Giovanna Rivero, terapia a la psiquis

Cultura
Publicado el 08/08/2016 a las 0h00
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“Desde la distancia veo a Bolivia como un país que ha atravesado violentas transformaciones —algunas muy necesarias, otras muy peligrosas— en poco tiempo. Nos falta, pues, tiempo histórico para interpretar esta fase. Estoy diciendo algo obvio, lo sé, pero de eso se trata irse, justamente, de desapegarse de la tendencia al entusiasmo o la desesperanza inmediata”, dice la escritora Giovanna Rivero Santa Cruz, quien emigró a Estados Unidos hace cerca de una década y actualmente vive en Gainesville y es docente en la Universidad de Florida.

Giovanna junto a Magela Baudoin y Liliana Colanzi, conforman el trío de escritoras bolivianas que más éxitos y reconocimientos han cosechado en el exterior en este último tiempo. De hecho, el año pasado, Rivero ganó el Premio Cosecha Eñe (España). 

Su salida del país —gracias a una beca Fulbright— sucedió al año siguiente de ganar el Premio de Cuento Franz Tamayo en 2005. Dada la lejanía y la distancia, y recordando los 191 años de la Independencia de Bolivia, quisimos saber qué siente y cómo ve a Bolivia la reconocida escritora nacida en Montero (Santa Cruz) en 1972. “La nostalgia es el primer cristal que se habilita cuando uno vive lejos —responde a través de una entrevista electrónica—. Pero la nostalgia es engañosa, por eso siempre recuerdo que la decisión de emigrar es tipo el Ying y el Yang: se pierde mucho, pero también se gana mucho. Hay una libertad inédita en la extranjería. Lo que afectivamente se haga con esa libertad constituye la experiencia del inmigrante”.

“Lo que menos me gusta de nuestra diversa sociedad boliviana es la baja autoestima crónica de la que no siempre somos conscientes —dice Rivero sobre lo que no le atrae de Bolivia—. En literatura y las artes en general —agrega—, nos cuesta mucho validar el trabajo de los artistas bolivianos, sobreponernos a ese corsé miope de las ideologías —sean políticas o de otra índole— y reconocer en las propuestas artísticas de los bolivianos una capacidad transformadora tan importante y rompedora como las que se gestan en otros campos culturales del mundo. Sólo si el eco del aplauso nos llega desde afuera nos sumamos a él. Si yo pudiera, le haría una macroterapia  a nuestra psiquis para aproximarnos al mundo sin dudar ni por un segundo de nuestros talentos”.

Pero como la misma escritora menciona, el Ying y Yang, la vida tiene su lado negativo y positivo. Entonces, lo que más le gusta de la cultura boliviana “es precisamente que no es ‘la cultura’, sino un mosaico interesantísimo de ethos culturales, tan diversos que a veces colisionan. Lo que más me gusta y extraño es el relato oral de la gente. Ese ‘parloteo’ social que fluye sin pudor en los taxis, en el mercado, en las familias. Es como un constante ‘trabajo del sueño’, para decirlo un poco con Freud, a nivel colectivo”.

La distancia sin duda permite “ver el bosque y no concentrarse en el árbol”, como dicen por ahí. Despojada ya de la subjetividad que otorga el ecosistema donde uno habita, Giovanna Rivero considera que  Bolivia, para ser un mejor país, “le hace falta priorizar la educación formal y no formal y que esa jerarquía se refleje de manera concreta en cómo se asignan nuestros recursos. Una educación escolar, pero también la formación que pueden proveer las distintas instituciones culturales y de alcance social, y que termina repercutiendo en las dinámicas familiares, deberían respaldar no sólo el conocimiento científico, sino fortalecer las humanidades, la apreciación sensible de las artes, la habilidad y vocación de articular opinión personal y pública con responsabilidad y libertad. Sin esto, todo lo demás es pragmatismo y supervivencia”.

Pero, ¿cómo es vista y tratada una escritora boliviana en Estados Unidos? “En esa inmensidad —responde— uno construye su especificidad en microsociedades: el ámbito académico, por ejemplo. Pero fuera de esa burbuja, uno se encuentra ante la disyuntiva de si integrarse a esa nueva patria que es la diáspora hispanohablante o defender una particularidad cultural que, en nuestro concreto caso, no siempre alcanza a componer un tejido como sucede con otras comunidades de inmigrantes. Pienso en los cubanos, los venezolanos, los colombianos, que han podido ocupar instituciones, medios de comunicación, generar redes de negocios, múltiples tejidos, en fin, que permiten una integración más poderosa de sus connacionales en el gran territorio de Estados Unidos. Los bolivianos estamos más huérfanos. Mi deseo es que los que estamos ‘afuera’ también podamos anudar nuestros tejidos, sea en lo académico, en lo cultural, en la opinión internacional, en los emprendimientos editoriales, etcétera, porque todo eso también constituiría un magnífico puente entre todas las Bolivias”.

 

(*) La autora es periodista.

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