Recolectores de basura operan sin protección en los vertederos
En el lugar donde muchos desechan la basura, otros trabajan para tener con qué vivir. Las condiciones para los segregadores son precarias, no usan barbijo y escarban entre los residuos con las manos descubiertas. Las familias buscan sobre todo plásticos para venderlos a empresas.
“No nos enfermamos, eso les pasa a los que entran con miedo. Hay señoritas que comen de la basura y no les pasa nada”, contó Rosa, cuando se le preguntó sobre las condiciones en las que separan los residuos en Shinahota.
Rosa trabaja con su esposo, quien se quita las botas y no teme caminar descalzo por el área de descanso durante el almuerzo. La coca es su principal acompañante. Ella comenzó sola en el rubro por la necesidad de tener donde vivir.
“No tenía casa. Mi esposo era albañil, pero apenas alcanzaba para comer, no teníamos para nada más. Así que comencé a trabajar en la basura, al principio me reteaba (regañar), pero ahora trabaja conmigo”, expresó Rosa.
Ahora tiene donde vivir y los ingresos para su hogar son mejores. Pero para lograr esto se exponen a un arduo trabajo bajo el sol, la lluvia y el riesgo de contraer enfermedades como infecciones, hongos y otras.
Rosa explicó que el proceso inicia con la separación de residuos plásticos como: bolsas, botellas, bidones, sillas y otros con algo de valor. Luego, lava todo lo recuperado y lo seca para la entrega a la empresa que le compra estos objetos.
En el caso de las botellas se agrega un procedimiento adicional, pues debe entregarlas prensadas. Por cada kilo que le da a la empresa, Rosa recibe 1,5 bolivianos.
Las ganancias se reparten con otra mujer y su hija que ayudan a sus esposos. Entre ellos también se encuentra un niño de tres años con el cabello bastante claro. Verlo caminar por el botadero con normalidad llama la atención.
Entre Ríos
La historia de Rosa no es la única. En el botadero de Entre Ríos está Mateo. Es un hombre de mediana edad y de baja estatura que camina entre la basura con su carretilla en la que coloca lo que recolecta junto a su esposa.
Mateo cuenta que al día logra recolectar plástico por un valor de 100 bolivianos. “Trabajamos de seis de la madrugada a seis de la tarde a veces por 100 bolivianos, al menos alcanza para vivir”, contó.
Con lluvia o sol, Mateo debe salir cada día para tener qué comer. Pero no sólo se enfrenta a la basura, cuenta que hay muchas cosas de las que debe cuidarse.
Una de ellas son las víboras que se camuflan entre los residuos. “Hay una que le llamamos cola de diablo. Es larga como de dos o más metros. La parte de abajo es amarilla y su espalda verde, cuando levanta su cabeza es más alta de la cintura”, explicó.
Además, el común denominador de casi todos los botaderos, excepto en Villa Tunari, son las suchas (aves de rapiña).
En cada vertedero hay más de una treintena de animales. Es más, son un referente para ubicar estos lugares.
Quienes trabajan en los botaderos están acostumbrados a estas aves. En general están habituados a este estilo de vida y hasta utilizan los residuos para hacer una carpa para descansar y cubrirse del intenso sol.
PERCEPCIONES
El problema de la basura es normal
Rosa tenía una pregunta y con bastante honestidad cuestionó al equipo de Los Tiempos: “¿Por qué les interesa tanto el tema cómo para venir hasta aquí?”
Durante el diálogo se intercambió ideas sobre el impacto ambiental de este tipo de botaderos. Finalmente, Rosa dijo: “Pero esto pasa en todo lado. Es igual en la ciudad o en otros departamentos incluso. Es un problema nacional”.
Expresó que el problema es normal y que se repite tanto en ciudades capitales como intermedias y municipios pequeños. Además, falta planificar para el emplazamiento de una planta de tratamiento y el aprovechamiento de la basura.