Guillermo Mariaca: El sistema educativo boliviano está en retroceso

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Publicado el 18/02/2019 a las 0h00
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Guillermo Mariaca conversó con OH! sobre dos aspectos que marcan a una de las áreas centrales para el desarrollo boliviano: el sistema educativo. Su postura se muestra decididamente crítica en dos sentidos complementarios: un diagnóstico marcado por muy bajas notas y una solución que asume décadas de trabajo articulado a un plan que considera cada vez más urgente.

 

—Usted mencionó que la educación boliviana no es educación, ¿por qué?

—Una educación que contribuya al desarrollo humano debería tener dos condiciones previas: la primera es alta calidad, internacionalmente contrastable. Pero como en Bolivia no hay medición de calidad educativa, tenemos un problema gravísimo. Por lo poco que se sabe, por dos informes que tenemos, sabemos que la calidad educativa del sistema público es pésima.

La segunda característica que debía tener una buena educación es que los profesores, además de tener una formación universitaria proba, con las especialidades correspondientes, tengan la libertad para hacer dos cosas: primero, cumplir, de manera verificable, con las competencias mínimas que deben adquirir los estudiantes en la educación básica. Y simultáneamente deberían tener márgenes de libertad para realizar innovaciones pedagógicas, didácticas e inclusive curriculares en el sistema educativo.

Como estas dos condiciones previas no se cumplen, la educación boliviana no es educación, es apenas instrucción. Se limita a repetir protocolos curriculares y didácticos impuestos por el Ministerio de Educación. Sabemos, por tanto, que la formación de nuestros profesores los dirige a ser instructores y no a ser profesores. Mientras sigamos así la educación boliviana seguirá en el desastre en el que habita, y no podrá contribuir al desarrollo humano.

 

—¿Por qué innovaciones? ¿En qué sentido?

—Si los profesores no tienen la posibilidad de innovar, de aportar, para ajustar un modelo curricular que debiera ser muy general y sólo indicativo a las necesidades regionales, locales, a las tradiciones históricas, incluso de barrios y comunidades, entonces no pueden responder a las demandas distintas de sus estudiantes. El sistema educativo, por consiguiente, no podrá, por ello, alcanzar una formación en competencias y una capacidad de respuesta a problemas, por lo menos, equivalente a la del resto de estudiantes de Latinoamérica.

 

—¿Cómo se demuestra en los hechos esa condición de desastre?

—Hay algunas pruebas comprobables de ese desastre. Hubo una medición de calidad educativa bajo el modelo PISA (Prueba Internacional de Suficiencia Académica), el modelo internacionalmente más verificable, en el municipio de La Paz. Según ese informe, estamos un tercio por debajo de la calidad de República Dominicana. Y este país es calificado como el último país del mundo en calidad educativa, de los que participan en la medición PISA.

Otra prueba se la halla en las universidades públicas. Allí hay cada vez más dificultades en que los bachilleres ingresen, pese a que son universidades “generosas” en sus mínimos de exigencia. Los porcentajes de bachilleres que no aprueban los exámenes o cursos de admisión son altos. Entonces el perfil de competencias del bachiller no es el adecuado.

Un tercer aspecto puede sonar raro, incluso contradictorio, pero me parece el más importante. La universidad boliviana es enormemente tradicional. Está dividida en disciplinas y tiene muy poca interdisciplinariedad y ninguna transdisciplinariedad. Es una universidad, en el mejor de los casos, de principios del siglo XX, está un siglo atrasada en diseño de educación superior. Aún así, los bachilleres postulantes no tienen las competencias suficientes para ingresar a la universidad y un muy alto porcentaje de graduados es incapaz de producir conocimiento nuevo, de trabajar en equipo, de encarar y resolver problemas, de elaborar una cadena argumental con mínimos de consistencia y coherencia. Más grave aún, como el conocimiento adquirido en la universidad por los graduados no responde a las demandas sociales ni nacionales ni globales y la universidad misma no produce investigación, el país no cuenta con profesionales especializados en cantidad suficiente para responder esas demandas ni puede diseñar estrategias de desarrollo que vayan más allá del extractivismo.

 

—¿Qué pasaría si la universidad se actualizara?

—Imaginemos que mañana la universidad comenzase a ser plenamente transdisciplinaria, a trabajar proyectos de investigación, a tener una relación íntima con el mercado laboral, con las exigencias de la empresa globalizada y con las demandas de desarrollo humano de una sociedad que requiere ese desarrollo de una manera desesperada. Si sucediese ese milagro, los bachilleres no podrían ingresar a la universidad, probablemente ninguno. Entonces el modelo educativo boliviano no sólo se halla muy mal en la educación básica, sino que también en la universidad está muy atrasado.

Por lo tanto, la mala educación básica obliga al siguiente nivel, a la educación superior, a ajustarse hacia abajo. Hemos llegado a una especie de caída permanente hacia atrás. Es un círculo perverso. Mientras universidades y educaciones básicas, sobre todo, en algunos países asiáticos y del norte de Europa, están corriendo, nosotros estamos cada vez más lejos de esos sistemas educativos. Por lo tanto, somos más incapaces de responder a las demandas sociales, económicas, éticas y de desarrollo cultural.

Ser un país donde la educación básica se limita a la instrucción y la educación superior se limita a la formación disciplinaria sin grandes ámbitos de investigación nos lleva a eso.

 

—¿Cuánta investigación se hace en la universidad boliviana?

—En Bolivia, la universidad que produce más investigación es la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). Cerca del 60 por ciento de la investigación académica se realiza en la UMSA. Luego está la Universidad Mayor de San Simón (UMSS). En el resto del país apenas se está empezando con la investigación. O sea, en la mayoría de las universidades públicas —porque las privadas no cuentan, son apenas instituciones de educación superior, no universidades con investigación—, la producción de conocimiento nuevo y la producción de conocimiento aplicado a las necesidades del desarrollo prácticamente no existe. Por consiguiente, si las universidades que producen investigación son pocas, si la gran mayoría son instituciones de educación superior similares en su conducta educativa al instruccionismo de la educación básica, la universidad boliviana es cómplice del desastre educativo.

En suma, si pensamos sistémicamente, en estos años, con la última Reforma Educativa, la educación boliviana francamente empezó a retroceder. Y la universidad, como ya no tiene demandas mayores ni de la empresa ni de movilidad social, ni siquiera genera empleados o funcionarios eficientes.

 

—¿Puede citar algunas excepciones que sirvan de esperanza o consuelo a nivel de iniciativas privadas? ¿Qué me dice de los colegios normalmente recomendados? ¿También retrocedieron?

—Excepciones hay, sin duda. Pero es precisamente el hecho de que cada vez son menores las excepciones lo que marca el retroceso educativo. Algunos ejemplos: San Agustín o el Laredo, en Cochabamba, son aún colegios interesantes. Hay también un par en Santa Cruz.

Voy a comparar además dos colegios privados de La Paz con dos de Santa Cruz. El colegio Franco Boliviano de La Paz es uno de los mejores francos del mundo. Sin embargo, es sólo el franco de La Paz. El de Santa Cruz no es un liceo, no tiene ese nivel. Algo parecido pasa con el colegio Alemán de La Paz, es uno de los mejores alemanes de Latinoamérica. Pero el Alemán de Santa Cruz no tiene la licencia alemana del paceño, ha procedido a un tipo de bachillerato internacional optativo. Estos dos ejemplos prueban que, además, ni siquiera los buenos ejemplos expanden su red a nivel nacional.

Si miramos la distancia de estos dos colegios de La Paz con sus filiales de Santa Cruz comprobamos que es alta; si miramos la distancia de esos dos colegios con los del resto de La Paz, es aún más alta. Esta distancia del Franco y el Alemán de La Paz con algunos colegios privados de buen nivel está creciendo. La brecha hacia otros colegios privados regulares equivalentes a los de buen nivel público está creciendo aún más. La calidad del resto de la educación pública es abismalmente inferior, y esa brecha también está creciendo.

 

—¿Cuáles son las consecuencias de fondo de esas brechas?

—La educación boliviana está contribuyendo de manera también sistémica a generar una brecha de desigualdad en el desarrollo humano y económico cada vez mayor. Somos un país con una desigualdad económica no muy notable, pero con una desigualdad de oportunidades cada vez más creciente. Es un diagnóstico espantoso.

Está además probado en algunos estudios que la posibilidad de tener mayor ingreso si uno es bachiller respecto a alguien que sólo cursó la primaria ha cambiado. Era una curva ascendente muy alta y crecía más si alguien se graduaba en la universidad. Alguien que terminaba la universidad esperaba recibir 100 de ingreso, un bachiller esperaba recibir 60 de ingreso, y quien había terminado primaria esperaba recibir 30 por ciento más de ingreso frente a quien no tenía ninguna formación educativa. Ésa ya no es la situación hoy. La expectativa de mayor ingreso a mayor formación ya no tiene esa curva marcadamente ascendente. Ningún graduado universitario tiene los recursos suficientes para comprar ese Lamborghini ostentado en Villa Tunari.

Esto también pone en crisis a todo el sistema educativo. El sistema educativo ya no está cumpliendo dos de sus funciones principales que son igualar las oportunidades y ciudadanizar a los bolivianos.

 

—¿Qué medidas se debería tomar para frenar la caída del sistema educativo boliviano?

—Habría que tomar tres medidas, pero valga aclarar que sus efectos serán lentos. Ello porque estas tres medidas para convertirse en cultura educativa nacional requerirán de un largo proceso que durará por los menos 20 años. La primera medida es tener un adecuado diagnóstico de nuestra calidad educativa. Entonces habría que solicitar tanto a Unesco como a PISA que ingresen al país y hagan las mediciones. Como país, deberíamos hacerlas de manera anual para identificar con precisión quiénes deben dejar de caer, quiénes deben superar el estancamiento y quiénes deben seguir mejorando sus eventuales avances. Necesitamos un diagnóstico preciso de los tres niveles de calidad educativa del país para frenar este proceso de desigualación, de incremento de la brecha cultural, social y económica.

La segunda medida es un cambio en la formación docente. No podemos seguir formando instructores, precisamos educadores. Para esto no basta cambiar el sistema de formación docente, sino lo que lo contiene, es decir, el currículum cerrado. El currículum boliviano es un campo de concentración, trae hasta listas de lecturas o ejercicios. Los profesores no tienen libertad de innovación y se convierten en cómodos instructores de ejercicios mecánicos. El sistema de formación normalista es propio del siglo XIX, casi ya no existe en el mundo. En casi todas partes se forman los profesores en las universidades. En varios países, los de mejor nivel educativo, ser profesor es algo enormemente exigente. Es una carrera a la que no sólo pocos pueden ingresar, sino que incluso no todos los graduados llegan a ingresar al servicio. No basta la formación, precisan además demostrar una alta capacidad de innovación y de intervención en el sistema educativo. Cambiar la formación docente arrastra el resto del modelo educativo: currículum, contenidos, la capacidad que debe tener el profesor para innovar y los sistemas de incorporación de los profesores a la escuela.

 

—¿Y toca a la universidad?

—La tercera medida urgente es modificar la autonomía universitaria. Esto ya no se lo puede hacer parcialmente. Hoy se la entiende como la vida en una isla, en republiquetas, donde se decide todo lo que hacen en su interior. Ni siquiera ajustan su oferta académica a las necesidades de desarrollo humano, político y económico del país, siguen con las mismas disciplinas de hace muchas décadas. Los programas de doctorado, encima con un carácter privado, pueden ser contados con los dedos de una mano. Abrir una carrera nueva dura años. Por ejemplo, lograr que se abra la carrera de Cine tardó 10 años de trámites en la UMSA.

Nuestra universidad no sólo repite sus viejas costumbres, sino que esa su repetición bloquea su conexión con las demandas sociales. También bloquea la conexión de la universidad con las nuevas carreras, con las nuevas formas de producción de conocimiento, con las demandas transdisciplinarias de la globalización. Por lo tanto, mientras siga siendo viejamente autónoma y bloquee esas conexiones claves, seguirá retrocediendo.

 

—¿Cuál sería la base de ese cambio en la autonomía?

—Ya no debe estar regida sólo por docentes y estudiantes, sino que los consejos universitarios deben incorporar tanto a la empresa como al Estado. Así las universidades podrán ajustar su oferta y adecuar la demanda que viene del Estado, de la empresa y, al mismo tiempo, renovar drástica y cualitativamente las lógicas interiores de renovación del conocimiento y de producción de conocimiento nuevo.

Si se cumpliesen estas tres medidas de emergencia, podríamos comenzar a revertir el retroceso educativo boliviano. En cuestión de una gestión de gobierno, cinco años, se instalaría una transición que reoriente todo el sistema hacia esos desafíos: calidad educativa, buenos profesores y una universidad en diálogo con las necesidades nacionales y globales. Y en los siguientes 15 años convertirnos en una sociedad educativa, en una sociedad en la que la educación sea el eje articulador del desarrollo, de la expansión de derechos y del ejercicio de libertades.

 

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Guillermo Mariaca Iturri
CORTESÍA DEL ENTREVISTADO

PERFIL

Guillermo Mariaca Iturri

Tiene un posdoctorado en Historia intelectual de América Latina, es doctor Ph. D. en Estudios Culturales (especialidad en Interculturalidad), ha logrado maestrías en Comunicación Latinoamericana y en Literatura (especialidad en Educación). Ha sido profesor emérito de la Universidad Mayor de San Andrés. En 1985 fue elegido diputado nacional y entre 2004 y 2005 ejerció como viceministro en el Ministerio de Educación.

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