LAS REINAS DEL JAZZ
El documento está datado en 1619. Se trata del registro de los habitantes de cierta comunidad primigenia de migrantes ingleses que se asentaron en un lugar llamado Jamestown, en la actual Virginia, Estados Unidos. Es fácil apelar a la iconografía que el arte y el cine nos han dado, para imaginar a esa comunidad de blancos, aferrados a su único dios, guiados por aventureros liberales y sacerdotes moralistas en territorio de bisontes, tribus de bravos indios guerreros y de gigantes arboledas. Lo curioso es que ese documento, revela también la presencia de lo que debió ser uno de los primeros seres humanos que en tierra americana no tenían la condición ni de nativos ni de colonos: los esclavos. La mujer negra a la que se hace referencia, no tiene apellido. Lospiadosos blancos la habían bautizado con un nombre cristiano, la llamaron Isabelle.
Puede que Isabelle sea la síntesis del proceso de esclavitud americano que incluía el secuestro, las penurias y las enfermedades de viajes infinitos, la comercialización de personas tratadas peor que bestias y su completa negación de derechos. Esclavitud que continuó aún con la abolición de la misma, pues la ley de segregación convirtió a los negros ya libres en apestados, excluidos, criminalizados. Isabelle no tenía cómo imaginar todos esos siglos de padecimientos que su raza iba a experimentar hasta los años 60, pero no puedo sino imaginármela triste, con una mirada perdida en la nostalgia, un presagio de muerte y de dolor y una lágrima clara brotándole sobre el rostro oscuro.
“La lágrima clara sobre la piel oscura”, es una hermosísima metáfora que Caetano Veloso la acuña en su canción “Desde que la Samba es Samba” y es, al mismo tiempo, la metáfora perfecta del sentido tremendamente nostálgico y melancólico que ha tenido el Jazz en toda su existencia. Venido de las pieles negras de músicos que habitaban entre borrachos, prostitutas y míseros antros de pobreza, el Jazz puede que sea la más grande de las contribuciones culturales que hayan dado los excluidos a la historia de la humanidad. Más aún si prestamos atención a que las mujeres del Jazz han sufrido por doble partida, primero la condena misma de la música y luego la condena por ser mujeres. En las canciones que acaricia Bessie Smith, en las poesías que Billie Holliday convierte en melodías, en las melodías que Ella Fitzgerald descompone en notas de exquisito dolor, en el dolor que aprieta la garganta de Sarah Vaughan… hay un universo de luchas internas y olvidos permanentes, de miradas empañadas por el llanto o la agonía. La mala suerte, la borrachera, las caricias prohibidas, la angustia, las caricias vendidas, el tren de la soledad, la soledad del whisky, las manos rotas y la garganta seca, son apenas unos cuantos de los versos que repiten estas reinas del Jazz.
Todo esto, viene a propósito de que Cochabamba fue la pasada semana escenario de un homenaje peculiar a estas reinas del Jazz. Un coloquio, presentaciones de películas y documentales, jam sessions y dos conciertos espectaculares agruparon a un equipo de músicos e invitadas especiales a rendirle tributo a esas reinas que supieron entregar en su arte y su melancolía lo mejor de sí, y que jóvenes talentos de nuestro medio como Tamya Gareca y el ensamble musical que formó para la ocasión, dieron como resultado un evento sui generis y cuya trascendencia no va en el mero acto del homenaje sino que apunta a recuperar la memoria de esos bastiones de la dulzura y la pasión por el Jazz y se rinde tributo a una música universal y a un sentimiento compartido de los marginados por la vida y por la historia.
Por eso, para tal ocasión, me vinieron a invadir ciertas preguntas. Supuse que hablar de las reinas del Jazz, era también pensar en el olvido, en lo que les deparó la muerte y en lo que generó tanta soledad. Quizás en el poderoso grito ahogado de Holliday o en el piano triste de Nina Simone, yo habría concebido esto: ¿Qué alimenta las palabras que desde tu garganta estallan vestidas de melodía? ¿Tu niñez truncada y triste? ¿El perfume de jazz y de jazmin? ¿Las flores o las espinas? ¿La negrura de las noches? ¿La soledad del silencio? ¿La risa que se irá en la mañana? ¿La sangre convertida en heroína? ¿Las heroínas que regalan su cuerpo en las esquinas? ¿El gato sentado en el piano triste? ¿El abrigo de tu negra piel y tus cicatrices del otro lado de la carne? ¿El invencible alcohol, el veneno dulce? ¿Dónde escondes tu última poesía?
UNIVERSAL
EL JAZZ PUEDE QUE SEA LA MÁS GRANDE CONTRIBUCIÓN CULTURAL A LA HUMANIDAD.
Docente y escritor
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