Niños heladeros caminan horas para ganar centavos y continuar sus estudios
El cielo está despejado y Saúl, de 12 años, sabe que es una buena señal para vender helados. Son las 9:30, alista su conservadora, un recipiente térmico blanco, un hule y sobre ellos coloca conos, vasitos, chupetes y otras variedades. Hoy lleva sólo lo suficiente porque dice que desde la pandemia las ventas bajaron.
Aun así, se arriesga. Es martes, no tiene clases en la escuela y tiene varios kilómetros por recorrer.
Viste un buzo, polera, gorra, su barbijo y unas zapatillas, ropa ligera para evitar la fatiga.
Sale de la heladería con el cajón colgado en el hombro y la corneta en la mano, no hay ni una nube a la vista.
Caminata
Recorre en principio las calles que están cerca del mercado 27 de Mayo de K’asawasa, zona sur de la ciudad. Dos vecinos le compran al paso.
Conoce como la palma de su mano el lugar, ya sabe los lugares “clave”, aunque una “buena jornada” es relativa.
Luego de casi una hora de estar en el lugar llamando la atención de los vecinos con el sonido de la corneta no hay muchos clientes.
En el camino, se encuentra con Roger, de 11 años, quien también vende helados en esporádicas ocasiones, lo hace para ahorrarse y para pagar el internet de sus clases virtuales. Está con un sombrero blanco y ropa ligera.
Deciden ir juntos en esta travesía. Van en dirección a la avenida Petrolera, está a poco más de 2 kilómetros de distancia, media hora caminando, pero eso no es problema para ellos, ya que llevan años haciendo esto.
Usualmente se ambula por separado, pero cuando se trata de compañerismo uno intenta ayudar al otro, porque ambos saben las necesidades.
Saúl conoce K’ara K’ara, Alto Buena Vista, Cobol, Pampa San Miguel y el Politécnico, entre otros lugares, porque llegó ofreciendo helados. Asegura que en cada una de estas zonas tiene clientes.
“¡Heladito! ¿No va a querer?”, pregunta Saúl a cualquier persona que se topa en el camino. El intenso calor, 29 grados centígrados, del día derrite el rechazo de algunos.
Llegan a la Petrolera y comienzan a recorrer los negocios que están en las aceras. En otras ocasiones hasta antes de mediodía ya había vendido más de la mitad de sus helados, pero esta vez aún tiene bastantes.
Saúl señala que no existe una hora “clave” para salir, pero sí hay una “regla de oro”, que todo heladero ambulante conoce: “No se puede vender hasta pasadas las 18:00”, porque la gente ya no compra.
Con las ganancias de la venta de helado, Roger se compró una bicicleta y ahora costea el internet para sus clases virtuales y también ayuda en su casa. Saúl lo hace para apoyar económicamente a su familia y también por sus clases.
“No se gana mucho, pero algo es algo”, dice optimista mientras se seca el sudor de la frente.
La venta de helado era mejor previo a la pandemia. Ahora retornan con 30, 40 y a veces con Bs 50 bolivianos y un porcentaje es para la heladería.
Falta poco para las 13:00 y es hora del almuerzo. Retornan a casa y hoy no fue una buena jornada, son gajes de cualquier vendedor ambulante. Aunque a esta hora ya generaron lo suficiente para pagar a la heladería. Después del almuerzo analizarán si retornan o no a las calles. El sol golpea más fuerte que los días pasados. Tal vez, ambos salgan mañana nuevamente, tal vez, pero aún no termina el día.
Heladerías y ganancias
En K’asahuasa hay al menos tres heladerías que venden sus productos a los ambulantes a un precio menor, por ejemplo, los chupetes están a 50 centavos cada uno y se venden a Bs 1. El cono vale Bs 1,50 y los ambulantes lo venden a 2.50, el vasito está a Bs 1 y se ofrece a Bs 1.50.
Al finalizar la tarde, se hacen ajustes económicos de acuerdo a estos valores. La ganancia es lo que juntan luego del capital.
Niños ambulantes
En K’ara K’ara, Alto Buena Vista, Cobol, Pampa San Miguel, K’asahuasa y otros lugares de la zona sur hay más de una decena de niños que venden helados.
La Defensoría afirma que el trabajo infantil aumentó durante la pandemia
La jefa de la Defensoría de la Niñez y Adolescencia, Raquel Nogales, dijo que durante la pandemia se notó un incremento del trabajo infantil. Explicó que antes se apreciaba en la zona sur y mercados, pero ahora también se ven niños trabajando en la zona norte del municipio.
“La crisis que trajo la pandemia obligó a muchas familias a buscar fuentes de ingreso, pero lamentablemente los niños son los más vulnerables en este sentido, porque están expuestos a esta situación. Lamentablemente, esta conducta inadecuada quita la responsabilidad a los padres y eso no debe ser así”, explicó.
Hasta el 2019 el artículo 130 de la Ley 548 Código Niño, Niña Adolescente consentía el trabajo infantil a partir de los 10 años, siempre y cuando se tenga el permiso de los padres. Sin embargo, ese año fue modificado. Desde entonces a la fecha se permite el trabajo a partir de los 14 años con autorización de la
Defensoría de la Niñez y Adolescencia y también del Ministerio de Trabajo.
Pese al respaldo de la norma, todavía existe un alto índice de trabajo infantil. Nogales cree que no se puede erradicar esta situación del todo, pero la Defensoría intenta reducir los índices haciendo rastrillajes en coordinación con otras instituciones.
Nogales aseguró que también vienen a la ciudad niños trabajadores de otros municipios del valle alto y bajo.