Gonzalo Ribero: “El universo no tiene límites y está dentro de uno”
Gonzalo Ribero Morales dice ser un hombre sin límites. Pintor desde hace más de medio siglo, este arquitecto de profesión –que ha “construido una sola casa”– es también sobreviviente de una caída en los Yungas, donde permaneció cuatro días al fondo de un barranco, herido, con la pierna fracturada, sin agua ni comida.
Y también es un místico que ha vivido, desde su niñez, experiencias que lo marcaron y que perviven en su arte.
El pasillo que lleva a su departamento, en un edificio de la zona norte de Cochabamba, anuncia la personalidad del hombre que lo habita: en el suelo, un batán con uña y todo, fuera de su contexto culinario, impacta a los ojos con un efecto misterioso y estético innegable.
Al frente, sobre un macetero macizo pleno de plantas verdes, una escultura en piedra más negra que la del batán, evoca sin equívoco a las de Marina Núñez del Prado.
Al otro lado de la puerta, el pasillo del departamento de Ribero introduce a un ambiente repleto de bellos objetos: cuadros, esculturas, muebles, simples piedras, ramitas secas...
“En todo, él consigue hacer arte, él junta hojitas… o sea todo de la calle y va componiendo toda su vida, a través de esos objetos. Porque, ¿tú ves esos bellos objetos? para él no es solamente el tenerlos, él disfruta haciendo una composición, para armonizarlos. Y todas esas cosas son las que a él le dan el sentido de su vida”, dice Liliana Bayá, amiga del artista y, como él, arquitecta de profesión.
Pero no son sólo los disfrutes que dan sentido a la vida de Ribero.
ECLIPSE Y VOCACIÓN
“Tendría unos 10 años”, cuenta el pintor, “estando de vacaciones con mi familia, en Vinto, hubo un eclipse de luna. Y las campesinas estaban frente a sus batanes moliendo nada y llorando. Todas se afanaban moviendo la piedra como si estuvieran moliendo algo… y todas lloraban porque la Tierra iba a morir…
Eso me ha impresionado en tal forma que, aunque no haga el batán en mi obra, el movimiento de vaivén de esa piedra para moler, la línea de su desplazamiento, me sale automáticamente en la pintura”.
Cierto, sus cuadros evocan sin falta esa curva horizontal: la de la forma de la uña, la de la superficie del batán, la del movimiento de la molienda.
Menos evidente en su pintura es la espiritualidad que lo habita. Y que tuvo que acomodarse a las imposiciones paternales, ineludibles para el niño de 12 años que un día sintió el llamado de Francisco, el santo de Asís.
“No sé si es doloroso de decirlo, pero es fuerte para mí”, comienza a contar y sus ojos se llenan de lágrimas con un recuerdo de hace más de 60 años.
“Yo tenía 12 años y quise irme al seminario franciscano, pero mi papá no me lo permitió. Me dijo: ‘primero vas a pasar por encima de mi cadáver si quieres ir’. Entonces… me quedé frustrado. Para compensar, me llevó al Beni, a conocer la naturaleza de los llanos.
Ya después, cuando con toda libertad, por ejemplo antes de ir a estudiar arquitectura a Brasil, podía haberme ido al seminario, no lo hice, ya había perdido ese impulso. Pero me quedó el misticismo...”.
Un misticismo harto evidente, en especial en su taller donde, una estatuilla de San Francisco, rodeada de unos vasos “preincaicos” que contienen multitud de pinceles, preside una especie de altar.
¿Por qué San Francisco? “Porque es el santo que ha ayudado a la gente, a la gente pobre, y ha vivido de la limosna, de la ayuda de la gente que podía darle. Me identifico mucho con los franciscanos porque son más ligados a la tierra”.
La tierra, para Gonzalo Ribero fue –en su infancia– la fuente temprana del despertar de sus sensibilidades y pudo ser –hace casi cuatro años– la causa de su total extinción.
TAPADO
“He nacido en una casa de la calle Jordán, que era de mi abuela, con tres patios. Cuando tenía cinco años de edad, encontré un pequeño tapado de monedas de plata.
Yo creo que eso despertó en mí el deseo de búsqueda, de lo desconocido y de la aventura. Porque ahí se abre un horizonte, cuando uno encuentra algo que está soterrado.
Lo mismo me ocurre con la arqueología. Yo muchas veces he estado trabajando con los arqueólogos de la universidad. Y maravillas hay pues dentro de la tierra, eso es un tema de mi pintura.
La vida y la muerte, lo que encuentra uno dentro de las tumbas, en la superficie de las tumbas, esas cosas, por ejemplo, hasta el día de hoy me llegan”.
CARIÑO
Hoy, Gonzalo Ribero tiene 75 años, “65 exposiciones individuales. Las colectivas son muchísimo más”.
¿Premios? “Podríamos contar con los dedos de una mano”, dice él. Pero el cariño de sus colegas sí es abundante.
“Mis colegas me quieren mucho. Me han hecho como 10 retratos, diferentes artistas: Amadeo Castro, Gonzalo Torrico, que falleció con diabetes en México, Norah Beltrán, Amadeo da Silva...
Yo tengo una relación muy interesante con ellos. Además, yo he fundado la Asociación Boliviana de Artistas Plásticos (ABAP) en Cochabamba. Quiero mucho a mis amigos”, cuenta sin ufanarse.
“Y él se hace querer. Con esa capacidad de relación que tiene con todas las personas, ha ido por el mundo y puede entrar donde él quiere”, agrega su amiga Liliana.
AVENTURAS
Gonzalo Ribero lo admite: “Se abren las posibilidades”, dice.
“Yo me inventaba exposiciones para viajar. Inclusive he estado en el África, como un año y medio. He hecho una exposición en Johannesburgo, la capital de Sudáfrica. Ahí he visitado varios países he visitado tribus, casi muero ahí, en Lagos, la capital de Nigeria, en el mar, me he metido al agua y una ola me llevó mar adentro, apenas pude volver”.
Y en Bolivia también las vivió, sus aventuras. Como una de hace 15 años en la puna de Tarija, en la ribera de la laguna de Tajsara, donde vio “cosas terribles que (le) impactaron. Por ejemplo, un burro metido en el lodo de la orilla de la laguna que no podía sacar sus patas. Y en las proximidades, esqueletos de burros. Seguro que se acercaban al lugar para tomar agua y se quedaban enfangados.
Luego, un flamenco que estaba tomando sol, seguramente después de bañarse, y de pronto aparece un zorro que lo atrapa y lo mata”.
Ese día se sintió perdido, pero sin mayores consecuencias.
Hace tres años y medio el susto fue mucho más serio y pudo ser fatal.
“El 15 de mayo de 2014. Yo había ido con una escultora a Coroico, quedamos en encontrarnos en la tranca de la carretera. Yo salí a pasear. Ahí fue falta de raciocinio, debí haber subido al camino, que no estaba tan lejos, pero preferí acortar el camino y ahí sucedió el accidente. Pum, caí...”.
Fue una caída de más de 20 metros por una pendiente casi vertical. Se fracturó los dos huesos de una pierna. Estuvo cuatro días perdido, sin alimento ni agua.
“No tenía ni dolor. He tenido alucinaciones hermosas, he visto fuego ardiendo dentro del agua. He visto ovnis saliendo de la luna: cuatro. Todas mis heridas estaban llenas de gusanos y de hormigas de palosanto.
Pensé que iba a morir. Yo gritaba ¡auxilio! Y nadie me escuchaba. Me dije, si nadie aparece me voy a morir y me preparé para la muerte.
Eso ha sido muy, muy importante para mí, pensar que cualquier rato me puedo morir… Hasta antes de eso vivía con irresponsabilidades”.
¿Ahora, se siente responsable? “Yo quisiera volver a ser irresponsable, es tan lindo…”.
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¿PARA QUIÉN PINTA?
“¿YO? PARA MÍ NOMÁS. ¡PERO SI VENDO, MEJOR!”
¿LE VA BIEN?
“ÚLTIMAMENTE ESTÁ DIFÍCIL. PERO YO VIVO SÓLO DE LA PINTURA. DE ARQUITECTO HE TRABAJADO POCO”.
¿ES UN SOBREVIVIENTE?
“MÁS QUE SOBREVIVIENTE ME SIENTO PROTEGIDO POR DIOS”.
