Pasado, presente y futuro de la polución ambiental
Propongo un impuesto a los fabricantes, que traspasado a los que generan basura plástica, la hace más onerosa o reduce los flojos que llevan un par de panes en bolsa plástica
Un sopapo a la hipocresía ciudadana fue el Día de la Madre Tierra, el 22 de abril. Pusieron lado a lado fotos de millares de llantas descartadas y la inmensa quemazón de humo negro que aún no buscó, y menos halló, culpables.
Fue el duende, digo yo cuando algo en casa se pierde.
Fue el duende el pirómano de las llantas incendiadas. Fue el duende que asesinó millares de peces en la Laguna Alalay. Fue el duende que secó el Lago Poopó y acabó con la pesca de los Urus. Fue el duende que vertió deslaves mineros y envenenó a los sábalos del río Pilcomayo.
Es el duende que poluciona el aire quemando leña para ladrillos y yeso, porque “pobrecillos” desdeñan invertir en gas natural. Es el duende que permite a transportistas ennegrecer el aire al no cambiar aceite ni bujías a sus cacharros. Es el duende que tumba bellos ceibos porque sus flores y “gallitos” ensucian la acera. Es el duende que tumba árboles para sembrar coca en el Chapare.
Será el duende cuando construyan la represa del Bala y resbalen a aguas ribereñas rebalses de mercurio usados al producir oro en Guanay. Será el duende cuando construyan Rositas, porque no sabremos eliminar sedimentos por medio de dragados. Será el duende cuando la central nuclear a construirse en La Paz se rompa y vierta aguas envenenadas para que beban los paceños, nuevos muertos en vida por la radiación.
Aunque Bolivia es una cornucopia mundial de flora y fauna, el enemigo de tal acervo es el ser humano y los bolivianos no somos una excepción. Aunque mal de muchos sea consuelo de tontos, el mundo entero abunda en abusos al medio ambiente, a la Madre Tierra, a la Pachamama. De arranque, pecan de etnocentrismo al razonar que la primavera septentrional de abril sin exámenes es la norma mundial. Allá será primavera; acá en nuestro Sur es otoño.
Recuerdo el clásico de 1962 Silent Spring (“Primavera silenciosa”), en que Rachel Carson alertaba del peligro de los pesticidas en el medio ambiente. Más de 20 años más tarde, en 1984, de poco sirvió a la Union Carbide, una transnacional estadounidense, para evitar el mayor desastre en Bhopal, India, debido a una fuga de gas venenoso. Casi 20.000 muertos a lo largo de los años y más de 500.000 afectados.
¿Alguien cobra a Monsanto, gigante de la biotecnología, sus “aportes” a la salud del planeta? Tiene en su haber la sacarina, un edulcorante vendido como reemplazo del azúcar a la Coca Cola y a plantas de alimentos en lata. Se deriva del “alquitrán sin valor alimenticio alguno y extremadamente dañino a la salud” dicen científicos de la Food and Drug Administration (FDA). Para qué hablar del infame “agente naranja”, un herbicida y defoliante usado en la Guerra de Vietnam. ¡Cuidado con la leche gringa!, proveniente de vacas inyectadas de hormonas de crecimiento. ¡Cuidado adeptos a los asados!, tales hormonas también se dan al ganado. ¡Cuidado con cultivos de semillas transgénicas!
Monsanto también empezó a producir el plástico polietileno, también conocido como “styrofoam”, en los años 40 y es derivado del petróleo. Apuesto a que la mayoría se equivocará si le preguntan cuántos continentes hay en la Tierra. No será porque Suramérica cuente por uno, o que otro más esté en ciernes en Nueva Zelanda.
Es un continente de residuos de envases y botellas plásticas “descartables”, ubicado en la confluencia de corrientes marinas en el Pacífico. Es más grande que el territorio de Bolivia, y crece al ritmo de 200 kilos por segundo y 8 millones de toneladas por año. El plástico no se degrada sino que se rompe en pedacitos que asfixian a los seres vivos. Dañan la fuente de la vida misma en el océano, al descargar benceno cancerígeno por mil años. Para el año 2050, dicen, habrá más basura plástica que peces.
Dos chispazos y una propuesta.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) sugiere que la alfabetización ambiental y climática es la cura. Parece tan iluso como evitar matanzas entre naciones con blablás de embajadores que más procuran protagonismos fugaces. En nuestro país, se pretende enseñar a la fuerza una lengua nativa, mientras poco cala la alfabetización digital porque no hay maestros que la dominen. ¿Qué pueden esperar de alfabetizar con consciencia medioambiental?
El otro chispazo es el avance tecnológico. Dicen que pensar en ecología es identificar al plástico como enemigo. Pues a unos jóvenes se les ocurrió la idea de “comer el agua” para reducir el plástico. El “Oohjó” es una bolsa biodegradable y comestible para beber líquidos sin envases o botellas plásticas. En Bolivia inculcarían alfabetización ecológica si la leche o el “chicolac” fueran parte de un desayuno escolar en que el mismo recipiente llene el buche, junto a la banana o el palito de quinua. ¿Convencerán a empresas de bebidas, que pelean hoy en función de más cantidad por menos precio?
La letra entra con sangre. Propongo un impuesto a los fabricantes, que traspasado a los que generan basura plástica, la hace más onerosa o reduce los flojos que llevan un par de panes en bolsa plástica. Paguen al comprar litros de refresco para el almuerzo, o lleven en Oohjó para cada comensal. De entrada, me anoto para un par de whiskies en Oohjó sabor maní.
El autor es antropólogo
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO