¿Tenía que ser en abril, Gato?
... Y siempre que hay razones misteriosas y figuras de la irrealidad que, con frecuencia, se mueven y se muestran partícipes de este mundo que sentimos y vivimos como cierto y real, se me ocurre citar una y otra vez “La tierra baldía” de T. S. Eliot: “Abril es el mes más cruel, hace brotar lilas en la tierra muerta, mezcla memoria y deseo, remueve lentas raíces con lluvia primaveral.” (...)
Es cruel, no porque haga brotar lilas de la tierra muerta, sino porque, con justicia, demuestra que esos brotes nacen a otra vida en forma de eternidad, se inmortalizan en una voz, una imagen, una melodía o en alguna frase que siempre se mezcla con memoria y deseo. Es cruel porque se tiene que morir para revivir y así alcanzar la perpetuidad.
“Sólo hay sombra bajo esta roca roja (ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja), y te enseñaré algo que no es ni la sombra tuya que te sigue por la mañana ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro; te mostraré el miedo en un puñado de polvo”.
El pasado 2 de abril, una vez más el mes maldito anotó puñados de polvo. Así, como ese abril de César Vallejo, de Gabriel García Márquez, de Miguel de Cervantes, de Günter Grass, de Francis Bacon y de William Shakespeare, el de Leandro Barbieri, Gato… para los amigos, se hizo presente en forma de quejido tenor, de saxo ronco y melancólico que sonó a memoria y deseo.
Memoria, para recordar sus orígenes y su trayectoria impecable. Su nacimiento en Rosario un 28 de noviembre de 1932, a su padre humilde y bondadoso, a China, su madre, como la llamaban con tanta dulzura.
Su encuentro indeleble con la música de Charlie Parker caminando junto a él, como un Perseguidor tras Las armas secretas de los que nacen una sola vez. Más tarde, descubriendo las figuras gloriosas de Miles Davis y John Coltrane en el quinteto de Davis. Para entonces el felino ya debutaba en la orquesta del gran Lalo Schifrin y su decisión incuestionable por cargar a lo largo de toda su vida el saxo tenor había sido oleada y sacramentada.
“El dosel del río se ha roto: los últimos dedos de las hojas se aterran y se sumen en la húmeda ribera. El viento cruza, silenciosamente, la tierra parda. Las ninfas se han marchado. Dulce Támesis, discurre plácidamente, hasta que termine mi canción”.
“Europa”, “Caliente”, “Pasión y fuego”, “Qué pasa”, “Che Corazón”, para anotar en la memoria esos álbumes y muchos más, persiguiendo recuerdos y liberando emociones, como en 2006, cuando tuve la dicha de asistir a una presentación de el Gato en Virginia, Estados Unidos. Su concierto coincidió con un 6 de agosto, día patrio para los bolivianos. Abrió el espectáculo con Europa, su saxo tenor retumbó en el escenario y el público rompió en aplausos y suspiros. El Gato, repuesto de un infarto, triple bypass, que lo había apartado de grabaciones y giras, se mostraba tranquilo, casi ajeno a la presencia de miles de fanáticos que nos deleitábamos con su música combativa que siempre trató de unir a Latinoamérica.
Su sombrero negro de ala ancha cubría parcialmente su rostro, lo mismo que sus típicas gafas oscuras, su bufanda roja era un punto enfático, como un talismán que siempre auguraba éxito. Denotaba todo fuego y pasión.
Al final del concierto ingresé a su camerino, le tomé de las manos y se las besé:
-- ¿Quién sos vos, pibe?
-- Mi nombre es Ruddy, soy boliviano y he venido a verlo, maestro, porque desde muy joven su música ha estado conmigo siempre.
-- Gracias, querido, yo tengo un gran álbum que se llama Bolivia, dedicado al Che.
-- Así es, maestro, ese disco lo guardo como un tesoro. ¿Y cómo está su salud?
-- Más o menos, hace algún tiempo estuve muy mal, ya estoy mejor, pero a veces tengo taquicardia, pero no me importa. Yo seguiré tocando hasta que me llegue la muerte…
Y a sus 83 años llamaron a su puerta con un soplo de vida. Leandro Gato Barbieri, autor de Pampero, Ruby, Ruby, Apasionado, Chapter One: Latinoamérica, Chapter Two: Hasta siempre, Chapter Three: Viva Emiliano Zapata, Chapter Four: Alive in New York, se fue en abril, haciendo brotar lilas y removiendo lentas raíces.
Deseo, para despertar en la memoria las imágenes seductoras de un Marlon Brando y María Schneider en El último tango en París, con la música de Gato como cómplice del pecado.
Deseo, para continuar pensando que sólo se te fue una vida, querido Gato, y aún te quedan seis para gastarla con pasión, lentamente, como cuando te desplazabas en el escenario e inclinabas tu cuerpo hacia la izquierda para hacer que tu saxo tenor rugiera incontenible.
El autor es comunicador social.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.