FUNERAL DEL PASADO
La ceremonia que se lleva a cabo para despedir a una persona muerta se llama funeral y se realiza de distintas maneras dependiendo el contexto, la familia, la cultura, la coyuntura, las creencias y otros, pero sobre todo algo que los caracteriza es el afecto hacia el muerto. Aquel que dejó de estar o tristemente tal vez dejó de ser, pues muchos siguen siendo aún estando muertos en los legados que dejaron y en las generaciones que forjaron.
Ese afecto nos empuja en primera instancia a negar lo sucedido y es un mecanismo de defensa muy propio de nosotros, algo así como un truco mental que trata de engañarnos y fingimos no darnos cuenta de la realidad cegándonos a la misma.
Ese tiempo no dura mucho pues alrededor nuestro siempre hay alguien capaz de ver lo que nosotros no vemos y esto es aplicable a cualquier realidad… negamos una muerte, negamos la ruptura de una relación o también negamos una adicción (comida, bebida, droga, cigarro –siendo esta última igualmente droga sólo que lícita-). Dícese que el síntoma más común de autoprotegerse es justamente la negación de un hecho evidente.
Esa negación nos mantiene atados al pasado, no aceptando el presente y mucho menos viendo el futuro; como parte de este proceso viene la idealización de ese pasado, entonces entendemos por qué popularmente se dice que “no hay novia fea ni muerto malo”, y es ahí donde enaltecemos al difunto recordando sólo sus bondades.
Y así como lo hacemos con el muerto, lo hacemos con nuestro pasado, con los viejos tiempos como los llamamos, convirtiéndose esto en un peligro pues la memoria puede traicionarnos y nos lleva a exagerar los buenos recuerdos y talvez a minimizar los problemas que hayamos tenido; entonces adoptamos una visión distorsionada del ayer con algunos episodios reales y otros imaginarios. Los imaginarios son los que nos ponen en riesgo por ello Salomón nos instó diciendo: “Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría” (Ecl.7:10).
Entonces, ¿que nos resta? …no mirar al pasado con insistencia porque ello nos atemoriza para el futuro y definitivamente las heridas que más duelen son las que nosotros mismos nos negamos a curar.
Tuviste un lindo amor y quedó en el pasado,… déjalo ahí (ese es su lugar).
Saliste de un trabajo que no te merecía…, dá gracias a Dios que lo hiciste pues miles se mantienen ahí.
Engendraste hijos y tus medidas cambiaron, mejor dicho: tu cuerpo cambió…, ¡felicidades!, te convertiste en pro-creadora.
¿Quebraste?..., no serás ni el primero ni el último, pero tal vez el único que vea una oportunidad en esa dificulad.
Y si fuiste deportista, tal vez tus piernas ya no tienen fuerzas para meter goles pero con seguridad sí tienen firmeza para sentar nietos (qué juzgue el pueblo cual tiene más valor).
Por más afecto que le hayas tenido al muerto, termina el funeral y la vida continúa (nadie que esté vivo se queda en el cementerio); por tanto: “Tus ojos miren lo recto. Y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante…” (Prov. 4:25).
Jean Carla Saba de Aliss
Pedagoga Social /Life Coaching