Vecinos de Tiquipaya desentierran sus esperanzas entre el lodo y las piedras
COCHABAMBA |
Jhanet Flores quema su ropa y la de sus hijos en su patio que ahora está con lodo y piedras por doquier, producto de la mazamorra que ocurrió hace siete días en Tiquipaya. "Ya no me sirve nada. Ahora queda comenzar de cero", dice mientras enciende el fósforo y lo dirige a la tela.
Hoy viste un sombrero, polera ancha y botas negras. La noche del suceso ella no se llevó nada más que a sus cuatro hijos. La ropa que tenía puesta es la única que le queda y está sucia. Hasta hace una semana en su vivienda se podía apreciar unos cuartos, paredes, puertas y un patio con algo de pasto. Ahora está destrozado, los muros cayeron y las piedras se desparramaron por todo lado.
El pasado viernes a las 18:30 retornó a su casa del trabajo. Dos de sus hijos miraban la televisión, una dormía y la otra estaba echada junto a ella. La tranquilidad se desvaneció con el estridente sonido de las sirenas y los petardos. "¡Salgan de sus casas, salgan!", anunció alguien en la calle. Jhanet reaccionó inmediatamente para ver qué es lo que sucedía. A lo lejos vio que algo descendía del cerro y su sonido era como un estruendo, retornó a su casa, tomó a sus cuatro hijos y todos huyeron hacia el lado este. Como ella, decenas de familias hicieron lo mismo en ese momento.
Cerca de las 19:00 varios vídeos y fotografías empezaron a circular en las redes sociales anunciando nuevamente un aluvión en la zona en donde en 2018 también había sucedido una tragedia que permanecía en la memoria de Tiquipaya. Este año más de 300 familias sufrieron grandes pérdidas y casi la misma cantidad ahora se encuentra refugiada en el colegio Libertad donde se instaló un albergue temporal.
Mientras Jhanet ve cómo se calcinan esos trapos, dos de sus hijos cavan con picotas y recogen la tierra húmeda con palas. Por tercer día se ausentaron de clases, pero eso no importa porque ahora lo urgente es recuperar algo de entre el lodo: dinero, ropa o sus documentos.
Una casa más arriba está doña Petrona, quien intenta desenterrar unas máquinas de coser, sus herramientas de trabajo. Al frente, don Víctor llama a soldados para que le ayuden a sacar algunas cosas.
Más de 300 efectivos militares y la misma cantidad de policías se encuentran en la zona coadyuvando en las labores de rescate y limpieza.
El terreno parece una zona guerra luego de un ataque, aunque esta vez no fueron las balas ni las bombas que dejaron a la OTB Molle Molle en ese estado, sino las piedras, el lodo y la arena que descendieron destrozando todo a su paso. Después de casi una semana, aún es difícil desplazarse por el lugar.
Hoy, como los últimos días, Jhanet está en su casa escarbando y buscando sus pertenencias. No le importan ni las promesas de las autoridades, ni de los alcaldes que la visitaron, ni de la misma presidenta Jeanine Añez que hace unos días estuvo en la zona y aseguró ayuda total para las familias damnificadas.
“Las autoridades no han hecho nada más que prometer y creo que solo nos queda salir con nuestras propias fuerzas”, dice resignada mientras se escucha cómo se queman los trapos. Está convencida que no encontrará otro lugar más cómodo, más seguro y mejor que el de su hogar. ¿Y el refugio? “Más o menos, es incómodo, pero es lo que hay por el momento”, responde.
Según Rosmeri Saavedra, secretaria de Desarrollo Humano, los refugiados del colegio Libertad se trasladarán el domingo al Centro de Salud de Chilimarca hasta que la situación mejore.
Toca empezar de cero, aunque Jhanet hubiese preferido no hacerlo de nuevo. En 2018 pasó casi por lo mismo, solo que entonces no tenía muchas habitaciones construidas ni los electrodomésticos que compró durante los últimos meses.
Mañana, pasado mañana, y mucho después, seguro volverá a su casa para seguir escarbando y buscando algo más que pueda salvar, aunque sea inútil porque la esperanza es lo único que le permite seguir.