Letras peligrosas
Cuando los españoles llegaron al Tawantinsuyu encontraron una enorme y próspera civilización pero sin rastros de escritura. Debido a ello, creyeron que los pueblos de esta parte de América eran ágrafos. Su error quedó en evidencia cuando conocieron los kipus, un sistema híbrido de contabilidad y relación de sucesos que sólo era conocido por unos cuantos sabios llamados kipukamayux.
Pero lo que los españoles no supieron, porque su entendimiento estaba limitado a lo que se puede pintar en hojas de papel, es que los pueblos andinos sí tuvieron escritura; es decir, un código de signos que permitía conservar mensajes. Lo descubrió en 1940 el investigador Dick Edgar Ibarra Grasso y lo confirmó en 1989 su discípulo más aventajado, el historiador boliviano Roy Querejazu Lewis.
Querejazu encontró suficiente evidencia en las crónicas coloniales de que la civilización incaica tuvo escritura. Una de sus fuentes, el cronista Fernando de Montesinos, refiere que el inca a quien identifica como Titu Yupanki Pachakuti perdió la vida en una batalla definitiva en la guerra que libraba contra los kollas y, a partir de entonces, su hijo y sucesor prohibió las letras y ordenó “que nadie las usase ni las resucitase porque de su uso le había de venir el mayor daño”.
Por esos datos se colige que había dos tipos de codificación simbólica: los kipus, reservados para una elite, y la escritura ideográfica que se había hecho masiva y permitía que la gente acceda al conocimiento. Para los incas, era peligroso que los gobernados acumulen conocimiento o transmitan información así que optaron por prohibir la codificación masiva. Para lograrlo, el hijo de Titu Yupanki Pachakuti mandó matar a todos los amautas y hasta ordenó que, a partir de entonces, se escriba una nueva historia, una oficial en la que los incas eran hijos del sol. Conciliando datos, el inca muerto en batalla parece ser Wiracocha mientras que su sucesor sería Pachakuti, considerado el verdadero fundador del imperio y autor de la trilogía moral del “ama llulla, ama swa y ama qilla”.
Lo que ocurrió en los tiempos en los que el Twantinsuyu se expandía no es exclusivo de la historia americana. El conocimiento es poder y los gobernantes se resisten a compartirlo con el pueblo llano. Por eso es que el libro llegó a ser considerado un peligroso agente de transformación y fue quemado por toneladas desde la edad media hasta la Alemania de Hitler.
Y si aún los libros eran elitistas, los diarios popularizaron todavía más la escritura así que se convirtieron en los enemigos naturales de los gobernantes, especialmente los autoritarios. Uno de los muchos que entendió el peligro que entrañaba la palabra escrita y masificada en los periódicos fue Napoleón Bonaparte quien llegó a decir que “la libertad de prensa debe estar en manos del Gobierno, la prensa debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del Imperio las sanas doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto a un peligro”.
Con el correr del tiempo aparecieron la radio y la televisión que masificaron la difusión de la palabra hablada y se sumaron a la lista de adversarios de los detentadores del poder.
En los tiempos de Internet, la palabra escrita sigue siendo el mayor riesgo para los gobernantes y, con todo y errores gramaticales y ortográficos, se multiplica a través de las redes sociales. Por eso es que los gobernantes autoritarios las ven como un peligro y buscan controlarlas.
El autor es periodista, Premio Nacional en Historia del Periodismo.
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA