Sumo femenino, ¡Ellas también pueden!
Texto: Por Edurne Morillo
EFE / REPORTAJES
Hikaru Mizunuma, de 18 años, ha pasado los últimos ocho practicando sumo. Aunque es consciente de que es muy difícil que pueda competir de forma profesional, esto no le impide dejarse la piel en el “dohyo” (ring) cada día.
Mizunuma es una de las tantas deportistas aficionadas que practican sumo en Japón, un arte marcial con un fuerte arraigo en la tradición que queda reservado exclusivamente a los hombres y que las mujeres sólo pueden disfrutar de forma amateur.
A pesar de los 35 grados y la elevada humedad que azotan el centro de Japón, esta joven estudiante prepara con esmero cada detalle antes de que llegue su entrenador y el resto de sus compañeros al Club de Sumo de la Universidad de Asahi (Gifu), donde practican juntos nueve mujeres y veintiocho hombres.
CHICAS CON “MAWASHI”.
Aunque ellas llevan debajo ropa deportiva, chicos y chicas acuden a la clase ataviados con el “mawashi” (el cinturón reglamentario que visten los luchadores de sumo) y calientan e intercambian envites juntos. Sin embargo, por motivos de seguridad los combates completos los realizan por separado.
“Tradicionalmente se ha considerado como un deporte sólo para chicos. Ha sido así durante décadas y esta es una realidad que debemos aceptar”, lamenta Mizunuma, quien lleva practicando sumo desde que tenía 10 años.
Esto se debe a que este arte marcial entremezcla competición con ritos tradicionales y religiosos sintoístas, donde los luchadores son vistos como guardianes y las mujeres tienen totalmente prohibido tocar el “dohyo”.
Las tradiciones sintoístas consideran la sangre como un elemento contaminante y relacionado con la muerte, por lo que la menstruación convierte a las mujeres, según estas creencias, en “impuras” y su presencia queda vedada de los lugares sagrados.
Sin embargo, esto no siempre ha sido así y fue precisamente una mujer la precursora de esta forma de lucha, cuyo primer combate registrado data del año 642, cuando la emperatriz Kogyoku instó a su guardia personal a pelear entre ellos con el fin de entretener a unos invitados.
En un principio, las mujeres tenían prohibido asistir a los combates de sumo, cuya condición de rito los convirtió en una forma de entretenimiento destinada exclusivamente a los hombres, no obstante, a partir del período Edo (1603-1868), algunas comenzaron a poder practicarlo de forma amateur.
EL EMPUJE DE UNA AFICIÓN
Los orígenes del “onna-zumo” (sumo femenino) estaban totalmente alejados de la religión y se relacionaban más con una forma de espectáculo erótico para los “shogunes” (señores feudales), lo que llevó a que fuera prohibido en períodos alternos hasta finales del siglo XIX.
No fue hasta 1980 cuando los japoneses comenzaron a comprender las posibilidades que tenía este deporte, al observar el éxito que cosechaba en otros países europeos y latinoamericanos y empezaron así a fomentarlo también en la isla.
Nanami Ishizaki practica sumo desde que tenía nueve años. Quería que este arte marcial le ayudara a ganar fuerza en las piernas para mejorar en el judo, aunque ahora, con 19,se ha convertido en su principal afición.
“A menudo me preguntan por qué practico este deporte siendo una chica”, explica Ishizaki, quien responde tajante que “es más interesante ver competir a una mujer que a un hombre”.
Los luchadores de sumo están supeditados a una férrea disciplina y un código de conducta ejemplar tanto dentro como fuera del ring, una imagen que se ha visto salpicada en los últimos años por varios escándalos de corrupción, violencia, drogas y discriminación.
La última polémica que sacudió a este arte marcial se produjo el pasado abril cuando dos mujeres que atendían a un hombre que sufrió un colapso en medio del ring fueron expulsadas del mismo mientras realizaban las labores de reanimación.
Este suceso reabrió el debate en Japón sobre la aceptación de las mujeres en el “dohyo” y obligó a la Asociación de Sumo nipona a estudiar su acceso en casos de emergencia, asistencia médica o entrega de premios, aunque no así para la competición profesional.
“Me parece muy triste. Las mujeres entraron en el ring para salvarle la vida a una persona. No hay nada de sucio en eso”, señala Ishizaki.
Otra mujer que se vio afectada por esta férrea normativa fue la Gobernadora de la prefectura de Osaka, Fusae Ota, a quien en el año 2000 se le prohibió entregar el trofeo en un torneo, lo que le llevó a reclamar repetidamente a la Asociación de Sumo un cambio en su normativa hasta que dejó el cargo. Sin éxito.
Mientras que el sumo profesional mantiene su negativa a permitir la inclusión de las mujeres, su vertiente amateur ha tomado la batuta para hacer que éstas sean reconocidas a nivel internacional.
Sobre todo ante la posibilidad de que el Comité Olímpico Internacional (COI) lo convierta en un deporte olímpico, como ya se ha intentado en varias ocasiones.
“Creo que muchas mujeres se deberían apuntar a practicar sumo y tener el derecho a competir. Ha llegado el momento de que las cosas cambien”, concluye Ishizaki.
YA HAY 300 LUCHADORAS
Japón cuenta con unas 300 luchadoras inscritas en la federación para aficionados, pero miles de jóvenes deportistas lo practican en clubes escolares, de instituto o de centros universitarios.
Históricamente, los orígenes del sumo femenino estaban totalmente alejados de la religión y se relacionaban más con una forma de espectáculo erótico.
CURIOSOS ORÍGENES
El primer combate de sumo registrado tuvo lugar en el año 642, cuando la emperatriz Kogyoku pidió a su guardia personal que pelearan entre ellos para entretener a los invitados.
Las tradiciones sintoístas, nativas de japón, consideran la sangre como un elemento contaminante y relacionado con la muerte.
Según estas creencias, la menstruación convierte a las mujeres en “impuras”, por lo que su presencia fue prohibida en los lugares sagrados.