JAZZ
Son fuertes, capaces de caminar bajo el sol africano el día entero sin dañarse, hacer música con el latido de la tierra y bailar la noche con el fuego. Son libres, hermosos y gigantes. Son el origen de nuestras células.
En el Museo Afro Brasil, en Sao Paulo, vi un barco que los trajo encadenados. Olí las maderas sobre las que dormían pie con cabeza, asfixiados, moribundos o muertos. Apenas un tercio sobrevivía la travesía desde el África en esas cárceles flotantes. Vi los instrumentos que los sometían. Colgado en la pared de la sala, un fierro macizo que les unía pie con pie para impedirles los pasos, desgastado a fuerza de fricción en las heridas, me atrajo como si tuviera algo que decirme. Exploré su aspereza oxidada con los dedos, y al hacerlo, la sangre guardada en sus átomos durante siglos, reveló en mi conciencia el indecible sufrir de la esclavitud. Lo viví a ojos cerrados, como si fueran mis recuerdos: la cacería, el viaje, la venta, el azote, el espíritu, la música… latí el dolor, lo mojé en mis ojos, también negros.
Luego entendí el ese lapsus lúcido. Todos podemos acceder al registro del inconsciente colectivo, donde la memoria de especie se guarda como un banco de datos atesorado en nuestras células. El genoma humano transmite recuerdos y aprendizajes a las nuevas generaciones, que sin saberlo usamos la información para evolucionar. Por eso, creo que tenemos respuestas grabadas en el cuerpo, sólo hay que recordar. Ya lo dijo Platón…
Tú que me lees, ven, abre conmigo el recuerdo: Ahora somos esclavos, tu espalda aún no cicatriza los latigazos de ayer, pero sabes que esta noche crearemos libertad donde las cadenas no cierran. El campo de algodón está tibio, manos en las flores, pies en el río, susurramos las canciones de nuestros abuelos para escapar en espíritu como pájaros en bandada. Ahora es de noche, cualquier tronco es tambor alrededor del fuego, la música es rebeldía y ya no se esconde, trepa árboles y nubes hasta Dios. Los cantos espirituales sostienen nuestra dignidad durante 400 años, hasta el día en que ganamos la total libertad… ¡Ahora somos dueños de nuestras vidas!
Y entonces, el Jazz… ¡Nuestro delirio salpica luz! ¿Cómo no íbamos a crear la música más libre si atravesamos la esclavitud? La creación espontánea explora sonidos posibles e imposibles, nos maravilla la música que chorrea por nosotros, abiertos y unidos para darle cuerpo. Con las células cargadas de recuerdos amargos y la indomable sensualidad de nuestra naturaleza, el Jazz crece y se propaga, hasta ser lenguaje emocional de unión y tolerancia. Hoy, la música de los humanos más despojados de la historia, es patrimonio de toda la humanidad. En el Jazz la libertad vuelve a ser inventada. Más que música, es una actitud creativa ante la vida, una decisión de osar generar algo nuevo, indefinido y auténtico, que no puede ser repetido con exactitud, pues como todo lo vivo, es fugaz, cambiante y efímero.
En Bolivia se ha fusionado con el folklore andino, valluno y tropical. Instrumentos y ritmos nativos lo nutren deliciosamente. Pero ese no es su único alimento, aquí en Cochabamba, pasan cosas muy locas cuando músicos y bandas se encuentran en el “Jazz Stop”, un bolichito cálido en la Plaza de las Banderas, que se ha convertido en el hogar del Jazz, organizando conciertos y festivales casi sin apoyo, a puro pulmón y fe en la música. ¡A ver si vas! encontrarás amigos y hallarás lo que tú no sabías que traías. ¡Sí, me está pasando! Porque a veces yo también canto allí, la última vez tuve una revelación: ¡La vida es una larga, impredecible, mutante y deliciosa improvisación de Free Jazz!
Mariana Bredow
Actriz, cantante, aprendiz de escritora.
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