Proyectos hidroeléctricos: sobre su sustento y viabilidad
Carmen Crespo F. *
Sobre los proyectos hidroeléctricos que impulsa el Gobierno, tal vez hay que retroceder un poco y preguntarse “¿para qué queremos las represas?”.
Las respuestas del Gobierno nacional no son claras al respecto. El primer argumento es que necesitamos pensar en una fuente alternativa de ingresos a los hidrocarburos. Hay que recordar que el país tuvo una década de precios altos de materias primas, que generaron ingentes cantidades de dinero. ¿Qué se hizo con esos recursos? Ahora que esa época pasó, nos encontramos con que no se industrializó el país, no se diversificó la estructura económica, y somos más dependientes que nunca de la exportación de materias primas.
Desde el punto de vista de la historia económica, el Gobierno de Evo Morales será recordado como la “década perdida”, en el sentido de una oportunidad de oro que fue desaprovechada y que probablemente no tendremos otra vez hasta dentro de 40 o 50 años. Además, ¿es posible sustituir los ingresos de hidrocarburos con la exportación de energía eléctrica? Para alcanzar a sustituir la renta de hidrocarburos, que llegó a 5.500 millones de dólares, tendrían que construirse 25 represas del tamaño de El Bala–Chepete.
Es decir, no estamos hablando de un escenario real para la sustitución de los ingresos por hidrocarburos. Podría decirse, tal vez, que se pretende sustituir, en una mínima proporción, la renta de hidrocarburos y sería más real.
La segunda razón es que se quiere convertir a Bolivia en el “corazón energético” de la región. Si consideramos los tamaños de los sistemas eléctricos de los países vecinos, que comparados con el nuestro son aproximadamente de cinco veces el peruano, nueve veces el chileno, 17 veces el argentino, 63 veces el brasilero, y cuatro veces el paraguayo (pero sabiendo que Paraguay es un exportador neto de electricidad), el aporte del proyecto Bala–Chepete es insignificante en el contexto de la región, es marginal.
Pero a pesar de ser insignificante en la región y de no aportar significativamente a los ingresos nacionales (el presidente Morales indicó que se espera un ingreso de 1.250 millones de dólares al año, que no es lo mismo que decir utilidad), el proyecto es muy importante si se toma en cuenta la inversión requerida, que es aproximadamente 20 por ciento más que la deuda externa total actual del país y más de la mitad de las reservas internacionales netas. Entonces, es un proyecto por demás significativo.
Normalmente, cuando se realizan proyectos de este tipo, primero se busca el mercado, se define un precio de venta y con este precio se evalúa la factibilidad financiera del proyecto.
No puede pasar a construir un proyecto de esta envergadura apostando a que tal vez tenga suerte en el futuro y consiga mercado. Alguien ya dijo que hacer esto es como “tirarse de un trampolín a una piscina vacía con la promesa que la llenarán mientras vas cayendo”.
En cuanto a si existen mercados potenciales reales para la energía eléctrica de Bolivia, quien debe responder esta pregunta es el Gobierno. Deberían responder que mercado se consideró para evaluar la viabilidad financiera del proyecto y qué precio o rangos de precios se incorporaron en los cálculos. Pero este tema, como todos los detalles técnicos, no se están difundiendo, violando además derechos constitucionales a la información.
En cuanto a las líneas de transmisión para llevar esa energía suponen otra inversión aparte, pérdidas de energía en el transporte, costos adicionales de operación y mantenimiento, e impactos ambientales también adicionales. Y parece que ninguno de estos aspectos fue considerado en los estudios. Al menos en la ficha ambiental del proyecto Bala–Chepete (que es lo único disponible en la red gracias a la Fundación Solón) no se menciona el tema.
Sobre los pasos estratégicos que se deberían seguir para concretar la exportación, lo primero a preguntarse es “¿nos interesa la exportación?”. Primero será necesario como país discutir este tema, pero sobre información cierta y pública, y con razones y argumentos técnicos.
Las otras preguntas relevantes son: si realmente nos interesa exportar, ¿existen otras opciones de generación eléctrica? ¿Se puede pensar en megaproyectos de energías renovables? Y si se insiste en hidroeléctricas ¿existen otras opciones de menos costo y de menor impacto ambiental que las propuestas?
Toda esta discusión debería ser previa a la decisión de construir proyectos como Bala–Chepete que han sido cuestionados por numerosos expertos de distintas especialidades.
* La autora es economista de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Obtuvo una Maestría en Economía en la misma universidad y una maestría en Ciencias, en Energía y Medio Ambiente en la Universidad de Calgary, Canadá.