Reforma al cristianismo
Para hacer esta reforma, que es necesaria, tenemos que hacer nuestro el dicho de Clemente de Alejandría, uno de los padres de la iglesia: “La verdad nos hará libres”
Hasta el papa Francisco dice que es mejor ser ateo que un mal cristiano. Empero, aunque nos esforcemos en ser ateos, lo cierto es que no hay perspectiva de que el cristianismo fenezca. Pensar que vamos a vivir sin cristianismo es como para los súbditos de su majestad británica pensar que vivirán en un régimen republicano. Algunos quizá lo hagan, lo papúas por ejemplo, pero no los más.
Como tenemos que convivir con el cristianismo, qué mejor que proponer que esta religión se reforme. Al fin de cuentas hasta un delincuente y expresidiario puede reformarse.
La reforma del cristianismo tiene que ser de fondo y bien puede inspirarse en un librito que publicaré este año o el próximo, al menos así lo espero, en el que no trato sobre la reforma al cristianismo, pero sí sobre la realidad histórica del cristianismo primitivo y en qué se ha adulterado el Nuevo Testamento. Y si digo que la luna es queso, deben creerme; tiene huecos, entonces es gruyére.
En lo fundamental, Jesús enseñó una cosa mala y tres buenas. La mala es la fe. De las cosas buenas, una ha sido tibiamente practicada y ha hecho triunfar al cristianismo; las otras dos han sido ignoradas. Respecto a la fe, claro que quien quede en las aguas en el mar mientras el barco se aleja, tiene que rezar, además de nadar para no hundirse. En este caso la fe se asocia a fenómenos parapsicológicos, que pueden ser positivos o negativos.
La creencia desaforada en Jesús como Mesías, lleva a la idolatría de Jesús. Y resulta que el propio Jesús predicó esa fe. Y sin embargo esa fe puede civilizarse, pero para ello es necesario plegarse a ese movimiento de gran fuerza en la actualidad, que es el cristianismo ateo. Si dudan de lo que digo, pregúntenle al papa Francisco.
Lo positivo en el cristianismo es la prédica del evangelio, como se dice, en sentido de la moral israelita, tal como la expuso Jesús o en su época el rabí Hilel. Hay que amar al prójimo como a sí mismo, como se escribió en el Deuteronomio en la Biblia cinco siglos antes de Jesús. O al menos hay que respetarlo, como recomendó Confucio en la misma época del Deuteronomio. Hilel lo dijo bonito: no hay que hacer a los demás lo que no se quiere para sí mismo. Agregaremos que hay que respetar, en la medida de lo posible, a los demás seres vivos. Incluso si comemos animales, por lo menos tenemos que hacerlos vivir razonablemente bien y matarlos sin hacerlos sufrir. Estos son mandamientos éticos, morales para la humanidad contemporánea.
Respetar al prójimo es respetar sus derechos, no ser innecesariamente reaccionarios, no sostener doctrinas y prácticas inexcusablemente inmorales, como la doctrina católica sobre el control de la natalidad o el sistema carcelario en Estados Unidos.
Naturalmente, para la reforma del cristianismo es indispensable, si no la expurgación, al menos la crítica sistemática sobre el contenido del Nuevo Testamento, en todo aquello que ha significado su adulteración. Para eso debemos entender que el cristianismo tal como lo conocemos, es una herejía del cristianismo primitivo. Para hacer esta reforma, que es necesaria, tenemos que hacer nuestro el dicho de Clemente de Alejandría, uno de los padres de la iglesia: “La verdad no hará libres”. Sí; la verdad nos puede hacer libres espiritualmente. Empero también debemos que hacer nuestro el dicho complementario: “Y la mentira nos hará creyentes”.
El autor es escritor
Columnas de BERNARDO ELLEFSEN