El Papa condena la eutanasia directa
EFE
El papa Benedicto XVI reiteró ayer "la firme y permanente condena ética de cualquier forma de eutanasia directa" y pidió que, en el caso de enfermedades terminales, los familiares puedan contar con facilidades, también desde el punto de vista laboral, para atender y acompañar a su ser querido.
Benedicto XVI recibió en audiencia a los participantes de una reunión organizada por la Pontificia Academia para la Vida sobre el tema: "Junto al enfermo incurable y el moribundo: orientaciones éticas y operativas".
En su discurso, indicó que "toda la sociedad y, en particular los sectores ligados a la ciencia médica", tienen que respetar la vida "en todos los momentos de su desarrollo terrenal, sobre todo cuando sufre una condición de enfermedad o está en su fase terminal".
El Papa explicó que se trata de "asegurar" a todo el que lo necesita el apoyo necesario a través de terapias e intervenciones adecuadas, elegidas y administradas "según los criterios de la proporcionalidad médica".
En este sentido, agregó que hay que tener siempre en cuenta el "deber moral" de suministrar, por parte del médico, y "de aceptar" por el paciente, los medios que para preservar la vida, "en la situación concreta", sean "habituales".
Sin embargo, para terapias "significativamente peligrosas", o que se puedan considerar "prudentemente" como "extraordinarias", aunque no precisó cuáles, el recurso a las mismas se considerará "moralmente lícito pero facultativo".
Benedicto XVI señaló que no sólo hay que asegurar a los enfermos "los cuidados necesarios y debidos", sino también apoyo a las familias más afectadas por la enfermedad de uno de sus miembros, "sobre todo si es grave y prolongada".
Así, el Papa recordó que, "desde el punto de vista de la reglamentación del trabajo, habitualmente se reconocen derechos específicos a los familiares en el momento de un nacimiento".
De manera análoga y, "especialmente en ciertas circunstancias, "se deberían reconocer derechos similares a los parientes cercanos en el momento de la enfermedad terminal" de un familiar.
Una sociedad "solidaria y humanitaria" no puede ignorar "las difíciles condiciones de las familias que, a veces por largos periodos, deben llevar el peso de la atención domiciliaria a los enfermos graves no autosuficientes".
Además, la sociedad "no puede dejar de asegurar el debido apoyo a las familias" que tienen la intención de ocuparse en sus casas, por periodos a veces prolongados, de enfermos aquejados de patologías degenerativas o que necesiten una asistencia constante.
El Papa recordó su encíclica "Spe Salvi" (Salvados gracias a la esperanza) para señalar que "la medida de la humanidad se determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y quien sufre".
En una sociedad "fuertemente influida por las dinámicas de la productividad y de las exigencias económicas, las personas frágiles y las familias más pobres corren el riesgo, en caso de dificultad económica y/o enfermedad de verse arrolladas".