El monte, verde y mágico
Villa Tunari es “la puerta del trópico de Cochabamba”, pero es también la capital de uno de los municipios más grandes del departamento y, con seguridad, el más nutrido en atractivos turísticos, el más visitado por sus encantos. Tantos, que para conocerlos y disfrutarlos todos son necesarias varias visitas.
Esta se concentra en dos lugares donde el atractivo principal, pero no el único, es el agua. Los dos están antes de llegar al “pueblo” de Villa Tunari.
LAGUNA PARAÍSO
El primero, a 130 kilómetros de Cochabamba, a 250 metros sobre el nivel del mar, es el sitio llamado Laguna Paraíso, un complejo turístico administrado por los comunarios del lugar y que, en principio, ofrece albergue, alimentación y algunos servicios accesorios.
Pero todo ello no es imprescindible para disfrutar del lugar, pues su encanto es accesible desde que se atraviesa el puentecito, a pocos metros de la carretera asfaltada, que lleva a un sendero empedrado. El caminito discurre pegado al flanco de un cerro y rápidamente se interna en el monte: húmedo, cálido, más que cálido si el día está soleado.
Es una placida introducción al encanto del trópico. Unas cuantas ligeras curvas, otras tantas subidas y bajadas, también ligeras… y ahí está: la Laguna Paraíso. Es un espejo de agua que duplica el cielo, las nubes, las montañas lejanas y los árboles del monte que bordea uno de sus lados.
Tranquilas aguas, su superficie se mueve apenas en tenues líneas paralelas, de amplias curvas. Un pájaro traza otra curva en su rápido vuelo, silencioso, parece que quiere mirarse en el espejo del agua que refleja su mediana figura color café, amarillo brillante en el borde de sus alas. Desde el monte cercano llega el grito de un tojo, otro pájaro cuyo silbido grave, entrecortado, parece rebotar varias veces, hasta apagarse.
Paz. El lugar parece suspendido en ninguna parte, lejos de cualquier sitio. El aire es limpio, húmedo y tibio. Las nubes pasean, lentamente. Su blancura se refleja en el agua.
El agua. Limpia, casi del todo transparente, deja ver las piedrecillas del fondo, cerca de la orilla. Y está ligeramente tibia, el agua: la temperatura perfecta para un chapuzón. Nadar en la Laguna Paraíso es como un bautizo de naturaleza. El agua es ligera y el cuerpo se desliza sin esfuerzo rompiendo la calma plana de la superficie. A una decena de metros de la orilla, el fondo parece desaparecer.
La laguna es profunda y, a menos que uno sea buen nadador, lo prudente es meter en el agua sólo los pies, sentado tranquilamente en la orilla.
Pero el agua no es el único atractivo aquí. Justo antes del punto donde el sendero desemboca en la laguna hay otro caminito que parte hacia la derecha: “Al mirador”, proclama un letrero que invita a emprender la caminata por una senda que, casi de inmediato, comienza a trepar en el monte.
Es un sendero, como de un metro de ancho, que zigzaguea a medida que asciende. Encantadora senda con graditas formadas, en algunos tramos, por piedras acomodadas entre las raíces superficiales y casi horizontales de los árboles de esta jungla gentil. Y esas piedras que forman la caprichosa escalinata parecen, a ratos, forradas de terciopelo, de un terciopelo verde encendido, gastado en los vértices que se asoman grises, negruzcos: es el musgo que cubre las rocas, las raíces, parte de la tierra de la superficie. Un musgo ligeramente húmedo que parece recién colocado y que brilla de un verdor vital en el aire de la mañana.
NOVIA YUNGUEÑA
Otro sendero, otra maravilla. Está a unos 110 kilómetros de Cochabamba, cerca de un pequeño pueblo llamado Campo Vía, próximo a Cristal Mayu.
Allí, del extremo sur del puente sobre el río Juntas de Corani parte un sendero señalado por un cartel verde cuyas letras blancas dan la bienvenida al Velo de la Novia Yungueña y al mirador Chocolatal.
El sendero arranca en un franco ascenso, zigzagueante en sus primeros 200 o 250 metros, luego recto y menos empinado.
El verde del monte no es uno: es una multitud de verdes. Desde el oscuro casi gris hasta el claro-agua la gama de matices es asombrosa, como es asombrosa esa variedad de hojas y especies vegetales que parece ilimitada. Helechos de todo tipo cuelgan de los árboles, crecen acurrucados en suelo, pegados a los troncos, extienden sus gigantescas hojas o se elevan como arbolitos. Florecillas anaranjadas, púrpuras, amarillas, coloradas... brillan sobre el verde brillante del follaje matizado por los marrones de las cortezas de los árboles y de las hojas secas, de muchos tamaños y diseños, que cubren el suelo.
Ambaybos, tembes, palmeras nativas, chillijchi tropical,manzano del brasil, balsa, palto, palo santo... El monte es el reino de los árboles, Su trono es ese suelo cubierto por el suave humus, oloroso a humedad profunda, a fecundidad atrevida.
Al final de la senda, como un premio, como una promesa que se cumple en ese instante: el Velo de la Novia Yungueña.
El agua se precipita de gran altura, rozando la pared vertical que forma un semicírculo,verde de arriba abajo. Verde del musgo brillante que se lava sin cesar con esa lluvia imperceptible del agua que se atomiza al caer.
Justo debajo de la cascada, a medias sumergido en esa poza fresca y transparente como cristal, la piel recibe el torrente de gotas que la golpean, vivificantes, plenas de una energía indescriptible y bendita que euforiza y desespera por un instante, para luego convertirse, como un alivio, en profunda y conmovedora gratitud.
BOSQUES
Los árboles del monte chapareño pueden alcanzar entre 30 y 50 metros de altura. En invierno, los mapajos en flor son como manchas rosa-pastel sobre el fondo verde de la selva. También hay chillijchis, tropicales, cuyas flores tienen un color rojo encendido.