De cerca y de lejos
Como te decía, Bolivia es el dichoso país de los bloqueos. Con la prohibición de pensar, parece que hasta las mentes se han bloqueado. Pero es un recurso eficaz para los caudillos; sirve para conquistar el poder y para vencer al enemigo. ¿Qué harían sin los bloqueos? Es el motor del fantástico Plurinacional. El sordo sería más sordo y el ciego más ciego. Tal vez seríamos más desgraciados; pero por ahora, con bloqueo y todo: “con mi mal estoy contento”.
Es un viaje de aventura: aquí todos los viajes son así. Estamos en la partida. Según el boleto, hace lo menos media hora que debíamos haber salido, pero aún estamos en la terminal. Hay que soportar en silencio; cualquier protesta es tiro al aire. La irrecusable hora boliviana se impone, y el famoso Decreto Supremo 21060 está en pleno vigor como cuando la patria “se nos moría”. Los dueños del bus no ordenan salir si hay todavía asientos vacíos. La variación de los horarios y el costo del pasaje están sujetos a la oferta y la demanda, la ley inexcusable del mercado.
Casi a tiempo mismo de arrancar, se escucha el clamor: “video, video”. Aunque la mayoría no tarda en dormirse, la pantalla sigue sonando y maltratando el oído con su áspera estridencia. No hay nada que hacer; el “soberano” es el que manda. “La rebelión de las masas” es un libro antiguo (1929), pero va cobrando actualidad. Su autor, José Ortega y Gasset, no imaginó que sus ideas encajarían perfectamente en el Imperio Socialista del Chapare, como el que tenemos. Si es verdad que no acaba la vida con la muerte, el gran filósofo español debe de estar feliz.
Hemos atravesado raudamente el altiplano: la tierra “magra y solitaria”. De paso, hemos visto también deambular en grupo a “la sobria compañera del aymara” y nos hemos acordado de La llama, el magistral soneto de Gregorio. En Yocalla, justo en el Puente del Diablo, el camino traza un ángulo; de aquí se emprende la subida. Estamos cerca de Potosí. Después de cruzar por el cañadón de laja compacta, aparece de pronto el Sumaj Orko. A esta hora de la tarde, en medio del paisaje gris que le rodea, el sol va dorando con espléndidos colores la Montaña de Plata. Pero “hermano Francisco, no te acerques mucho…”
Pailaviri es un antiguo campamento minero. No es bueno ver de aquí la magnífica mole; se dudaría de si es la misma que se vio con admiración desde La puerta. Presenta una faz agrietada y revuelta; las faldas escalonadas suben en zigzag hasta la cima, sembradas de desmontes y bocaminas terrosas. (Así son a veces las cosas de la vida, cuando se las ve de cerca o por dentro). Es Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad reconocido por la Unesco, y también ¡qué paradoja! es el Cerro Rico que señorea desde la altura la pobreza extendida a sus pies.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS