Economía: ¿Ciencia lúgubre o ciudadana?
En los últimos años la economía, para algunos una ciencia y para otros tan sólo una actividad, ha estado sobre un fuerte fuego cruzado de críticas. Cazar economistas por sus ideas es un deporte antiguo que por supuesto es mucho más aburrido que buscar pokemones. Uno de los calificativos que ha renacido para descalificar a los economistas es que practican una “dismal science” o en una traducción libre, una ciencia lúgubre o lo que sería más fuerte, ciencia triste.
La revista The Economist, a través de varios artículos, y el profesor Dani Rodrik, han vuelto a polemizar sobre el tema. Precisamente, el último libro de Rodrik tiene el título de Dismal Science. Me he informado que la idea de ciencia lúgubre se atribuye al filósofo escocés, Thomas Carlyle, quien al encontrar una justificación de la esclavitud en el pensamiento económico y político, consideró esto como un hecho triste o lúgubre. En la actualidad se califica a la economía como una dismal science cuando se pretende reforzar su carácter oscuro, aburrido, alejado de la realidad e insensible. Sin duda mucho de esto existe, en especial en el pensamiento neoclásico.
Una de las críticas más comunes a la economía es que se habría refugiado abusivamente en las matemáticas, buscando un velo científico. Paul Singer, un economista brasileño, en alguna oportunidad dijo: “Los economistas siempre encuentran lo que quieren encontrar. La diferencia es que estudian matemáticas y tienen los medios para engañar a quienes no saben ni aritmética”.
En especial, la economía académica habría sobreenfatizado el cálculo y el álgebra en la investigación y análisis, lo que no necesariamente ha significado una mayor clarificación de los temas económicos, sociales o financieros. Un ejemplo de esto es la sofisticada parafernalia matemática y estadística con que se analiza y proyecta el mercado financiero, entre tanto, a pesar de estos primores técnicos, la profesión ha fracasado sistemáticamente en las proyecciones, más aún, no se pudo predecir ninguna de las crisis financieras de los últimos 100 años. En efecto, el año 2008 no se pudo evitar la explosión de la burbuja inmobiliaria y posterior contagio a otros activos que casi termina con el capitalismo norteamericano y por supuesto, llevó a la quiebra a millones de personas y centenas de empresas, que ciertamente, no dudaron calificar la economía como una ciencia lúgubre.
Otra crítica fuerte es que muchos de los indicadores que utilizamos para mostrar el desempeño de una economía son construcciones conceptuales del siglo pasado. Éste sería el caso del Producto Interno Bruto (PIB) que habría dejado de ser un indicador confiable porque no refleja los cambios que se produjeron con la revolución de la información y tecnología. Menos aún, este indicador no estaría calificado para medir la crisis medioambiental en curso. Ésta es una crítica antigua pero válida. Recordemos que por estas tierras, los dueños del poder asocian el desarrollo económico al mero crecimiento del PIB, dejando de lado variables sociales y ecológicas.
También se critica que la economía, especialmente aunque no exclusivamente la neoclásica, es una ciencia triste porque se mira demasiado al ombligo. No dialoga ni conceptual ni prácticamente con otras ciencias sociales como ser: la historia, la sociología, la antropología o la psicología. Aunque cabe resaltar que ya se hacen esfuerzos para corregir este error. Es el caso de la sociología económica, la economía experimental que usa la psicología y de más larga data, la economía política. No obstante los avances, la economía neoclásica, de manera equivocada en mi opinión, aún ve, a otras ciencias sociales, con cierto desdén, cuando no, con soberbia.
¿Cuál sería el camino para que la economía deje su aire lúgubre? Un posible camino primero, es recuperar la visión histórica, a la Karl Marx o a la Karl Polanyi, si nos concentramos en los clásicos. O, en una perspectiva más actual, revivir el abordaje de economía política a la Albert O. Hirschman o Raúl Prebish.
Segundo, para que la economía deje de ser una ciencia triste, ésta debe volver a enfocarse en los objetivos del desarrollo, a saber: eliminación de la pobreza, mejor salud y educación para la población, mejor distribución de los ingreso, empleo digno, o para ponerlo fácil buscar la felicidad de las personas. Y no así en los instrumentos, la política fiscal o monetaria, el tamaño de la inversión pública o el PIB.
Tercero, hacer un esfuerzo para comunicar mejor con las necesidades de la gente, empresas y organizaciones, es decir convertirse en una ciencia ciudadana, como hizo notar mi amiga Fernanda Sostres. Recordemos que de manera intuitiva todos hacemos economía y todos los santos días, en nuestras actividades personales, negocios o en el desarrollo de políticas públicas. Tanto cuando se trata de decisiones de consumo individual como cuando reaccionamos a las políticas macroeconómicas o sociales, y/o realizamos negocios, ejercemos derechos ciudadanos, hacemos democracia. En este contexto que la economía se convierte en una ciencia ciudadana a tiempo completo, por lo tanto, su lenguaje y forma de comunicación debe ser asequible a todos, debe permitir un diálogo fluido entre todos los actores del desarrollo económico y empresarial. Más aún, debe ayudar a todos a tomar decisiones económicas o financieras más informadas y por lo tanto, con menor riesgo. Para que todo lo anterior ocurra, nuestras escuelas, universidades, autoridades, empresarios deben reposicionar a la economía como una ciencia social amable y ciudadana.
El autor es economista.
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.