas estabade fiesta, estaba de feria, “la más importante de la región andina de Cochabamba”, dice complacido Fernando Ortega, secretario general del Gobierno Autónomo de ese municipio, del cual Ramadas es un distrito, a orillas del río que da su nombre a la provincia y al municipio: Tapacarí.
Y es para creerle a Fernando Ortega.La feria de Ramadas que es anual, y se realiza siempre el segundo fin de semana de junio, “comienza elsábado en la tarde con la tradicional q’uwa y la participación de grupos autóctonos de la provincia”, cuenta.
Miles acuden a la feria de Ramadas, a una hora y 40 minutos al oeste de Cochabamba, a 15 kilómetros al norte de Parotani.
Pero la mayor parte de los asistentes no son de la ciudad. “Vienen de Sivinga, Kalliri, Waykampara, Aramasi, Sub central Waca Playa, Sub central Qhochimarca, de todas las comunidades del distrito Ramadas (64), y de la provincia Tapacarí, aproximadamente 120. También viene gente de lasprovincias y municipios vecinos”, explica Ortega.
Esta vez superan fácilmente las 5.000 personas. A media mañana del domingo 10 de junio, el alegre estado de algunos comunarios y el reposo de otros, echados sobre el pasto, evidencian que la fiesta comenzó la víspera.
Los que llegan recién, instalan sus puestos en el suelo, la mayoría trae los productos de su tierra: tubérculos de formas, colores y sabores diversos; hortalizas blancas, anaranjadas y púrpuras –nabos, zanahorias y remolachas–; cereales y tostado de granos: cebada, c’ala cebada, trigo –pequeño y grande–, ch’ui, maíz...
Los frutos de la tierra yacen sobre un aguayo que cubre el suelo. Otros están expuestos en una especie de cilindros de paja, sostenidos con palitos: espectaculares mostradores.
Vienen de cerca o de lejos, los expositores. Y se colocan en un orden espontáneo, ocupando la cancha de fútbol del pueblo.
Algunos han caminado “casi seis horas” para llegar hasta Ramadas, el esfuerzo parece no importarles.Comoa Mercedes Quiroga que viene de Lapiani, “allá arriba” y se ha levantado “a las cuatro de la mañana, porque siempre vengo. Cómo no voy a venir pues”.
Los jóvenes también están en la feria, numerosos. Llegan, se lavan cara y manos y mojan sus cabellos en un chorro de agua que fluye de una gruesa cañería. Las jovencitas se peinan, todas, con un pequeño jopo donde acaba la perfecta línea que divide sus cabellos en dos mechones idénticos de los que arranca el infaltable par de trenzas. Los varones también se peinan la larga mecha de sus cortes a la moda, aunque algunos se coloquen el colorido ch’ulo típico de la región andina.
La feria es también el espectacular toro tinku, los tejidos, y las vistosas mantas y chaquetas bordadas –que serán el tema de un próximo reportaje–. Y también los feriantes de oficio, algunos de los cuales están al otro lado de esta página.
EUSEBIO, EL ABARQUERO, ERA CHOFER
Eusebio Toribio vende las abarcas de goma de llanta que fabrica. Lo hace tres años, cuando abandonó su oficio de conductor “Mis hijos dicen: ‘eres chofer, por qué no trabajas con movilidad’. Yo no quiero seguir siendo chofer. Con las abarcas se puede ahorrar y estar en mi casa. Cuando viajo (como conductor), dejo a mi familia, dejo a mis hijos. Con esto no, feliz estoy”, dice Eusebio.
Él fabrica y vende tres modelos de abarcas: “para las señoras, para los jóvenes, para caballero y para niños”. Su modelo estrella es la clásica, esa que conserva la trama de la llanta en su planta, a 50 bolivianos el par. Ese fue su modelo de aprendizaje, porque Eusebio aprendió su nuevo oficio mirando “el original”. “Primero me he inventado cuchillo y luego recién me he puesto a cortar”, cuenta.
VIAJERAS FERIANTES Y AMIGAS
Tomasa Araníbar tiene 72 años, es tarateña y vende alfarería que compra en “Huayculi, ahí arriba de Tarata”. Sus artículos más caros son los fogones, “hay de 95 y de 65 bolivianos. Las ollas y platos son lo que más sale. La olla más grande, 38, 40 cuesta”, explica Tomasa, en quechua cerrado. Como los feriantes de oficio, ella va de feria en feria, a veces con Genoveva Franco, la canastera de 58 años.
“Mis canastas vienen de Chulla, de Quillacollo hacia arriba. Allí hacen las canastas, de cañahueca y de otros materiales también hay. Hay de todo modelo, ovalado, redondo. Mi esposo es músico, tiene su banda, él toca trompeta. Yo hago negocio nomás. La canasta más cara es la de panadero, cuesta 250 bolivianos, hasta 180, más chicas. Lo que más vendo es la canasta para pelar papas: de cinco bolivianos, de 10 más grandecita”, explica la canastera.
LUCÍA HACE EL PAN COMO SU MAMÁ
Pan, empanadas de lacayote y “fruta seca” (galletas) es lo que vende Lucía Lucas tapacareña de 24 años.“Nosotros hacemos todo, en la familia.
Hago esto desde chica, mi mamá me ha enseñado. Ahora mi mamá es mayorcita y ya no puede hacer y yo hago. Mi papá, hace mucho que no está con nosotros. Yo voy a otras partes llevando lo que hacemos”, cuenta Lucía.
“El pan cuesta 50 centavos, es de harina de trigo y un poquito de harina blanca (industrial) más. La harina de trigo es lo que produce aquí, nosotros sembramos el trigo, cosechamos, lo lavamos biencito y se hace secar. Después se muele. La fruta seca se hace con huevo, con harina blanca, con azúcar, canela, cada unita cuesta 50 centavos. Las empanadas de lacayote cuestan a cuatro, por cinco bolivianos”.
FAUSTINO, PASCUALA Y CHUQUITO
Pacuala Lizarazu y Faustino Ventura tienen nueve hijos “el menor de seis años” y tres alpacas, dos adultas: hembra, macho y su cría. Chuquito se llama el blanco alpaquito de tres años. Pascuala, Faustino y Chuquito trabajan juntos en las ferias sacando fotos, “a 10 bolivianos” el retrato en el decorado concebido por los esposos, y Chuquito es la parte más atractiva. Hace ocho años que estos quillacolleños van por las ferias, “no a todas porque no tenemos movilidad”. Antes de ser fotógrafo, Faustino era albañil, hasta que, como resultado de un accidente con un cable de alta tensión, perdió el brazo izquierdo y sufrió quemaduras en ambas piernas.
Entonces, ellos optaron por este trabajo y pensaron que con unos animalitos bellos como éste les iría mejor. “No nos quejamos”, dice el fotógrafo.