Recordar para que la historia no se repita
A pesar del tiempo transcurrido, vale la pena rememorar lo ocurrido en un día como hoy, aunque ya sean 37 los años transcurridos, porque los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla
En la madrugada de un día como hoy, el 1 de noviembre de 1979, hace ya 37 años, el coronel Alberto Natusch Busch comenzó a escribir uno de los episodios más vergonzosos de la historia boliviana. Con apoyo de un grupo de dirigentes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y del Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), las Fuerzas Armadas infligieron un nuevo golpe a la democracia, esta vez para derrocar al Gobierno de Wálter Guevara Arce.
El alegato esgrimido fue el supuesto afán prorroguista de éste en su interinato de un año, que surgió tras el empantanamiento en el Congreso para elegir al presidente entre los candidatos con más votos en las elecciones de mediados de 1979: Hernán Siles Zuazo (UDP) y Víctor Paz Estenssoro (MNR). El golpe se realizó horas después del final de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos en la ciudad de La Paz, donde Bolivia había logrado un triunfo de su diplomacia porque todos los cancilleres —excepto el de Chile— aceptaron que la demanda marítima es un asunto continental, o sea, que debe ser discutido multilateralmente.
La descabellada aventura golpista felizmente fue breve. Apenas duró 16 días, pero fueron suficientes para que el golpe de Estado figure entre los más cruentos. Es que en apenas algo más de dos semanas llegó a más de cien el número de personas muertas y a más de 500 las heridas, como consecuencia directa de la violencia militar.
De nada sirvió que durante esos 16 días se aplicaran en todo el país los mismos métodos represivos a los que recurrieron otros regímenes de aquellos tiempos. Los medios de comunicación fueron clausurados o intervenidos, se obligó a las radios a transmitir en cadena, todas conectadas a la emisora oficial; las mazmorras policiales se llenaron de quienes se oponían a la aventura, pero nada fue suficiente para detener la voluntad de la inmensa mayoría del pueblo boliviano que había ya decidido optar por la institucionalidad democrática y no permitir que el destino del país volviera a caer en manos militares.
Sin embargo, y pese a lo efímero que fue, el daño hecho a nuestro país por el golpe de Todos Santos y sus autores fue enorme. Y no sólo por la cantidad de víctimas, sino porque en cuestión de horas desbarató el mejor resultado obtenido, tras meses de arduo trabajo, por la diplomacia boliviana en toda la historia del litigio con Chile después del tratado de 1904.
Ambos hechos —la cantidad de víctimas y la derrota infligida a nuestra política exterior— tendrían que haber sido suficientes para que los autores del golpe de Todos Santos fueran sometidos al más severo juicio y obligados a sufrir las consecuencias de sus actos. Pero no sólo que eso no ocurrió, sino que, como si nada hubiera pasado, militares y civiles continuaron durante muchos años participando activamente en la vida pública nacional.
Los 37 años transcurridos desde entonces, y lo lejanos que parecen esos tiempos, sobre todo para las generaciones jóvenes, pueden hacer que parezca ya innecesaria la rememoración de esos hechos, para dejar la tarea a historiadores. Sin embargo, vale la pena mantener viva la memoria porque, como es bien sabido, los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.