Lecciones aprendidas en el manejo del Parque Tunari

A principios de este mes, con las primeras lluvias del año, la torrentera de Chutakawa del municipio de Tiquipaya se cobró la vida de tres personas, poniendo en evidencia la vulnerabilidad total de las poblaciones asentadas dentro de la franja de seguridad del Parque Nacional Tunari y debajo del mismo, vale decir en toda la zona norte de la región metropolitana.

Desde Sacaba hasta Sipe Sipe existen 39 cuencas y microcuencas que bajan de la cordillera del Tunari. Comúnmente llamadas torrenteras, algunas de ellas fueron muy activas en el pasado, provocando graves daños económicos en las partes bajas de esta región. Una de las razones para la creación del Parque Nacional Tunari con el Decreto Supremo Nº 6045 del 30 de marzo de 1962, claramente hacía referencia a las inundaciones resultantes del desfogue de las vertientes del sud de la cordillera del Tunari, recomendando la ejecución de planes forestales en terrenos no aptos para la agricultura con el fin de favorecer la conservación de suelos y garantizar la seguridad física de la propiedad urbana y rural.

Hasta mediados de los años 70 del siglo pasado había una pequeña oficina en esta ciudad dependiente del Ministerio de Transportes y Comunicaciones que atendía las torrenteras y que no contaba con recursos económicos para enfrentar las inundaciones que casi todos los años, por abundancia de las lluvias, destruían centenares de hectáreas de maizales y otros cultivos, además de viviendas rurales en el valle cochabambino. Dada la gravedad de los desastres el Gobierno nacional entregó  a Cordeco la administración de esta oficina. Sin presupuesto ni maquinaria pesada para el dragado de los ríos se organizó el Comité Regional de Emergencia contra las Inundaciones a la cabeza de la Corporación de Desarrollo de Cochabamba, la Prefectura y las Fuerzas Armadas que funcionó durante varios años movilizándose en los trabajos de prevención y atención de los desastres. Simultáneamente Cordeco, para adquirir experiencia, mediante su Unidad de Desarrollo Rural Integrado inició el Programa Piloto de Investigación-acción de manejo de la cuenca del río Viloma instalando en 1976 el primer vivero forestal en este lugar para la reforestación de la cuenca, incorporando a las comunidades campesinas, alumnos y maestros del Núcleo Escolar de Viloma Grande en la educación y plantaciones forestales. En la parte baja de esta cuenca se colocaron gaviones para impedir la inundaciones a las comunidades vecinas que eran muy frecuentes en esos años; se construyeron del mismo modo defensivos y canalizaron los ríos de mayor riesgo; sin embargo estas acciones eran insuficientes porque las inundaciones con el cambio del curso del agua afectaban a otros lugares lo que dio origen a la primera lección aprendida: había que manejar los cursos de agua desde sus orígenes hasta su destino final que era el río Rocha. A esta experiencia se sumó otra más grave durante el periodo lluvioso de 1978 con la desaparición, casi de la mitad del barrio de Santa Ana en la unión de la avenida Simón Lopez y el Pintomayu de esta ciudad, cuando la mazamorra que bajó por este río enterró a más de 30 viviendas, la mayoría de ellas en construcción, por suerte sin pérdidas humanas.

En esa época no había poblaciones encima del río; eran zonas de pastoreo y de recarga hídrica con abundante vegetación nativa que frenaba la velocidad de caída de la mazamorra, descargando a su paso miles de toneladas de piedra y lodo, llegando al barrio afectado con poca fuerza. La magnitud del desastre obligó a Cordeco a gestionar del Gobierno nacional el financiamiento para la compra de maquinaria pesada y la construcción de obras civiles en esta cuenca para prevenir futuras mazamorras. Al mismo tiempo, algo muy importante de lección aprendida, se delimitó la franja de seguridad y las áreas verdes a ambos lados del río que después se aplicó en las demás cuencas prohibiéndose los asentamientos humanos en estos lugares. Después de más de 30 años de este desastre algunas de las obras construidas por administración propia, siguen resistiendo aunque deterioradas por el tiempo transcurrido.

En 1990 se creó el Programa de Manejo Integrado de Cuencas —Promic— como brazo técnico de Cordeco especializado en atención de las cuencas del departamento de Cochabamba, empezando por razones de limitación presupuestaria, por las cuencas Taquiña, Pajcha y la continuación del Pintomayu. La suma de las lecciones aprendidas en 15 años de trabajo se concretó en la creación de este programa que a través de la investigación-acción en estas cuencas se formularon los diagnósticos y propuestas de intervención para el control de torrenteras. En este proceso de construcción y aprendizaje entre 1991-1994 Promic elaboró el estudio y priorización de la cuenca del Tunari para su intervención abarcando 39 ríos. En base a parámetros de erosión y degradación de tierras, de riesgos de inundación, zonas de recarga hídrica, aspectos socioeconómicos y sistemas agrícolas se identificaron en una primera etapa nueve cuencas como prioridad número uno de intervención empezando por la Taquiña, Pintomayu, Pajcha, Achocalla, la Llave, Huallaquea, Molino Blanco y T’ola Pujru. Se identificaron ocho cuencas como segunda prioridad, 11 cuencas como tercera prioridad y 11 cuencas como cuarta prioridad. Este documento fue la base para la elaboración de los planes de manejo que se han financiado y ejecutado en pasados años con la cooperación suiza y que deben continuar construyéndose en el futuro en las 39 cuencas con la intervención de los municipios dentro de sus propias jurisdicciones territoriales.

Promic, independientemente de su cambio de nombre, es la institución especializada en manejo de cuencas, construida socialmente por los cochabambinos, por eso es parte del patrimonio k’ochala y que responde a las necesidades urgentes y perentorias de planificar el desarrollo a partir del aprovechamiento sostenible de los recursos hídricos. Por eso debe ser fortalecido técnica y financieramente, que le permita realizar estudios en todas las cuencas de Cochabamba proponiendo soluciones alternativas a la crisis y demanda de agua valluna.

El autor es economista