El agua en Bolivia, un problema estructural
El presidente Evo Morales nos ha advertido que el problema del agua en Bolivia se debe al calentamiento global provocado por el imperialismo y las naciones industrializadas y por tanto debemos prepararnos para lo peor. Su aseveración muestra la falta de conocimiento de la realidad del país que gobierna; pero como es norma en él, se lanzó a la caza de brujas y encontró a los culpables y serían sus subalternos. Ellos no le habrían informado sobre la escasez del líquido elemento.
Su vicepresidente no se ha quedado atrás. Apoyado en sus predicciones paranormales que causan hilaridad quiere contarnos una aberración que suena a cuento chino “La Pachamama (madre tierra) otra clase está y que sin agua no hay chicha, no hay fiesta”. Alguna vez predijo que si Evo Morales no ganaba el referendo en febrero pasado, “la luna se iba a ocultar y el sol se iba a apagar”. En franca contradicción a sus predicciones, los astros siguen ahí. Lo que no hay ahora es agua para consumo de la población.
Nuestros gobernantes no han entendido que el problema de la escasez de agua, la sequía y otros problemas ambientales tienen carácter estructural y prioritario. Su propuesta para afrontar esta crisis no se dejó esperar y tiene matices telenovelescos; veamos porqué. Han declarado estado de emergencia a nivel nacional y al mismo tiempo han aprobado el presupuesto del 2017 para recursos hídricos y saneamiento básico con una reducción del 50 por ciento. La apoteosis: Han creado una comisión para encarar esta crisis de agua; dirigida por el Ministro de la Presidencia (un exmilitar). ¿Dónde quedó la Ministra de Medio Ambiente y Aguas? ¿Será que no tiene la formación en el ramo? Mientras ellos “le meten nomás” los bolivianos sabemos de sobra dónde está el problema: Más claro agua; reza un viejo refrán.
Ellos tienen otras prioridades como comprar satélites chinos desechables por más de 300 millones de dólares, dizque para mejorar la comunicación; sin embargo, se tiene el Internet más lento de Sudamérica. Construir plantas nucleares, represas hidroeléctricas, palacios, museos personalizados, aeropuertos y canchas de fútbol con césped sintético para alimentar su megalomanía y egocentrismo: rifar los recursos minerales a empresas chinas que no tienen ningún respeto por el medio ambiente y donde el 80 por ciento de ellas entre otras no tienen licencias en regla para extraer esos recursos. De los impactos y desastres ambientales que provocan ni hablar, son inventos de la derecha y el imperialismo. Así es como manejan el país. ¿Quo vadis Bolivia?
Aquí algo para refrescarles la memoria y llamarles a la reflexión. El Artículo 36 de la Ley 1333 de Medio Ambiente del Estado boliviano señala: “El agua en todos sus estados es de dominio originario del Estado y constituye un recurso natural para todos los procesos vitales; su utilización tiene relación e impacto en todos los sectores vinculados al desarrollo; por lo que su protección y conservación es tarea fundamental del Estado y la sociedad”.
Resulta sorprendente, pero el país en pleno siglo XXI no cuenta con una Ley de Aguas; la más reciente data de 1906. Hubo varios intentos para elaborar una nueva, pero la cosa no pasó de ahí, se quedó en el papel y en las buenas intenciones.
Bolivia es uno de los países en América Latina que posee una de las mejores reservas acuíferas, pero en cuanto a la calidad está entre los últimos. Los ríos que atraviesan las ciudades son verdaderos depósitos de basura y receptores de aguas residuales con elevados niveles de contaminación. Los lagos Poopó y Uru Uru en Oruro se han secado por la desviación y contaminación de sus aguas por la actividad minera. Eran ecosistemas que albergaban especies de flamencos y otras aves en peligro de extinción, de peces y otras especies de anfibios; de la flora ni hablar. Otro ecosistema en Cochabamba, la Laguna Alalay, se ha convertido en un espejo de agua nauseabundo por la descarga de aguas residuales y ahora despide grandes cantidades de metano y ácido sulfhídrico debido al proceso de eutrofización. Los niños en las escuelas circundantes y vecinos tienen que usar barbijos y nadie tiene la solución al respecto.
Con toda esta problemática, ¿debemos todavía esperar lo peor? El desastre ambiental ya está en casa y los problemas se suman; mientras tanto los gobernantes no tienen ideas y menos una agenda nacional capaz de normar y velar el uso sostenible de nuestros recursos naturales. Hemos llegado a un punto donde la escasez de agua en casi todo el país y su distribución es cada vez más injusta y se va convirtiendo en un artículo de lujo. La gente realiza sus necesidades biológicas a cielo abierto o en fosas sépticas perforadas rústicamente por ellos. Una parte de esas deposiciones es evaporada por el calor del sol y arrastrada por el viento para contaminar el aire que respira la población. El resto de las heces fecales se infiltra con las lluvias a las napas freáticas subterráneas y pasan a engrosar los volúmenes de agua que luego son extraídos y distribuidos para consumo directo.
¿Dónde está el ansiado proceso de cambio? ¿A esto le llaman ellos socialismo del siglo XXI?
El autor es ingeniero ambiental.
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN