El cielo puede esperar
Era un hombre en silla de ruedas con un niño sentado en sus faldas. El pequeño rodeaba con su brazo el cuello del hombre, él impulsaba la silla con las manos y lo desplazaba como cualquier motorizado. Conversaban con mucha complicidad y ternura, ajenos a los automóviles y personas que los sobrepasaban. Los vi a una cuadra de distancia, sobre la calle F. Salinas bordeando el estadio Félix Capriles. Tomé la fotografía desde mi auto, los observé desde atrás, de lado y después por delante desde mi retrovisor.
Unos días más tarde, compartí la imagen en redes y me escribieron decenas de amigos inbox, preguntando sobre la imagen. La verdad es que no quise invadir su espacio en ese momento y no les pregunté nada. Me regocijé muy en solitario, casi egoístamente, pero sin duda la escena me tocó cada fibra del corazón como a todos las que la vieron en mi muro.
Compartí la imagen por el solo hecho de que me parecía absolutamente esclarecedora como ejemplo de la relación de abuelas/abuelos y nietas/nietos. Sí, descubrí después que eran un abuelo y su nieto, y les contaré su bellísima historia en la revista otro día.
Decir hoy que los abuelos que crían a sus nietos son dos veces madres o padres. Estas relaciones tan cotidianas en nuestro medio, que vemos sin apreciarlas en toda su magnitud, son fundamentales para las familias no sólo bolivianas.
Ahora entiendo por qué mucha gente se queda a vivir en sus barrios. No tiene que ver con la economía del hogar ni con las raíces, tiene que ver con los abuelos. Para estar cerca de esos adultos de la tercera edad, en su mayoría, que soportan maratónicas jornadas con sus nietos-hijos, transportándolos, alimentándolos, pero, principalmente, amándolos.
Yo no sé si los abuelos se sienten utilizados, angustiados, por el cuidado de sus nietos. Creo que la línea divisoria entre el disfrute y el agobio existe, pero el disfrute será mayor. Lo veo en mi familia, en la que ambas abuelas son seres presentes en la vida de mis hijos. Los han recibido en brazos el día que nacieron y se desviven a toda hora por estar con ellos. Lo viví yo misma con mis abuelas materna y paterna, ambas mujeres que dejaron profundas huellas en mi vida y a quienes recuerdo a cada instante. Se me saltan las lágrimas mientras las revivo. ¡Qué pava! Y vuelvo a llorar.
El día que vi al abuelo con su nieto en la silla de ruedas, pensé que también quiero ser abuela. Impresionante. Ya quiero a los garbanzos que imagino en el futuro. Siento esa felicidad anticipada de que tendrán mucho que ver conmigo. Pienso que vivir el milagro de la vida por segunda vez sería una segunda bendición, como asegurar una bomba de oxígeno que me podría ser entregada como a cualquiera de ustedes si aún no tienen nietos.
Nuestra sociedad no necesita ninguna reivindicación nostálgica del pasado, pero aclaremos que los abuelos no son un colchón protector de nuestras deficiencias sociales. La relación de los abuelos con sus nietos es valiosa por el amor incondicional que derrochan. Los necesitamos. El cielo puede esperar.
Editora OH!