El legado de Víctor Hugo Antezana se inmortaliza en óleo y acuarela
Osvaldo Figueroa*
Alguna vez coincidimos con Víctor Hugo en el casco viejo de la ciudad y ante mi observación de que se abstraía de todo y de todos con facilidad, me comentó que todo el tiempo andaba mirando los rincones, los tejados, las paredes viejas, las luces y las sombras para empezar a elucubrar nuevos proyectos, nuevos diseños.
Dueño de un carácter singular, a Víctor Hugo también le gustaba compartir algunos encuentros deportivos con los del gremio, los jueves, allá en Apote en la propiedad de Francisco Romano, era el primero en llegar y se preparaba con fruición, calentaba responsablemente y luego se incorporaba al encuentro con gran energía y físico. Así era: ponía pasión en lo que hacía.
No había visto pintar a su papá, el gran Gíldaro Antezana; porque aún era muy niño, pero entró en contacto directo con sus dibujos, bocetos y obras acabadas, para admirarlos, estudiarlos, usarlos como referente de libertad, poesía y disciplina.
Con los años había logrado desarrollar una técnica depurada y suelta, tanto en el óleo plasmando el paisaje cochabambino de donde era oriundo, como con la acuarela donde se manejaba con gran destreza y solvencia.
Testimonian esta dedicación, los casi 20 premios y reconocimientos obtenidos a lo largo de más de tres décadas de trabajo, entre los que destacan varias premiaciones a nivel nacional.
Víctor Hugo deja su legado en toda Bolivia donde exponía regularmente, y en países hermanos como Ecuador y Colombia, además de EEUU, Suecia, Noruega, Finlandia y Costa Rica.
Se despide pronto, deja un gran vacío. Paz en su tumba.
El artista fue enterrado ayer en el Cementerio General de Cochabamba.
* El autor es artista plástico.