Antes y después Caracas de siempre
Llegamos a Caracas en medio de un calor abrazador como delegados al Primer Congreso Mundial de la Juventud Demócrata Cristiana y no tardamos en ascender por teleférico al Hotel Humboldt en lo alto de un cerro que domina toda la capital hasta La Huayra. Nos llenó de asombro que el PDC hubiese congregado a 10 mil jóvenes de todo el país y algunos cientos delegados del exterior como nosotros que representábamos a un naciente partido con mucho brío y entusiasmo. Venezuela era un modelo de democracia. “No en vano hemos sido dotados con tanta riqueza natural”, afirmaba orgulloso Rafael Caldera, “introductor del socialcristianismo y fundador del Copei, quien con gran orgullo se preciaba de ayudar a todas las democracias del continente frente a otros modelos más agresivos.
Se respiraba un aire triunfalista no obstante el castrismo arrollador, entonces de moda a nivel mundial. La Democracia Cristiana lucía diáfana y esperanzadora. Frente al capitalismo salvaje representado por los Estados Unidos y algunos países europeos, y al materialismo ateo de las izquierdas lideradas por la Unión Soviética y su cría, el castrismo foquista, surgía una tercera posición claramente identificada con las encíclicas Cuadragésimo Anno y Rerum Novarum. Las ideas de Jacques Maritain y León Bloy debatidas en Santiago, Buenos Aires, Bogotá y algo en La Paz, Sucre y Cochabamba cobraban actualidad y aparecían como una panacea capaz de enamorar a esa juventud deseosa de conquistar el mundo.
En la tertulia interna unos admiraban la capacidad del Gobierno de Raúl Leoni de disponer de recursos para la masa de desocupados que surgía en las grandes ciudades, abundancia de recursos por la explotación del petróleo, el diésel, el asfalto que producía Venezuela como por obra de magia y que generaba dinero fresco, las administraciones no dudaron en crear subsidios “más en mala hora” como condenó la Democracia Cristiana ya entonces. Estamos creando un ejército de parásitos que no producen ni aportan y que están adquiriendo el hábito de vivir del subsidio y los bonos.
Gobiernos como el de Carlos Andrés Pérez que terminó en la cárcel no tuvieron reparo en multiplicar las gratificaciones camufladas con megaobras como las urbanizaciones de El Silencio que podían dar trabajo temporal a miles de obreros, aunque pronto engrosaban las filas del paro. El estigma de “ganar sin producir” se generalizó hasta que escuchamos al mismo Rafael Caldera tiempo después decir: “en mala hora brotó tanta riqueza” que indujo al ocio, a la criminalidad, a la malquerencia.
Adjunto a la delegación árabe boliviana acompañé a su presidente José Abujder Espinoza años más tarde cuando había crecido tanto “el lumpen y la marginalidad” que Venezuela tuvo que abandonar su liderazgo demócrata y libertario y convivir con grupos extremistas que enarbolando falsas banderas de progreso social, socavaron los cimientos de la antigua cuna de Simón Bolívar, malgastando recursos en una carrera armamentista y promilitarista que hizo abortar el fenómeno del “chavismo que encandiló a tantos” y generó falsas ilusiones por el torrente de estatizaciones y confiscaciones que si bien ganó simpatías y apoyo en un primer momento, terminó por hacer caer la máscara del populismo y la demagogia.
Lo que vino después a marcha acelerada es algo que abruma. Lo que se está viviendo desde hace seis semanas supera toda imaginación en un marco de violencia, de sangre y conflagración que concita la atención mundial y mueve al apoyo humanitario tanto de las Naciones Unidas como de la Organización de Estados Americanos. Caracas es el escenario de siempre. Dios salve a Venezuela.
El autor es periodista.
Columnas de MAURICIO AIRA