ME GUSTA/YA NO ME GUSTA
Las navidades de antes tenían un gusto a preparación gozosa, fiesta esperada, ilusiones y tradiciones. Al iniciar el mes de diciembre en las latas ovales de sardinas “Del Monte” o “Lombarda”, guardadas con la complicidad de la cocinera, se sembraba trigo en tierra húmeda y se regaban hasta que brotaba un pasto verde intenso y uniforme. Esto adornaba el pesebre junto con las seleccionadas piedras (traídas del río Rocha), de las pozas de la Muyurina, donde íbamos a bañarnos durante la vacación; recogíamos tronquitos para que sean la leña y pintábamos pliegos de papel madera, que significaba un enajenado manchar de los suelos, ropas, caras, manos, que imitaban las rocas de los cerros de Belén, cuna de Jesús. Estábamos convencidos que el paisaje era igual al de Cochabamba. Los más detallistas hacíamos adobes empleando las cajas de fósforos. Era un trajín de todo el mes. El pesebre se armaba con mucha antelación y ocupaba un lugar privilegiado en la sala principal de la casa. Las figuras de los pastores con sus ovejas, los Reyes Magos y sus camellos, y una infinidad de otros “juguetes del Niño” decoraban el pesebre donde descansaban, José, María y el pequeño Niño Jesús.
El árbol de Navidad era un pino natural que se adornaba con luces fijas de colores y adornos de cristal que se hacían añicos al caerse. La casa entera tenía ese grato aroma a pino, tan propio de la Navidad.
La preparación también incluía la asistencia al coro parroquial en el que pacientes monjas norteamericanas, con su singular acento nos enseñaban los villancicos que luego cantábamos recorriendo, los días previos, las calles parroquiales vestidos con capitas rojas y llevando farolitos de colores. Una semana antes se iniciaba la novena al Niño, con cantos, trinar de pajaritos – pitos, que gorjeaban con agua, matracas, tambores y todo lo que produjera ruido, esos días permitido.
La Nochebuena nos daba una cena ligera temprana, generalmente un caldo de hueso blanco, y luego a la cama para hacer una siesta hasta el repique de campanas que anunciaba la Misa de Gallo, a medianoche. Antes de salir al templo, en casa uno dejaba un zapato debajo del árbol para que el Niño deposite el regalo para los que se habían portado bien y que habían enviado sus cartas con debido tiempo. Los regalos no eran excesivos ni caros; unos soldados de plomo con los colores de los regimientos nacionales; autitos “Dinky toys”, mecano, en el mejor de los casos un tren eléctrico, perfectas imitaciones de los reales. Las niñas recibían muñecas, cocinas, ollitas, pita para saltar, muebles en miniatura y patines que serían motivo de caídas y peleas por usarlos.
La cena se servía después de la Misa de Gallo y el jolgorio duraba hasta que el sueño nos hacía caer rendidos. El 25 el almuerzo familiar era en casa de la abuela, en la que se comían los deliciosos pastelitos de jigote y los libritos de crujiente masa de hoja, rellenos con queso valluno. Los juegos con los nuevos juguetes y los juegos de “salón”; adivinanzas, actuaciones, trabalenguas, “un limón, medio limón”, “el gran bonetero que ha perdido su bonete”, duraban hasta que caía la tarde. Participaban tanto los mayores como los niños.
Esa era la Navidad de antaño, en este plácido y bucólico valle.
Ahora las cosas han cambiado……: árboles de plástico inodoros, llenos de luces intermitentes y con musiquita machacona insoportable; un Niño en un escuálido acomodo, como por si acaso. Mucho “jingle bells” en el mejor de los casos, pues domina la cumbia villera. Los días previos un desenfreno consumista se apodera de todos los ciudadanos, convertidos en convulsivos compradores de infinidad de macanas, lo que el mercado ofrece con singular mal gusto, ordinario y poco durable. Apretujamiento, mal humor, malos olores, bocinazos, gritos, agresividad, insultos, pisotones, bulla y música espeluznante, todo fomentando el consumo, consumo, consumo.
Las diferencias socio-económicas se hacen más evidentes, las calles del centro se llenan de mendicantes potosinos, familias enteras viviendo, durmiendo, y todo lo demás En las aceras Niños vivos con caras hermosas y sucias extienden su manito reclamando: regalito daríme.
En las familias la oración ya no es frecuente, se olvida el motivo de esta fiesta y todo se reduce a abrazos formales de felicitación, intercambio de regalos y comer en exceso. La Navidad es la fiesta del éxito del arocarbol y todo tipo de digestivos anti-flatulentos, pastillas con clorofila para los gases inoportunos y Digestán para todo tipo de excesos… Es la Navidad plástica, sin sentido cristiano y un derroche de colectiva estupidez.